´Tenía tanta hambre de volver a verte´
“Sabía que durante el camino habría chicas, visiones, de todo; sí, en algún lugar del camino me entregarían la perla”. Esta cita del famoso libro de Jack Kerouac “En la carretera” ha sido la primera leída en el encuentro de literatura “Al otro lado del océano”. Los participantes han leído una y otra vez diversos fragmentos de diversos –como no podía ser de otra forma– autores literarios que en su obra reflejan, de un modo u otro, queriendo o sin querer, el deseo de infinito que habita en el corazón del hombre.
Varios cientos de personas han acudido al teatro auditorio del recinto ferial de la Casa de Campo para adentrarse en un viaje que, a pesar de poder, de primeras, describirse como literario, ha sido mucho más. ¿Es cada cosa que sucede mucho más de lo que vemos, mucho más de lo que oímos?
“Todo parece repetirse indefinidamente… Necesito una vida apasionante. Poco me importa la forma que tome o el precio que tenga que pagar con tal de que me haga latir el corazón”. Estas palabras, tomadas prestadas de un personaje de un breve relato de F. Scott Fitzgerald, son otro ejemplo de lo que ha sucedido esta tarde en EncuentroMadrid. Un ejemplo de la necesidad del ser humano de que la vida, su vida, tenga sentido, relieve, densidad, color. Una necesidad que a veces está tan a flor de piel que el hombre no sabe si mirarla o no; ni, en caso de decidir mirarla, cómo hacerlo. “¿Por qué tengo semejantes deseos? ¿Acaso estar hecho así es una broma de mal gusto? No lo admito”. (“Memorias del subsuelo”, Dostoievski). Un deseo que hiere, el nuestro. Un deseo que siempre pide más. Y que, con el paso del tiempo, en algunos ese “algo luminoso pierde su brillo y su esplendor y nos parece un camino que no lleva a ninguna parte, una agrupación de necesidades incoherentes que se desarrollan en el vacío sin objeto y sin fin”.
¿Será cierto que nos movemos sin rumbo? ¿Será que lo que deseamos no sirve para nada? ¿Para qué tanta pregunta, tanto sufrimiento, tanta alegría? Conozcamos la respuesta o no, la experiencia nos indica que somos así. Así como describe el reconocido Albert Camus en su propio diario: “Cielo tormentoso de agosto. Vientos abrasadores. En el este, sin embargo, se vislumbra una banda azulada, delicada, transparente. Imposible de mirar. Su presencia es molesta para los ojos y el alma. Y es que la belleza es insoportable. La belleza nos desespera. Eternidad de un minuto que querríamos estirar en el tiempo”.
El infinito, que da lema a esta edición de EncuentroMadrid, ha sido el protagonista de este acto. Así lo ha reflejado no solo lo que se ha leído, sino también la propia escenografía, que ha incluido canciones en directo por Javier Andreo y Javier Portela y proyecciones de cuadros que acompañaban las lecturas. Al final de cada intervención se dejaban unos segundos de música clásica que invitaban a los espectadores, discretamente pero con una gran fuerza, a mirar esta cuestión a veces temida, a veces odiada, a veces amada, a la cara.
“¿Dónde está el amigo que busco por doquier? Cuando apunta el día, mi inquietud también aumenta. Cuando el día muere, lo busco todavía. Aunque el corazón me abrasa, yo voy siguiendo sus huellas en cualquier brote de vida…”. (“Fresas salvajes”, Ingmar Bergman).
El acto concluía fijando su mirada en la lectura del poeta Charles Pèguy, para quien ese anhelo de aquello que es todo y dura para siempre es el reflejo de Dios mismo. En la referencia a su “Balada del corazón que tanto ha latido”: “¿Hallarás tú alguna vez el fondo?, ¿hallarás tú alguna vez el descanso al atardecer?”, resuena la voz del Padre, la voz del Misterio. La voz de Aquel que te ha creado, que sale a tu encuentro pero de quien huyes, que te busca pero de quien te escondes, que te dice: “Tenía tanta hambre de volver a verte”.