`Tabarnia` de género: `Portavoza` no es una anécdota, es una tragedia.

Cultura · Vicente Agustín Morro López
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11 febrero 2018
Necesitamos una “tabarnia” de género, un espejo que refleje lo grotesco y alejado de la realidad de la mayoría de las situaciones a que conducen las imposiciones de los ideólogos de género. La ideología de género, nueva pseudociencia/pesudoreligión, es el núcleo esencial de la actual ideología burguesa (la casta política y sus adláteres son una nueva “burguesía”, de facto) dominante: pensamiento único, corrección política, persecución al discrepante; la verdad oficial se acata, y punto.Una nueva sandez (DRAE: Despropósito, simpleza, necedad), una más, de Irene Montero –podía haber sido cualquier otro u otra- ha vuelto a poner de manifiesto esta cuestión. Risible de pura ridiculez, ha generado miles de comentarios en las redes sociales, los medios de comunicación o las conversaciones familiares, y también respuestas serias y documentadas de algunas escritoras y académicas, aunque no solo de ellas, que, de haberse producido en el entorno de las redes habrían merecido el apelativo de rotundos “zascas”, pero al haber sido en entrevistas formales cabría denominar como bofetadas intelectuales.PSOE y Podemos han coincidido en ponerse por encima de la Real Academia Española, que es la institución científica y técnica que cuida del buen uso de nuestra lengua, y que comete, al parecer, el pecado de no hacer ideología sino ciencia y de no someterse al poder político o a presiones sociales.

Necesitamos una “tabarnia” de género, un espejo que refleje lo grotesco y alejado de la realidad de la mayoría de las situaciones a que conducen las imposiciones de los ideólogos de género. La ideología de género, nueva pseudociencia/pesudoreligión, es el núcleo esencial de la actual ideología burguesa (la casta política y sus adláteres son una nueva “burguesía”, de facto) dominante: pensamiento único, corrección política, persecución al discrepante; la verdad oficial se acata, y punto.

Una nueva sandez (DRAE: Despropósito, simpleza, necedad), una más, de Irene Montero –podía haber sido cualquier otro u otra- ha vuelto a poner de manifiesto esta cuestión. Risible de pura ridiculez, ha generado miles de comentarios en las redes sociales, los medios de comunicación o las conversaciones familiares, y también respuestas serias y documentadas de algunas escritoras y académicas, aunque no solo de ellas, que, de haberse producido en el entorno de las redes habrían merecido el apelativo de rotundos “zascas”, pero al haber sido en entrevistas formales cabría denominar como bofetadas intelectuales.

Más allá de la anécdota, y de las risas que ha provocado, nos encontramos ante una cuestión muy seria. Por una parte, porque precisamente esa consideración del uso de “portavoza” como una mera anécdota, que es además reiteración de otras previas –“jóvenes”, “miembras”-, impide ver la profundidad del peligro que hay detrás de esa forma de emplear y manipular el lenguaje, el famoso supuesto “lenguaje sexista” que invisibiliza a la mujer. Y, por otra, porque esa forma de utilizar el lenguaje como arma ideológica revela la existencia de una ideología que pretende imponerse a toda la sociedad como única verdad oficial en todos los ámbitos. Una ideología que prescinde de la razón o la ciencia cuando no se avienen a sus “diktats” e incluso de las evidencias y datos de la realidad cuando contradicen sus principios y formulaciones (aquello de “no dejes que la realidad te estropee un titular”, traducido a no dejes que la realidad te estropee un prejuicio). PSOE y Podemos han coincidido en ponerse por encima de la Real Academia Española, que es la institución científica y técnica que cuida del buen uso de nuestra lengua, y que comete, al parecer, el pecado de no hacer ideología sino ciencia y de no someterse al poder político o a presiones sociales.

Es trágico que nuestra sociedad esté siendo colonizada ideológicamente sin darse cuenta, en silencio, incluso con una especie de aceptación social (recuerden a Julián Marías con la cuestión de la “aceptación social del aborto”): si aducen que es por una cuestión de igualdad, de justicia, de derechos, pues será bueno, ¿no? A través de los medios de comunicación –series, películas, tratamiento de las noticias- se va dando una única visión y versión oficial de la realidad.

El género todo lo invade. Impuesto desde arriba, desde las más altas esferas internacionales (agencias de la ONU, gobiernos, parlamentos); regado con abundantes subvenciones oficiales y particulares –de fundaciones multimillonarias supuestamente filantrópicas-; acatado sumisa, y en ocasiones gustosamente, por gobernantes, políticos, sindicalistas, eclesiásticos, figuras mediáticas. ¿Habrá algún pequeño David, o algunos, que se atreva a enfrentarse a tan poderoso Goliat?

Si tal ocurre, no hay problema. Está previsto. La prueba la tenemos en las leyes que se han ido aprobando en la mayoría de las Comunidades Autónomas o en las iniciativas que se están tramitando ahora (por ejemplo la de Podemos en el Congreso de los Diputados). Hay todo un sistema de sanciones (económicas y administrativas) o castigos (reprobación social, ostracismo, denuncia de xxxxxxfobia –pues al parecer hay multitud de fobias posibles en esto-) para quien ose no atender los principios de la ideología de género. Esto para los irreductibles ahora (pues, de momento, parece descartable el recurso a campos de reeducación, estilo Pol Pot).

Para el futuro no se prevén problemas, hay todo un sistema dispuesto para ello: un plan de ingeniería social que irá diciendo qué se puede o no pensar, leer, escribir o decir; qué libros y materiales deberá o no haber en las bibliotecas (también las escolares y quién sabe si hasta en las particulares); qué juegos se podrán practicar o no en los patios de los colegios; qué juguetes se podrán pedir o no a los Reyes Magos o a las Reinas o Republicanas Magas; qué disfraces se podrán utilizar o no en los carnavales; qué expresiones serán o no correctas; qué ropas se podrán utilizar o no en según qué lugares y espacios; qué anuncios o mensajes se podrán transmitir o no.

Estoy seguro de que todos, aunque quizá no hayamos caído en la cuenta, hemos visto o leído estas cosas. Mantras como “evitar estereotipos de género”, “micromachismos”, “heteropatriarcado”, y similares, están a la orden del día y son sacados a pasear vengan o no a cuento. Acabamos de pasar la campaña de Reyes con admoniciones sobre qué tipo de juguetes pensábamos comprar a nuestros hijos; ahora en carnavales, en Valencia, una asociación de consumidores advierte sobre el “uso sexista de la imagen de la mujer y recomienda elegir de forma responsable para evitar estereotipos de género, sobre todo si los destinatarios son menores”; y mil ejemplos más.

Curiosamente, casi todos estos están muy callados cuando la imagen de la mujer se utiliza a gran escala por poderosas industrias como la del automóvil o los perfumes; cuando se juega con el cuerpo de la mujer; cuando se aborta selectivamente a niñas por el mero hecho de serlo; cuando se mercantiliza el cuerpo con la pornografía o la prostitución; cuando se comercia y cosifica a la mujer con los vientres de alquiler.

Deseo, querido lector, que no te haya parecido exagerado señalar que decir “portavoza” no es una simple anécdota, aunque sea una simpleza ridícula, sino que esconde tras de sí una auténtica tragedia para nuestra sociedad. Y parte de esa tragedia estará en la larga lista de voluntarios para ejercer de Torquemadas o Savonarolas del nuevo régimen de pensamiento único, del triunfo del Big Brother de género. La creación en diversos ámbitos de una policía de género que dirá lo que está bien o no, lo que es correcto o no, llámese “agentes de igualdad” o como sea, vendrá a cumplir mutatis mutandi el papel que hacen los Comités de Defensa de la República en el nacionalismo: ¿no sería un nombre adecuado Comité de Defensa de la Pureza de Pensamiento?

Y todo esto revestido de supuesta igualdad, derechos, justicia, solidaridad, con una sutil y constante manipulación del lenguaje: se empieza proponiendo el sencillo y casi amable “todos y todas”, alumnos y alumnas”, “hermanos y hermanas”, se continúa pasando al miembras y portavozas, y se acaba sentenciando que lo que dicen la ciencia, la razón, la técnica o el derecho, son fruto del pasado y de la presencia del machismo heteropatriarcal constitutivo de nuestra sociedad. La manipulación del lenguaje es clave aquí.

Como ya denunció José Luis Requero, en un artículo titulado La ideología de género en el derecho español, «el feminismo de género constituye así una visión global, cerrada, que llevada a lo jurídico exige eliminar la diferencia entre sexos, paradigma de lo cual es la proscripción de lo que se llama “lenguaje sexista”, de obligado seguimiento como técnica de elaboración de normas… El feminismo de género tiene su agenda y en ella el lenguaje cobra una importancia trascendental como instrumento de acción. Probablemente nunca ha tenido tanta relevancia como para los activistas de la ideología de género. Las manifestaciones son variadas: desde la lucha contra lo que se considera lenguaje sexista -lo que tiene su traslado en los prontuarios de buenas maneras de legislar o dictar normas- hasta el empleo de términos y expresiones militantes».

Necesitamos que cada vez con más frecuencia sean puestas en evidencia las consecuencias funestas de esta ideología para el futuro de nuestra sociedad, empezando por el recorte de los derechos y libertades de los que no se postren ante el nuevo ídolo, que no duda en exigir sacrificios humanos, en forma de autocensura, silencios o rendición incondicional, cuando no trasvase con armas y bagajes al otro bando. Hay que ir desenmascarando sus falacias y contradicciones. ¿Habrá tabarneses de género que estén dispuestos a correr delante de sus “grises” y a comparecer ante sus tribunales sumarios –algunos previstos como meros órganos administrativos pero con poder casi absoluto-?

Este lenguaje único, pensamiento único, ética única, se extiende a toda la sociedad, generando una triste imagen monócroma: los discursos de los políticos, los mítines de los sindicalistas, los editoriales de los medios, las redes sociales, las declaraciones de supuestos artistas y famosillos, algunas homilías, las normas jurídicas, los documentos administrativos, se parecen milimétricamente en este aspecto unos a otros, pues se ha asumido, acríticamente, que hablar de otro modo ofende a la mujer, la invisibiliza y es hacer un uso sexista del lenguaje.

Esta coincidencia recuerda, sin intención de ofender a nadie y como mera referencia literaria, el final de la fantástica fábula de Orwell, “Rebelión en la Granja”: «Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quien era uno y quien era otro.»

Reparar injusticias, todas; igualdad de trato y derechos, absoluta; libertad de pensamiento y expresión, para todos. Pero todo desde la ciencia y la razón, respetando la realidad de los hechos, sin manipular el lenguaje y sin mentiras, sin imposiciones ideológicas.

Algunos llevamos ya años y años denunciando estas cosas. Cuantos más seamos mejor. Puede que aún no sea ya tarde, pero no nos quedemos en la anécdota, vayamos al fondo de la cuestión para conjurar los peligros.

Si tienes todavía ganas de leer, amable y paciente lector, te invito a que visites el segundo post de este blog dedicado específicamente a la cuestión del lenguaje de género (además, tienes a tu disposición varios post sobre ideología de género): “¿Qué demonios tendrán contra las legales tutoras los senadores españoles y las senadoras españolas?”, publicado el 27 de noviembre de 2013 en el Blog NADA HUMANO ME ES AJENO, en la web de Páginas Digital https://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=5032&te=248&idage=9132&vap=0

Abusando de tu paciencia, te invito a leer estos dos artículos escritos hace más de seis años, para que veas que esto no es nuevo:

¿Dónde están mis hijas?

Me temo que debo haberlas perdido en algún recodo de los caminos de la Historia. Igual que a mi mujer, a mis hermanas, a mis amigas. Me explico. Soy uno de esos recalcitrantes a los que no les parece bien hacer ideología de las cosas más importantes. Por eso tengo la costumbre, buena para mí y mala para los amantes del lenguaje políticamente correcto imbuido de ideología de género, de seguir en esto los dictados de la Real Academia Española.

El caso es que tengo tres hijos varones y dos hijas. Cuando hablo de ellos –y ellas, tendría que haber añadido ahora para ser lo que ya he confesado que detesto-, casi siempre para presumir y sentirme satisfecho, me “olvido” de las dos chicas, pues tengo la costumbre de decir que “mis hijos son estupendos” o que “mis hijos son un regalo extraordinario de Dios” o “a pesar de todos los problemas, que no son pocos, no cambiaría a uno sólo de mis hijos”. También me olvido de mi mujer –sólo a veces- cuando digo, por ejemplo, que “todos iremos a tal o cual sitio” o cuando digo “nosotros llegaremos tarde”. Tendría que decir, para no invisibilizarlas, “todos y todas iremos” o “nosotros y nosotras llegaremos tarde” (los que me conocen saben que aquí estoy siendo muy realista y que la culpa suele ser sólo mía por lo que el uso sólo del masculino está más que justificado).

Hace unas semanas asistimos a la boda de una de mis sobrinas –y, si Dios quiere, dentro de unos meses asistiremos a la de una de mis ahijadas-. A mi hermano, el padre de la novia, unos días antes le dije: “Al final podremos ir todos, pues los dos mayores han podido cambiar los turnos de trabajo”. Curiosamente entendió que íbamos siete y no sólo los cuatro varones, y eso que no dije “iremos todos y todas”.

Otro ejemplo: mi mujer, obviamente, es lo que más quiero –y lo mejor que me ha pasado en mi vida-. Cuando hablo de los dos tengo el ¿vicio? de decir “nosotros”. ¿Qué tendría que decir para ser correcto políticamente, moderno o solidario: nosotros y nosotras, ella y yo, los y las dos? ¿No es simplemente ridículo?

Perdonadme, todos y todas (lo digo por si quieren aplicarme con efectos anticipados la futura –espero que no- ley de igualdad de trato y no discriminación), por el tiempo que os he robado, pero no quería quedarme callado ante tanta estupidez ideológica que ofende al sentido común. Amo igual a mis hijas y a mis hijos (un poco menos que a mi mujer, lógicamente); aprecio lo mismo a mis amigas que a mis amigos; trato de ayudar igual a mis compañeros que a mis compañeras; quiero a mis hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos; pero no pienso hablar de todos y todas, ellos y ellas, unos y otras. Seguiré diciendo “todos” porque hablo con el corazón y con la cabeza al mismo tiempo, porque uso la razón, el sentido común y la lógica y no la ideología. Os quiero a todos.

(24 de julio de 2011).

3  en  1

Permítanme, en esta ocasión, utilizar el mismo texto tres veces, pero redactado de formas diferentes. Por esta sencilla razón el artículo se titula “3 en 1”. El texto –una excusa-, no muy elaborado y no muy ajustado a la realidad, es el siguiente:

Los españoles, como ciudadanos de un Estado de Derecho, tenemos la gran suerte de que la Constitución nos proteja a nosotros y a nuestros hijos, a nuestros ancianos. También protege a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo, incluso a aquellos que desgraciadamente están parados, sin trabajo: ellos son los que sufren con más crudeza las consecuencias de la crisis. Los españoles no somos súbditos, somos ciudadanos soberanos, iguales ante la  Ley vivamos donde vivamos: los vascos, los catalanes, los gallegos, los riojanos, los valencianos, todos los españoles somos iguales. Por lo menos eso es lo que dice nuestra Carta Magna. El problema es que nuestros políticos no siempre actúan así. Como ciudadanos españoles tenemos derecho a exigirles a nuestros representantes que respeten esa norma básica. Todos hemos trabajado mucho para conseguir llegar hasta aquí.

Lo traducimos ahora a la jerga de lo políticamente correcto, que ignora las normas gramaticales por afán de imponer su visión ideológica a toda la sociedad:

Los españoles y las españolas, como ciudadanas y ciudadanos de un Estado de Derecho, tenemos la gran suerte de que la Constitución nos proteja a nosotros y nostras y a nuestras hijas y a nuestros hijos, a nuestros ancianos y a nuestras ancianas. También protege a nuestras vecinas y a nuestros vecinos, a nuestros compañeros y a nuestras compañeras de trabajo, incluso a aquellas y a aquellos que desgraciadamente están parados, sin trabajo: ellos y ellas son los que sufren con más crudeza las consecuencias de la crisis. Los españoles y las españolas no somos súbditos y súbditas, somos ciudadanos soberanos y ciudadanas soberanas, iguales ante la Ley vivamos donde vivamos: los vascos y las vascas, las catalanas y los catalanes, los gallegos y las gallegas, las riojanas y los riojanos, los valencianos y las valencianas, todos los españoles y todas las españolas somos iguales. Por lo menos eso es lo que dice nuestra Carta Magna. El problema es que nuestros políticos y nuestras políticas (aclaro que uso aquí la quinta acepción –referida al hombre o a la mujer que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado- del Diccionario de la Real Academia Española, para que no se confunda con las dos primeras acepciones: perteneciente o relativo a la doctrina política o perteneciente o relativo a la actividad política. Veamos un ejemplo de la confusión que se podría crear: las políticas no desarrollan políticas correctas para la economía) no siempre actúan así. Como ciudadanos españoles y ciudadanas españolas tenemos derecho a exigirles a nuestros y nuestras representantes que respeten esa norma básica. Todas y todos hemos trabajado mucho para conseguir llegar hasta aquí.

¡Qué derroche, el doble de palabras y de líneas que en el párrafo anterior! Podríamos haberlo acortado manteniendo de vez en cuando el uso del masculino plural como genérico, pero habría sido una traición a la causa: la ideología es la ideología, cueste lo que cueste. Hay que hacer las cosas bien, ¿qué es eso de abandonarse a la molicie e invisibilizar a la mujer?

Algunos, más modernos todavía y más versados en las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), optarían -¡lástima que la pesada de la Academia ya señalara que “@” no es un signo lingüístico!- por esta otra versión:

L@s español@s, como ciudadan@s de un Estado de Derecho, tenemos la gran suerte de que la Constitución nos proteja a nosotr@s y a nuestr@s hij@s, a nuestr@s ancian@s. También protege a nuestr@s vecin@s, a nuestr@s compañer@s de trabajo, incluso a aquell@s que desgraciadamente están parad@s, sin trabajo: ell@s son l@s que sufren con más crudeza las consecuencias de la crisis. L@s español@s no somos súbdit@s, somos ciudadan@s soberan@s, iguales ante la  Ley vivamos donde vivamos: l@s vasc@s, l@s catalán@s, l@s galleg@s, l@s riojan@s, l@s valencian@s, tod@s l@s español@s somos iguales. Por lo menos eso es lo que dice nuestra Carta Magna. El problema es que nuestr@s polític@s no siempre actúan así. Como ciudadan@s español@s tenemos derecho a exigirles a nuestr@s representantes que respeten esa norma básica. Tod@s hemos trabajado mucho para conseguir llegar hasta aquí.

Ridículo, ¿verdad?

Doctores tiene la Iglesia y académicos la Academia. Les invito a leer, a ojear siquiera, el Manual de la Nueva gramática de la lengua española. Con poco más de media página basta: “El masculino es en español el género no marcado, y el femenino, el marcado, En la designación de personas y animales, los sustantivos de género masculino se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, pero también para designar a toda la especie, sin distinción de sexos”. Pura economía del lenguaje, justo lo contrario de lo que se consigue con el lenguaje políticamente correcto. Más adelante señalan los académicos que “en el lenguaje político, administrativo y periodístico se percibe una tendencia a construir series coordinadas constituidas por sustantivos de persona que manifiestan los dos géneros… el circunloquio es innecesario en estos casos, puesto que el empleo del género no marcado -¿recuerdan?- es suficientemente explícito para abarcar a individuos de uno y otro sexo”. Cuando el valor de las palabras está devaluado, ¿qué importan unos cuantos circunloquios o eufemismos?

Muy ridículo.

(9 de octubre de 2010. Web de Análisis Digital)

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