Testarudez y trasnochada ideología
Érase un mulero y su mula, a la que había puesto sobre su lomo dos alforjas aparentemente equilibradas, para que el sobrepeso de una no acabara echando por tierra toda la carga. Una, la alforja de la izquierda, portaba un poderoso bálsamo, cuya aplicación y tratamiento, según su mulero, mejoraba la salud y la convivencia de los ciudadanos de un gran pueblo. Pero en realidad se trataba de una carga de alto riesgo, una especie de dinamita no química, capaz de hacer saltar por los aires la paz social de esos mismos ciudadanos. La otra alforja llevaba un objeto tan valioso como delicado y frágil, construido con la voluntad de la inmensa mayoría de los ciudadanos, ensamblado con ciento sesenta y nueve piezas y cuidado con esmero durante más de cuarenta años. En su obsesiva huida hacia adelante, el mulero quería llegar con su mula a su meta paradisíaca, una finca de lujo, generosamente arbolada, entre praderas muy verdes y bien regadas, para vivir allí nadie ya sabía hasta cuando.
Para ello, primero debería ser elegido jefe de los muleros, asistiendo con su acémila a un acto ya preparado, que se celebraría en un lugar totalmente vallado, abierto o cerrado a voluntad del mulero convocante. Como se esperaba, fue proclamado mulero mayor. Y fue tal el estruendo de aplausos de los muleros y los rebuznos de todas las mulas, que la del aplaudido se asustó tremendamente, empezando a trotar y cocear desbocadamente, alterándose el equilibrio de las alforjas. Entonces el mulero mayor sacó de la alforja izquierda su pretendido bálsamo, sujetándolo férreamente. Al instante ambas cayeron al suelo, y el valioso objeto, frágil como el cristal, se rompió en ciento sesenta y nueve pedazos mayores, aparte de otros trozos menores, adicionales, transitorios, derogatorios y finales.
Cuentos aparte, con la testarudez de una mula desbocada, siguiendo un camino laberíntico y suicida, se viene comportando el presidente del gobierno español en funciones. Con testarudez e indiferencia, desoyendo la voz más juiciosa del pueblo español en sus diversos foros y manifestaciones, se niega a retomar el sendero democrático de la Constitución (C.E), a pesar de los avisos que le han llegado de las instituciones que aún no controla. E incluso hace sus apariciones con cínico desafío, victimizandose ante las legítimas manifestaciones de la ciudadanía, agraviando indolentemente al Poder Judicial.
El Consejo General de este Poder, en su reunión de pleno del día 6 de diciembre pasado, aprobó por mayoría una declaración sobre los peligros que para el Estado de Derecho tiene una fantasmagórica amnistía, a todas luces inconstitucional, de acuerdo con la mejor y más competente doctrina. Asimismo, la Asociación Profesional de la Magistratura, la mayoritaria de los jueces, ha manifestado oportunamente que “la amnistía es el principio del fin de la democracia española”; oportuna advertencia a la que al fin se han sumado prácticamente todos los jueces y fiscales, aparte de numerosos cuerpos del Estado.
El Estado de Derecho está enormemente amenazado con el iter de una amnistía que no figura en la C.E, por expreso deseo del Poder constituyente. La encrucijada en la que el presidente en funciones ha situado al Estado de Derecho es inédita y gravísima. Nunca antes un presidente de gobierno se había atrevido a tanto, ni siquiera quien dijo que el atentado terrorista de la T4 había sido un “accidente”. La situación se hace más crítica, si se considera que la amnistía parece estar ya consensuada con el Tribunal Constitucional (T.C), quien al final de un camino esperpéntico, tomará el pulso a la ley de la ignominia, la hará una analítica y un tac, todo según el de protocolo, solo para bendecirla de rigurosa constitucionalidad. Porque si, por el contrario, la ley de amnistía fuese declarada inconstitucional por el T.C, el prófugo de Waterloo sería detenido y juzgado, suponiendo que estuviera en suelo español. Y de no estarlo tendría que seguir en su dorado exilio hasta su extradición.
Obviamente tal supuesto no está ni en los planes ni en los acuerdos de los dos personajes más desleales de nuestra democracia, porque sería contrario a lo firmado (y a lo no firmado, como no ser detenidos los golpistas en ningún caso). Y es fácil concebir la escalada reactiva que produciría tal frustración en las filas independentistas. De forma que la aludida convivencia que cínicamente evoca Sánchez, en realidad absoluta conveniencia para él, se transformaría muy probablemente en violencia.
Se han suscrito los pactos más ignominiosos que haya habido jamás en nuestra democracia. Un pacto, con su parte escrita y conocida (pero seguro que con otra parte reservada, solo verbal, para contingencias extremas), entre un prófugo de la Justicia y un presidente de gobierno en funciones, en una huida hacia el precipicio, ebrio de poder y sectarismo. Y otro, entre éste y sus “influencers” constitucionales, haciendo éstos emerger de la C.E una institución fantasma, que no existe, salvo en la alforja izquierda del equino del cuento, en su testarudez egoísta de imponerla y situarla dentro de la C.E. Pactos a cual más grave, que lejos de dar más estabilidad y mejorar la convivencia, como pregona para su exclusivo provecho la izquierda gubernamental y sus adláteres, enrarecerán el panorama político por simple conveniencia, llevándolo a límites críticos, al laminar el Poder Judicial y romper los contrapesos del Estado de Derecho.
No es broma. Ojalá fuera solo testarudez, pero sobre todo es trasnochada ideología. Empieza una dictadura.
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