Su nombre
Le explico, intentando que comprenda, que es un grupo de países que se juntan para intentar que no haya guerras. Me responde con el nombre de una chica que conoce que se apellida “Guerra”. ¿Como ella? Me pregunta. Me río porque sé que mis intentos son absurdos, pero él se queda contento. Se lo ha llevado a su terreno y me ha dejado, una vez más, fuera de juego.
Unos días después escucho a Vito Fiorino en una entrevista. Heladero de Lampedusa, en octubre de 2013 salvó a 47 inmigrantes cuando volvía de pescar con sus amigos. La historia es conocida, pero al escuchar a Vito me doy cuenta de que no sabemos nada. Él narra cómo confundieron los gritos de auxilio con gaviotas, cómo encontraron a más de 200 personas gritando en el mar, cómo se saltaron el protocolo por el forro para poder salvar a los máximos posibles, el miedo que les frenó al principio, la desesperación porque no se agarraban a los salvavidas… Vito explica, como si fuera lo más normal del mundo, que nueve años después sigue teniendo contacto con casi todos los inmigrantes que salvó. Sabe lo que hacen, a qué se dedican, en qué fase de los infinitos trámites que tienen que hacer se encuentran.
Y de los que murieron también se acuerda. Consiguió una lista de todos los nombres de los que se hundieron para hacerles un memorial. Porque para querer a alguien necesitas llamarle por su nombre.
Para no olvidar, Vito buscó sus nombres igual que para entender la OTAN mi hermano ha buscado el nombre de una persona que conoce que se apellida Guerra. Y ahora, inmersos en unos días frenéticos en los que hemos asistido perplejos al espectáculo lamentable que nos está dejando minuto a minuto la crisis del PP, soy yo la que busca su nombre. Porque en su incomprensión aparente del mundo, en su aferrarse a lo conocido –características típicas del autismo– vive de lo único importante: quiere y se sabe querido. Y con eso basta. En eso va varios pasos por delante.