Terrorismo. La seguridad no es todo
Largo es el rastro de atentados terroristas que han ensangrentado trágicamente este año. ¿Qué postura podemos asumir, como cristianos, ante esta amenaza que incide profundamente en nuestras vidas?
La primera reacción instintiva es el miedo, que es precisamente el objetivo que busca el terrorismo. Y justo después, la exigencia de un refuerzo en las medidas de seguridad. Pero la seguridad no lo es todo. Por sofisticados que sean los sistemas de defensa, siempre habrá una falla, un talón de Aquiles. Por eso resulta esencial la educación, la cultura y el testimonio. Hay que contestar a la ideología yihadista poniéndose y oponiéndose ante ella.
Como cristianos, nuestra postura consiste ante todo en anunciar a Jesucristo, con más vigor y menos complejos. Jesús no esperó a que las condiciones objetivas de su tiempo mejoraran, sino que generó un sujeto nuevo en la historia.
En nuestra posición está ya también nuestra o-posición. La oposición a cualquier forma de violencia en nombre de Dios, como el Papa Francisco no deja de reclamarnos. Y al mismo tiempo oponerse también al sistema económico que hace que, como países occidentales, cerremos los ojos ante los países que fomentan el discurso del extremismo, con la esperanza de que se trate solo de eso, tan solo un discurso. Pero no. No son solo palabras, son hechos. Y muertos, la mayoría de ellos fuera de Europa. Ya hemos perdido demasiado tiempo vendiendo nuestras convicciones, empezando por la libertad religiosa, a cambio de nuestro moderno plato de lentejas. Y ahora la amenaza es global.
En esta doble toma de posición está la contribución más auténtica que podemos ofrecer a nuestros hermanos musulmanes, que en su gran mayoría contemplan consternados todo lo que está pasando, pero a los que les cuesta articular una alternativa clara, descargando demasiado a menudo la responsabilidad tan solo en las condiciones, aun siendo objetivas, de injusticia económica y social. Ponerse y oponerse. Como la luz que, según Juan, “brilla en las tinieblas y las tinieblas no la pudieron apagar”.
Fragmento de la homilía de Navidad