Entrevista a Daniel Innerarity

´Solo un cambio de Gobierno puede detener el deterioro de las instituciones´

España · Fernando de Haro
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31 mayo 2018
´Asistimos a una larga, larguísima agonía en la que se van sumando casos, lo cual no quiere decir que ahora estemos peor que hace unos años. Estamos mejor, desde el punto de vista de que conocemos mejor esas cosas que se están juzgando, pero toda esta acumulación está erosionando la legitimidad y el afecto que los ciudadanos pueden tener a las instituciones públicas, y la única manera de detener ese deterioro a mi juicio es un cambio de Gobierno por las distintas vías por la que esto pueda ser posible´.

¿La preocupación por la corrupción tiene su fundamento? ¿Podemos estar ante la necesidad de un cambio de ciclo porque los casos de corrupción han restado legitimidad importante al partido en el Gobierno?

Yo creo que sí. Asistimos a una larga, larguísima agonía en la que se van sumando casos, lo cual no quiere decir que ahora estemos peor que hace unos años. Estamos mejor, desde el punto de vista de que conocemos mejor esas cosas que se están juzgando, pero toda esta acumulación está erosionando la legitimidad y el afecto que los ciudadanos pueden tener a las instituciones públicas, y la única manera de detener ese deterioro a mi juicio es un cambio de Gobierno por las distintas vías por la que esto pueda ser posible.

Acabamos de ver lo que ha pasado en Italia, ¿España está a salvo de eso? Porque el populismo acecha en toda Europa, ¿nosotros tenemos alguna componente genéticamente política diferente a la italiana? ¿A España le acecha el riesgo del populismo o lo tenemos conjurado?

Yo creo que el populismo desde hace mucho tiempo es una propiedad que practican la totalidad de los partidos políticos, en distinta medida, unos más, otros practican un populismo más antieuropeo, que a mí personalmente es el que más padezco y que estamos viendo en Italia. Eso es muy preocupante, pero hay otras formas de populismo que también practican todos aquellos partidos políticos que en el fondo no están acertando a dar una respuesta que no sea la del cortísimo alcance, la maniobra concreta, y por tanto el pensamiento más a largo plazo. Para mí, el populismo es el triunfo del cortísimo plazo sobre el largo plazo de las sociedades.

¿Y eso es lo que a usted le preocupaba? ¿Los partidos clásicos no tienen visión larga en este momento, viven la misma perplejidad o mayor que los ciudadanos?

En este momento creo que no hay diferencias sustanciales. Los partidos políticos tradicionales tienen una mayor conciencia de las limitaciones de la política, probablemente prometan con un poco más de austeridad a la gente y no hagan promesas tan fáciles porque entienden de gobernar y saben que van a volver a gobernar, y los nuevos partidos probablemente no tienen esa experiencia y lo hacen con un poco más de frivolidad. Pero creo que en general, todo el sistema político, en mayor o menor medida, está volcado sobre el cortísimo plazo, promesas incumplibles, y esto no resulta comprensible para los ciudadanos.

Y en medio de esta situación, el recurso, por ejemplo, a la democracia directa se presenta como la panacea. Cuando Pablo Iglesias e Irene Montero tienen un problema, hacen votar a las bases para que decidan. ¿Cuáles son las trampas de esta fórmula? Porque al final las convoca quien tiene la sartén por el mango.

Hay que respetar que los partidos políticos tienen culturas políticas distintas, y por tanto hay unos que tienen primarias y otros que no, otros recurren más a consultas… En principio, eso no me parece mal. En este caso concreto, me parece que supone una renuncia a mejorar una de las grandes cuestiones que está degradando nuestras democracias, la mezcla de cuestiones personales con asuntos políticos. Pensar que en estos momentos, con lo que está pasando en España, los graves problemas que hay, el principal problema en uno de los cuatro principales partidos sea el chalé de sus dirigentes creo que es una frivolización de la vida política. Desde el punto de vista teórico, que es lo que más me interesa, no necesariamente cuando los ciudadanos o militantes de los partidos deciden en más ocasiones, deciden mejor y más.

¿Por qué? Eso se ha convertido ahora en una especie de reivindicación: cuanto más decidimos, cuanto más directas son las decisiones de los líderes en vinculación con las bases, es que hay más democracia, ¿cuál es la falacia de esa afirmación?

Eso no es verdad de ninguna manera. De entrada, generalmente ese tipo de decisiones se suelen tomar sobre una base binaria, en este caso concreta se quedan o se van. Pero alguien podría decir, por ejemplo: ¿y si se quedan pero no se compran la casa? Para lo que está la democracia representativa es para que el objeto de nuestras decisiones sea un poco más sofisticado que el blanco o negro, me voy o me quedo, el brexit, ¿me voy o me quedo?, ¿me compro el chalé o dimito? En lugar de esas decisiones tan brutales, hay lo que a mí me gusta llamar “democracia de negociación”, procesos deliberativos donde aparece la cuestión como algo más complejo. Hay un caso ejemplar con las autoridades del gran París que decidieron construir un nuevo aeropuerto y la localización la sometieron a las redes sociales a ver qué pensaba la gente, ofreciendo cuatro o cinco alternativas. Lo que salió de aquella votación, que estaba bastante descontrolada y por tanto era bastante abierta, era que la gente no quería otro aeropuerto. Si nos tomamos en serio la soberanía de la gente, a lo mejor nos encontramos con la sorpresa, buena o mala, de que la paleta de opciones de la gente es mayor que la que les ofrecemos.

Y la democracia representativa tiene la ventaja de que, al delegar en los representantes, la complejidad se puede afrontar.

Claro, y pueden matizar, pueden ofrecernos a los electores, que en democracia somos sin duda la última voz, y eso no lo discute nadie, una paleta más rica, una formulación, o varias, sobre las que decidir.

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