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También a los ´chicos de la pandilla´

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17 marzo 2013
6.000 periodistas son muchos periodistas. Han estado concentrados desde el pasado 11 de febrero en ese pequeño espacio comprendido entre el río Tíber y la columnata de Bernini. Alguno hacía una excursión y llegaba hasta Castelgandolfo. Pero volvía enseguida. Han sido más que nunca "los chicos de la pandilla" como los llamaba Evelyn Waugh.

Han sido cientos, miles de transmisiones. Y la verdad es que había poco que contar. Porque el asunto era sencillo. Un anciano dejaba su oficio. No había sangre ni violencia. Y otros ancianos, venidos de lugares remotos del planeta, se han estado reuniendo para elegir al sucesor del que se había marchado. Algunos tenían que calentar el asunto y han hablado mucho de pederastia, de luchas de poder, de dinero. Y han hecho quinielas. La historia se les ha venido abajo pronto porque el Papa Francisco, el que apareció en el balcón como elegido, no era el candidato de nadie y en seguida se ha puesto a rezar, a hablar de Misericordia, de la capacidad que tiene Dios de perdonar, de pobreza y de la centralidad de Cristo en la vida de la Iglesia. O sea que no había modo de conseguir lo que habitualmente se considera una "buena historia", los hechos se empeñaban en desmentirla.

Pero lo sorprendente es que aunque no hubiese noticia, o lo que tradicionalmente se entiende por noticia, allí seguían, un día tras otro. Y sus crónicas abrían los informativos de radio y de televisión de todo el mundo, los diarios de todo el planeta. Una palabra o un gesto del Papa saliente o del Papa entrante servían para llenar páginas u horas de televisión.

Lo sorprendente no es que muchos de ellos hayan utilizado las viejas categorías que usa siempre un enviado especial. Al fin y al cabo, hasta que se demuestre lo contrario, la vida está hecha de sexo, poder y lujuria. Lo sorprendente es que algunos de ellos hayan tenido la sensación de que esos viejos esquemas en este caso no funcionaban. Lo inaudito es que haya corresponsales de toda la vida, que primero se confesaran ateos, y luego reconocieran sentirse irresistiblemente atraídos por la belleza de la liturgia con la que los ancianos se encerraran en la capilla Sixtina. Lo diferente es que haya corresponsales curtidos en mil batallas que hayan confesado su llanto después haber visto cómo se movía el Papa Francisco y después de oírle explicar que la Iglesia no es política. Muchos "chicos de la pandilla" que llevan el escepticismo en el ADN -porque lo da la profesión- han percibido un aire de verdad en la apasionada caridad del nuevo Papa, en su sencillez, en su amor por los pobres.

Hay alguno como Ignacio Torreblanca que, escandalizado por tanta presencia de lo religioso en el espacio público, ha reclamado que se volviese pronto "a la normalidad". A una democracia en la que de nuevo se viviera ///http://internacional.elpais.com/internacional/2013/03/14/actualidad/1363277974_293872.html///"Como si Dios no existiera"///.

No le han hecho caso. ¿Por qué? A lo mejor es que esos ancianos cristianos han resultado interesantes. A lo mejor es que, al final, había una buena historia que contar y, sobre todo, que vivir. A lo mejor es que, a pesar de todo lo oído, lo dicho y lo proclamado sobre lo mala que es la fe católica para la razón y la libertad, cuando uno conoce a uno, o a dos, o a 115 cristianos de carne y hueso, la cosa tiene su atractivo. A lo mejor es que un cristiano esencial, hecho de gestos y de testimonio, de razones y de belleza tiene capacidad de persuadir, incluso a los "chicos de la pandilla". Lo cierto es que algunos de ellos han tenido una extraña apertura. 

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