The Felice Brohers, lo que no hay que perderse

Cultura · Enrique Chuvieco
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8 enero 2009
Cuando de tanto en tanto te sorprende la vida encontrando un disco distinto a los sonidos habituales (no dudo de sus calidades, en la mayor parte de los casos), se hinchan las velas del alma y no queda más remedio que comunicar mi alegría. Esta experiencia la he vuelto a tener este fin de semana (gracias a una crítica de Fernando Navarro en El País) oyendo a The Felice Brothers (Palenville-Estados Unidos).

Entra suavemente una guitarra y unos teclados imitando tonos infantiles: suena Little Ann en la voz de Ian Felice. Es el primer corte del segundo álbum de The Felice Brothers, que lleva por título el nombre del grupo. La cadencia de la melodía, tan entrañablemente directa, me sojuzga el ánimo y viaja hasta tocar esas fibras recónditas de la felicidad, porque se nos regala lo sublime; se hace el milagro que se repetirá en cada uno de los 15 temas que componen este grandioso disco.

Es un todo armónico, sin desequilibrios entre los temas. Ocurre y vuelve a ocurrir despacio, sin atropellos, entre rasgueos y punteos de guitarra, notas de órgano, piano y saxo, acordeón, la percusión acompasada, las voces de Ian, sola o a capella con los componentes del grupo: conglomerado de sonidos que tejen un magnífico vestido de texturas que apunta a algo perdido, telúrico, pero igualmente anhelado.

Whisky in my whisky, Helen fry, Greatest show on earth y la excelsa Frankie's gun! son piedras preciosas de la tradición musical de siempre, montadas en vehículos de época del country, folk o blues, que pueden reconocer hombres de cualquier época y lugar del mundo.

Ian, con su voz a lo Dylan, James, Simone, los hermanos Felice y el resto de miembros de la banda nos invitan a su fiesta: ¡todos podemos disfrutar de esta reunión! Oportunidades como ésta no se presentan todos los días, porque estamos ante uno de los cinco mejores discos del 2008, y tiro por lo alto.

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