Sting y las calles que ya no existen
En enero del año pasado el musical “The Last Ship” creado por Sting dejó definitivamente Broadway tras cuatro meses de representaciones en los que no se cumplieron las expectativas de público e ingresos. El proyecto más ambicioso del músico inglés podría parecer un fracaso. Y sin embargo se trata de una obra notable.
Wallsend es una localidad costera del nordeste de Inglaterra, cercana a Newcastle, atravesada por el río Tyne. Es conocida por sus importantes astilleros. La imagen más icónica y recurrente de la ciudad parece casi un fotomontaje: casas adosadas flanqueando la perspectiva de una pequeña calle con la enorme proa de un petrolero irguiéndose al final de la misma. Leslie Street desembocaba en el astillero Swan Hunter, en el que se han fabricado algunos de los buques más grandes de la historia. Cada nave en construcción eclipsaba el sur del horizonte, hasta tal punto que “toda la calle permanecía en la sombra hasta que el barco era botado y la luz volvía de nuevo”. El pequeño barrio se había construido en el XIX sobre el emplazamiento de un fuerte romano que custodiaba el Muro de Adriano, que da nombre a la localidad.
En una de las calles adyacentes a Leslie, Gerald Street, estaba el hogar de Gordon Matthew Thomas Sumner, más tarde conocido como Sting. El músico se crió a la sombra de los barcos del astillero, familiarizado con el ir y venir diario de cientos de trabajadores, el sonido chirriante de los soldadores y el magnífico espectáculo de las botaduras, en las que el estruendo del buque entrando en el río y la presencia habitual de algún miembro de la Royal Family llenaban de satisfacción a la comunidad. Un entorno del que el músico siempre se ha mostrado ´ferozmente orgulloso´.
El fotógrafo británico Chris Killip, presentado por Javier Restán hace un par de años en estas Páginas con motivo de su exposición en el Museo Reina Sofía, documentó admirablemente el proceso de desindustrialización de Inglaterra en los 70 y 80, y su impacto en la clase trabajadora. Inmerso en este proyecto, para el que viajó durante años por el centro y norte de la isla, el fotógrafo recaló en el 75 en Wallsend. Una de sus capturas muestra la calle Gerald –la calle de Sting– junto a la proa de un barco en construcción. Cuando en el 81 regresa a la localidad, las calles que rodean el astillero están demolidas y Killip toma la misma foto, desde el mismo lugar, ilustrando así el triste final del emblemático lugar. Las dos fotos de Killip se han convertido en uno de los símbolos de la crisis industrial de Gran Bretaña, aunque en realidad las calles fueron derribadas para permitir las excavaciones de las ruinas del fuerte romano y sus vecinos fueron realojados en casas nuevas. Estos años enmarcan de hecho la crisis del astillero Swan Hunter, nacionalizado en 1977, privatizado de nuevo en 1981 y clausurado posteriormente.
Hace ahora dos años que Sting regresó de algún modo a Gerald Street al publicar el disco “The Last Ship”. El excelente trabajo incluía temas nuevos del artista por vez primera en casi una década, el material básico de uno de los sueños más grandes y personales del músico: un musical para Broadway ambientado en los astilleros de Wallsend. El trasfondo de la obra es precisamente la crisis industrial que amenaza con el cierre y la pérdida de los puestos de trabajo de los protagonistas, personas que ´la única vida que han conocido es la del astillero´. Todo ello, como no podía ser de otra forma, con gran música que va desde el melódico estilo de Broadway al folk inglés, aderezado con algunas dosis de jazz, y en buen dialecto Geordie.
Los personajes del musical son una mezcla de estereotipos y recuerdos del propio Sting: el duro capataz, el sindicalista que sueña con Planes Quinquenales, la enfermera de escasos recursos, el remachador-poeta que cita a los clásicos y películas de Kubrick, el simpático borrachín, o el párroco católico que ve en la ocupación del astillero la salvación de los puestos de trabajo. Y algunos personajes más significativos para el cantante, como el hombre maduro que se enamora de una mujer joven, o el que abandonó el pueblo y vuelve catorce años después para el papeleo tras la muerte de su padre, encontrando otro fantasma del pasado con el que debe lidiar: su amor de juventud, a la que abandonó sin saber que estaba embarazada.
Sting regresa a su calle, pero ésta ya no existe. El músico no encuentra el empedrado o las aceras, pero en realidad no persigue sus recuerdos de niño. Más allá de la épica proletaria del astillero, no nos impone la recreación nostálgica de un pasado más o menos entrañable. Al contrario, es el Sting maduro –este octubre cumplirá 65– el que vuelve a Wallsend, y lo hace con todos los agujeros de la vida en la línea de flotación. La conflictiva relación con su padre, la vocación, el trabajo y el tiempo que se escapa entre las manos, el enamoramiento a cierta edad o la actitud frente a la enfermedad, la agonía, la muerte y la eternidad, son cuestiones que flotan a lo largo de este proyecto. Tampoco faltan la estima por la comunidad, el respeto por la nobleza del trabajo manual o el asombro por una naturaleza que el paisaje industrial no logra sofocar del todo. El mismo título del proyecto, “The Last Ship”, nos habla de un gran artista que ha visto subir la marea muchas veces y no ve ya tan lejana la última travesía de la vida.
Es poco probable que lleguemos a ver el musical en España, aunque hay rumores de que se representará en los países nórdicos antes de –tal vez– fondear en Londres. Pero además de poder escuchar el disco, es muy recomendable disfrutar del DVD o Blu-ray que recoge el fantástico concierto de presentación que Sting ofreció en el Public Theatre de Nueva York, en un ambiente casi familiar, en el que entre anécdotas explica el significado y el origen de cada canción. El vídeo, una verdadera joya, se encuentra en Youtube si bien vale la pena adquirirlo y disfrutarlo con buena calidad.
En toda la obra –llena de matices que sería imposible desgranar aquí– lo positivo predomina sobre la melancolía. Incluso el protagonista de la nostálgica bossanova “And Yet”, tras constatar en plena resaca autodestructiva que es tarde para encontrar a la chica que amó de joven, concluye con una rendija de esperanza: “Y todavía / Antes de que se ponga el sol / Antes del mar / Tal vez haya algo más / Que esté esperando / A alguien como yo”.
Al final del concierto, Sting brinda una preciosa reflexión sobre su vida. “Creo que es una buena historia, que aún no ha acabado. Estoy orgullosos de quién soy y de dónde vengo. Hay una emoción sencilla que permanece en mí: la gratitud. Estoy agradecido”.
Nosotros también.