Solos y vulnerables, pero con una riqueza invencible

Mundo · José Luis Restán
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12 febrero 2009
El dramático desenlace del denominado "caso Eluana" ha suscitado un interesante debate en la prensa italiana sobre la vulnerabilidad de los valores educados por la tradición cristiana y sobre las "derrotas" del mundo católico en las batallas públicas que reiteradamente se suscitan. Quien ha lanzado el debate ha sido el intelectual laico Giuliano Ferrara, director del diario Il Foglio, que en un apasionado artículo considera que la muerte de Eluana Englaro marca el final de la anomalía italiana, según la cual ese país se habría convertido en un bastión frente al relativismo europeo, gracias a la fortaleza de un proyecto católico de largo aliento. ¿Pero realmente existía ese baluarte, o en realidad lo que ahora se desvela con tintes de tragedia a los ojos de Ferrara es sólo el desarrollo de cuanto anunció Don Luigi Giussani tras conocerse los resultados del referéndum del aborto en 1981?

En aquella ocasión, frente a cualquier tentación depresiva, Don Giussani afirmó que era el momento de comenzar de nuevo, porque estábamos ante un mundo "que ya no es cristiano". Como en la gran época de los monjes europeos evocada por Benedicto XVI en el Colegio de los Bernardinos, la tarea es vivir la fe en todas sus dimensiones, generar nuevas comunidades en las que esta fe despliegue toda su potencia cultural y caritativa, multiplicar los encuentros que hagan posible reconocer al cristianismo como un factor presente que puede ser acogido y vivido, dando lugar a una verdadera educación del pueblo.     

Como explicaba Giancarlo Cesana, uno de los líderes históricos de Comunión y Liberación, en una entrevista publicada ayer por Páginas Digital, el mundo católico viene perdiendo en Italia todas las llamadas "batallas éticas" desde hace al menos treinta años (y hablamos de la gran Italia…). Da que pensar. No es sólo que las fuerzas que el mundo católico y sus "aliados laicos" (que por fortuna en Italia sí existen, y ésta sí es una anomalía real) ponen sobre el campo resultan siempre insuficientes para vencer en términos mediáticos y políticos, sino lo que es más grave: la posición católica se ve crecientemente como una posición marciana, incomprensible e irritante, que no genera curiosidad ni abre interrogantes, mientras que genera rencor, como puede verse en tantos despliegues de la prensa y de la televisión.

Ferrara, con inteligencia y pasión, ha descrito la ruina de una sociedad que da la espalda a su raíz nutricia cristiana, con las consecuencias existenciales que eso conlleva. Pero el problema no es de ahora, ni se resuelve con una batalla ético-política que nos llevará a la enésima desilusión. El propio diario Il Foglio (www.ilfoglio.it), verdadero espacio de laicidad abierta, ofrece otra aportación titulada "Por qué perdemos", en la que diversos exponentes del mundo católico intervienen sobre la cuestión suscitada por Ferrara. Uno de ellos, el sacerdote siciliano Francesco Ventorino, ofrece la clave más inteligente en mi opinión: "más que la pregunta sobre por qué la Iglesia no libra las batallas culturales, yo plantearía la pregunta sobre por qué las pierde casi siempre, y la respuesta es porque ya no hay un pueblo cristiano en el que las verdades cristianas se encarnen, y que sepa dar razón en una sociedad en la que el cristianismo es minoría; la voz de los obispos se ha alzado, pero no es alzando la voz como se vencen las batallas culturales; se vencería en todo caso si hubiese un pueblo con una adecuada conciencia cultural de la propia fe, pero falta el pueblo y falta la cultura".

Tiene razón Ferrara cuando titula que "el cristianismo se encuentra ahora solo y vulnerable". Pero esa vulnerabilidad frente a los poderes del mundo es una constante de la historia cristiana, aunque quizás en algunos momentos nos dejemos llevar por algún que otro espejismo. Pensemos en los benedictinos esparcidos por la Europa de los bárbaros: solos y vulnerables, pero no se podrá negar la riqueza de vida que custodiaron y sembraron. Una vida victoriosa ya en aquel momento, no porque finalmente alumbrase la gran cultura medieval, sino por el tipo de humanidad que generaba y comunicaba. Volvemos siempre al discurso de Benedicto XVI en los Bernardinos: ellos no buscaban un cambio de régimen ni ganar una batalla ética, buscaban a Dios (el significado y la satisfacción de la vida) y así generaron toda una civilización.     

A nadie se le oculta que el zapaterismo plantea al mundo católico español estas cuestiones en toda su crudeza, y no haríamos mal en sacar las lecciones oportunas para lo que se nos viene encima. Para combatir el regusto amargo de derrota que, como a tantos, invade a Ferrara, nada mejor que esta afirmación reciente de Benedicto XVI:   "la historia terrena de Jesús, que culminó en el misterio pascual, es el inicio de un mundo nuevo, porque inauguró realmente una nueva humanidad, capaz de llevar a cabo una ‘revolución' pacífica, siempre y sólo con la gracia de Cristo… esta revolución no es ideológica, sino espiritual; no es utópica, sino real; y por eso requiere infinita paciencia, tiempos quizá muy largos, evitando todo atajo y recorriendo el camino más difícil: el de la maduración de la responsabilidad en las conciencias". Todo un programa para esta hora que nos toca vivir.

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