Tenemos que hablar de inmigración

Es una tentación presentar el fenómeno de la delincuencia como algo directamente vinculado a la inmigración. Nuestra rica literatura desde El Quijote a Los Episodios nacionales da cuenta de innumerables de rutas peligrosas por la presencia de ladrones. Los inmigrantes no han inventado la delincuencia ni tiene un gen que les haga tener una predisposición especial para ella. Más bien es un fenómeno estrechamente vinculado a la pobreza, la exclusión social, el consumo de drogas… a las que es cierto que las segundas y terceras generaciones de inmigrantes son especialmente vulnerables. Sin entender claramente este punto podríamos errar en las medidas para si no erradicarlas, sí al menos disminuirlas.
Antes incluso de que la policía hubiera detenido a los responsables de la agresión cobarde y deleznable de un vecino de Torre Pacheco, ya se había acusado a la población marroquí de la localidad murciana. Luego resultó que los tres jóvenes de origen marroquí presuntamente implicados en la agresión no vivían en esa localidad. Es un caso de desinformación perfectamente orquestada, que llevó a grupos organizados a cometer actos violentos, también cobardes y deleznables, contra una población inmigrante que no tenía ninguna responsabilidad en los hechos. Las identidades tóxicas de grupo necesitan siempre crear un enemigo, sea real o imaginario.
Que haya partidos políticos, que pretenden ser una opción razonable de gobierno, que jueguen a la criminalización del inmigrante es una grave irresponsabilidad. Por otra parte, existe una cultura de la cancelación que asfixia cualquier debate sobre el tema.
España no es un país xenófobo, quizá porque en nuestra memoria está que muchos de nuestros abuelos tuvieron que migrar también en tiempos no muy remotos, pero existen en ciertos sectores un recelo al fenómeno migratorio y habrá que prestar atención a sus razones. Existe el miedo a que puedan ser potenciales delincuentes, miedo a que nos superen en número, miedo a que su cultura acabe convirtiéndose en la dominante. La posibilidad de vencerlo se da cuando se tiene la experiencia positiva de haberse encontrado con una persona en la que reconocemos las mismas exigencias humanas que tenemos todos. Puedo abrazar el otro cuando parto de una identidad que he recibido como don y que es algo dinámico que se actualiza en la experiencia presente.
¿Qué es razonable pedir a un inmigrante que viene a nuestro país? Puede haber reglas que entren en contradicción con su cultura de origen. Por ejemplo, la prohibición de los matrimonios forzosos. Cualquier cultura debe ser juzgada sin ser absolutizada. Se le puede pedir al migrante que someta su cultura a un punto de vista diferente que tiene una conciencia más clara de la dignidad de la persona. Pero no se le puede pedir que baile el chotis o la sardana, que coma oreja o que vista de un determinado modo. Ni tampoco que abandone su religión. La libertad religiosa también es una conquista reciente de nuestra civilización occidental.
En resumen, lo único que puede exigirse de forma taxativa tanto a un nacional como a un foráneo es que cumpla el ordenamiento jurídico vigente.
Un joven que hace un viaje peligrosísimo, poniendo en juego su vida y todos los ahorros familiares para sacar adelante a su familia es una persona con una energía humana inmensa. El mejor modo de ayudarles a su integración es favorecer las vías legales de entrada.
Contratamos a los migrantes para que hagan los trabajos que nosotros no queremos hacer, muchas veces sin darles ninguna seguridad. Y luego condenamos a las segundas generaciones a la marginalidad al no facilitar que funcione el “ascensor social”. A la luz de la experiencia de algunos países vecinos se constata que es crucial evitar la aparición de guetos. Evitarlos es una responsabilidad de la sociedad que integra y del individuo que viene a integrarse.
En los sistemas biológicos (por ejemplo: una célula) hay membranas que limitan el paso de sustancias en ambos sentidos. Por supuesto, que debe haber fronteras, controles y el estado debe de tener mecanismos de defensa, pero al mismo tiempo un sistema biológico cerrado, sin intercambio de materia y energía con el medio que le rodea, acabaría por acelerar su muerte.
Cuando hablamos de mestizaje, estamos hablando de convivencia humana: así que no es meramente un problema de la tensión entre dos razas o culturas distintas. Un mestizaje exitoso es una oportunidad y una responsabilidad de y para todos.
Excelente artículo
Buena reflexión, que deberían leer y sopesar muchos que se dicen católicos pero que han entrado de lleno en el culto pagano de la raza.
Por cierto, en España la derecha (incluso la ultraderecha) nunca fue racista; incluso se definía como «antirracista» en una época en que la izquierda aún no había descubierto esta palabra. Pero ha cambiado todo mucho en los últimos años. Y en el fondo del argumentario antiinmigración laten ideas heterodoxas y, en el fondo, de raigambre progresista, como el neomalthusianismo, el determinismo biológico, el nihilismo y un laicismo visceral apenas velado que dispara elevación contra el islam cuando el verdadero blanco es el hecho religioso.
Entre el extremismo de decir que la inmigración es delincuencia y el extremismo de decir que en la inmigración no hay delincuencia hay una realidad y es que estadísticamente hay más delincuencia en los inmigrantes de primera y segunda generación que entre los «nacionales». es un dato.
¿todos? no. ¿algunos? si.
La sociedad, católica y no católica, debe proteger a sus ciudadanos.
La sociedad tiene unas leyes que nos hemos (han) impuesto y que voluntaria o coercitivamente debemos cumplir. ¿todas? o, ¿solo las que me convengan? ¿puedo derogar leyes?. Un tema como la inmigración que estamos viviendo debe analizarse de una forma integral, inspirados por el amor al prójimo en la imitación a Cristo pero como decía Mt10, 16. «sed astutos como serpientes pero inocentes como palomas»