Javier Prades en el EncuentroMadrid

`Testigos, no militantes`

Cultura · Rafael Vázquez
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31 marzo 2009
"Los cristianos no son militantes sino testigos". Así concluía su intervención Javier Prades en el Encuentromadrid. El profesor de teología de San Dámaso comenzó retomando un artículo del Patriarca de Venecia, monseñor Angelo Scola, publicado en la prensa.

Scola recordaba que "cualquier fe está siempre sujeta a una interpretación cultural pública. Es un dato inevitable". Y Prades añadía que "la fe por su propia naturaleza se traduce en cultura, es decir, en una modalidad concreta de vivir y pensar las grandes cuestiones humanas. Caben distintas perspectivas, no todas idénticas pero, eso sí, todas obligadas a compararse con la naturaleza original del Hecho cristiano, tal y como ha sido transmitido por la sucesión apostólica".

Hay dos interpretaciones culturales muy difundidas en Italia y que cabe también reconocer en España al menos en sus rasgos fundamentales, según Prades. En primer lugar la que considera el cristianismo como una religión civil, como mero cemento ético, capaz de generar unidad social tanto en nuestra democracia como en las democracias europeas que se encuentran en problemas. "Se trataría de una identificación de la actuación pública del cristianismo con la defensa y promoción de valores éticos que sostengan una sociedad cada vez más vacilante". La segunda es la que, en palabras de Scola, "tiende a reducir el cristianismo sólo al anuncio de la pura Cruz para la salvación de todos. Ocuparse, por ejemplo, de bioética o biopolítica es desviarse del auténtico mensaje de misericordia de Cristo. Como si este mensaje fuese de por sí ahistórico y no pudiese tener implicaciones antropológicas, sociales y cosmológicas". Ninguna de estas dos interpretaciones culturales expresa de forma adecuada la verdadera naturaleza del cristianismo y de su presencia en la sociedad: la primera porque lo reduce a su dimensión secular, separándolo del ímpetu que nace del sujeto cristiano como don del encuentro con el acontecimiento personal de Jesucristo en la Iglesia; la segunda porque priva a la fe de su espesor carnal e histórico, reduciéndola a inspiración interior, a la espera de una plenitud en la vida del más allá. Scola propone, por el contrario, una interpretación cultural pública del cristianismo en la cual "el acontecimiento de Jesucristo en toda su integridad -irreductible a cualquier interpretación humana-, muestra el corazón que vive en la fe de la Iglesia para beneficio de todo el pueblo".

Después de recordar el artículo del patriarca de Venecia, Prades explicó que en una posición así "lo que está en juego es la naturaleza del cristianismo como acontecimiento en la historia, en los términos en que Benedicto XVI lo ha recordado en la Deus Caritas Est: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva". "En esta última interpretación -añadía el teólogo- se trata de proponer siempre el acontecimiento cristiano como tal, en su totalidad, y mostrar su pertinencia para cada uno de los aspectos de la vida personal y social de que se trate en cada ocasión, sin reducciones. Ahí reside precisamente su originalidad. No acepta darlo sencillamente por supuesto para concentrarse en las urgencias éticas de cada momento, ni reducirlo a una especie de mensaje silencioso, que renuncia por completo a esa comparación entre el hecho cristiano y la vida humana en todas sus facetas. Ni dar por supuesto el sujeto cristiano ni reducir la fe a una interioridad silenciosa". Se trata -recordaba Prades- de "hacer el cristianismo" -como decía Péguy-, siempre, en toda ocasión, a propósito de todas las vicisitudes de la vida de las personas y la sociedad. El cristianismo común y corriente, el "mero cristianismo" del que hablaba C.S. Lewis.

¿Qué métodos?

Aunque tampoco eso es bastante. Porque, explicaba el teólogo de Madrid, "cabría aun compartir el contenido fundamental de la doctrina cristiana y sin embargo proponer métodos muy diferentes. Es decisivo por tanto dar un paso más en la dirección que nos recordaba el Papa hace unos días cuando decía: "En el Misterio de la Encarnación del Verbo, en el Hecho de que Dios se ha hecho hombre como nosotros, se da tanto el contenido como el método del anuncio cristiano". 

El propio Prades detalló alguna de las implicaciones de ese método. "Aunque parezca algo obvio, para que haya un ‘encuentro' no ‘basta' que esté Cristo. Es necesario que haya dos interlocutores, Cristo y un hombre. En la circunstancia concreta hay un hombre, con su condición estructural común a todos los hombres, y con su situación existencial, tal y como está y no como debería ser: el hombre que somos tú o yo, con sus preguntas, con su dolor o su rebeldía, con sus expectativas, con su deseo más profundo de ser feliz… Una exigencia decisiva del método es no dar por supuesto esta presencia de la humanidad propia en la circunstancia". El primer interlocutor es el hombre concreto, que está en una circunstancia de la vida, ordinaria o extraordinaria, ¿cómo encuentra y reconoce a Cristo hoy, en su presente? Prades responde: le hace falta poder percibir una realidad humana que implique una diferencia reconocible y atractiva. Y cita a Luigi Giussani: "El acontecimiento de Cristo se hace presente ahora a través del fenómeno de una humanidad diferente; un hombre se encuentra con ella y se sorprende con el presentimiento de una vida nueva, de algo que aumenta su posibilidad de estar seguro, de vivir con positividad, esperanza, utilidad de la vida, y le mueve a seguirla". Así es posible, según el teólogo de Madrid que se dé lo que J.H. Newman llamaba un encuentro con Dios "real" y no sólo "nocional".

Ese encuentro tiene algunos efectos que nos permiten verificar si es un encuentro con Dios real. "Cada uno puede reconocer si el encuentro con Cristo es real cuando identifica lo que podemos designar como una capacidad nueva de conocimiento y de afecto respecto a la realidad entera, que antes no tenía. Allí donde no se veía, por ejemplo, la realidad más que en el aspecto de su límite, del cansancio o del dolor que inexorablemente paralizan al hombre, gracias al ‘encuentro' se adquiere o se recupera una mirada nueva, que no ve ya tan sólo lo que no hay sino lo que hay y que antes no se veía. Pienso en el ejemplo conmovedor de padres de familia que han aprendido a mirar bien a sus hijos gravemente discapacitados, atravesando una resistencia inicial, gracias a la presencia buena de hombres cristianos que miraban ya a esos niños como un bien".

El significado del testimonio

Este recorrido hecho, a propósito de todas las situaciones de la vida, permite lo que Scola llamaba "mostrar todas las implicaciones que brotan de los misterios cristianos y que tienen que ver con las vicisitudes humanas de todos los tiempos, mostrando la belleza y la fecundidad de la fe para la vida de todos los días". "Dicho de otro modo -explica Prades-, se trata de verificar existencialmente la conveniencia de los misterios de la fe para la vida del hombre concreto, con sus preguntas, sus sufrimientos, sus expectativas, su deseo de plenitud en el trabajo, en el afecto, en el descanso. Y esto tiene que ver con todos los factores de la vida, desde el trabajo y la empresa, en tiempos de crisis y mucho desempleo, hasta la concepción de la familia. Si no sucede esto la fe se vuelve formalista, separada de una vida a la que no ilumina, y la vida se (des)orienta por un criterio de conocimiento y de afecto desligado de la fe. Es la famosa ruptura entre la fe y la vida que la Iglesia trata de corregir desde el Concilio Vaticano II".

El teólogo de San Dámaso añade que la superación de esa fractura no viene desde luego de multiplicar los congresos sobre fe y cultura sino de la efectiva generación de una cultura nueva, de la fecundidad real de una fe que se hace cultura, en cuanto que el conocimiento y el afecto originados por la fe plasman todo lo humano de modo nuevo. Los momentos más creativos del cristianismo, para el bien de la civilización occidental, han sido precisamente aquéllos en que no se tenía la preocupación de defender un determinado mundo cultural -ni siquiera el que había nacido de la propia cristiandad-sino de verificar continuamente lo que suponía la presencia de Cristo en la propia vida, el quarere Deum al que remitía Benedicto XVI en París. Esa búsqueda personal de Dios hecho hombre es la que hace posible la comparación entre la fe y todas las situaciones de la vida, y no tiene sólo una dimensión privada, sino que tiene una inevitable dimensión pública, fundamental en la sociedad pluralista. Por eso es decisivo el "relato" continuo de la propia experiencia, en el respeto a los procedimientos formales, hasta dar la vida si fuera necesario.

Para terminar, Prades se centra en el modo en el que se puede proponer el cristianismo. "Los cristianos son testigos y no militantes, como dice el propio Scola. Testigos son personas y obras, lugares vivos a través de los cuales la fe, la esperanza y la caridad se encuentran de modo real, en este mundo nuestro". ¿En qué consiste ese testimonio? "Para evitar equívocos y reducciones es necesario añadir alguna explicación sobre el testimonio: no consiste sólo en el énfasis autobiográfico, ni en la ‘existencialidad', o en el mero buen ejemplo", asegura el teólogo. "Se trata de remitir a la Verdad misma a través del testigo, como modalidad insuperable de acceso al contenido verdadero. Remitir al testimonio es desde luego en primer lugar una cuestión de hecho: el darse en mi circunstancia concreta del encuentro con esa humanidad diferente que atrae. Esto es lo que viene antes, siempre, y no se puede sustituir con una hermenéutica de ningún tipo. Ahora bien, precisamente por la índole propia de ese hecho, hace falta llegar hasta el fondo, es decir, mostrar el valor cognoscitivo del encuentro histórico con el testigo, su alcance epistemológico: es remitir a la Verdad de la revelación, mediante la presencia de una humanidad cambiada, ya sea la de las personas en los distintos ámbitos de la vida cotidiana o la de obras e iniciativas sociales, culturales, educativas, económicas…".

Y concluye: "el testimonio, en conclusión, es la modalidad de comunicación de la Verdad que no sólo respeta la libertad sino que la suscita, la ‘provoca'. Dicho en términos muy básicos el testimonio no se limita a despertar preguntas sino que es el modo mismo de la respuesta, de la comunicación de la Verdad que interpela al hombre situado históricamente y le ‘obliga' a tomar posición, es decir, a interpretar a la vez el hecho que tiene ante sus ojos, y a interpretarse a sí mismo, de tal manera que pueda comprobar que su original deseo de infinito, de plenitud, encuentra una correspondencia inconfundible -‘imposible'- con el signo histórico presente".

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