Sobre política y cristianismo

España · Benigno Blanco
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14 octubre 2014
El abandono por parte del PP de sus señas ideológicas y programáticas inspiradas (más o menos vagamente) en el humanismo cristiano, puesto de manifiesto de forma lacerante con la renuncia de Rajoy a reformar la legislación en materia de aborto, ha suscitado el debate público sobre si ese vacío que el PP genera va a ser, puede ser o debe ser, rellenado por una fuerza política que represente a los ciudadanos que comparten una visión de la vida acorde con la doctrina social de la Iglesia.

El abandono por parte del PP de sus señas ideológicas y programáticas inspiradas (más o menos vagamente) en el humanismo cristiano, puesto de manifiesto de forma lacerante con la renuncia de Rajoy a reformar la legislación en materia de aborto, ha suscitado el debate público sobre si ese vacío que el PP genera va a ser, puede ser o debe ser, rellenado por una fuerza política que represente a los ciudadanos que comparten una visión de la vida acorde con la doctrina social de la Iglesia. Me ha parecido conveniente coadyuvar a este debate recuperando una muy personal visión de los principios de la doctrina social de la Iglesia sobre la actuación de los cristianos en política que elaboré hace algún tiempo para una conferencia pronunciada en Madrid.

En aquella conferencia propuse estas diez afirmaciones que me parece pueden iluminar en la actualidad cualquier reflexión al respecto:

1. Los humanos somos personas, es decir animales relacionales. Para nosotros vivir en comunidad y cuidar la dimensión comunitaria de nuestra vida es lo natural; por lo tanto, para nosotros la política, el ocuparse de lo común, es imprescindible. Todos somos políticos aunque no todos tengamos por qué participar activa y profesionalmente en la dimensión institucional de la vida pública. Despreciar la política o a los políticos no es cristiano porque no es humano.

2. El mundo es bueno y nosotros responsables de él. El mundo es creación de Dios que vio, al acabar de hacerlo, que era bueno, según nos dice el Génesis. Por lo tanto, despreciar el mundo (la sociedad, la política, la empresa, la moda, los medios de comunicación, el dinero, etc) no es cristiano; tenerle miedo al mundo no es cristiano. Y este mundo, que es bueno, es nuestra responsabilidad; Dios nos lo encomendó; a nosotros nos toca hacer que todas las circunstancias y ambientes sean respirables y aptos para la vida verdaderamente humana de un hijo de Dios.

3. Amamos la libertad y su consecuencia natural: el pluralismo. Sabemos que de la religión no se deriva ni una doctrina política ni unas leyes concretas; y por tanto nos parece natural y digno de aprecio el pluralismo de ideas y propuestas políticas entre los hombres en general y entre los cristianos de forma particular. No hay ni puede haber una única política cristiana ni un único partido político cristiano, ni un único régimen político cristiano; pues en materia política lo normal es el pluralismo, entre los hombres en general y, por ende, también entre los cristianos. La política es el terreno de la libertad porque es una realidad humana y los humanos somos libres.

4. El mundo –y el ser humano en particular– consiste en algo, tiene naturaleza, porque ha sido pensado antes de ser creado; por tanto, el bien es algo objetivo y cognoscible. Existe lo natural, lo que se acomoda a la naturaleza de las cosas y eso es lo bueno y nosotros podemos conocer en qué consiste el bien e intentar realizarlo con nuestra libertad. También en la vida política hay bienes morales objetivos que deben ser perseguidos y cuya violación es un mal objetivo, al margen de cuantos lo entiendan así o no.

5. La verdad no se impone, se propone. Este mensaje que recalcó Juan Pablo II en su última visita a España es esencial para la actuación pública de cualquiera que ame la libertad y por tanto para un cristiano. También en la vida pública hay que apelar a la razón de las personas para que en libertad opten por el bien; hay que construir mayorías que amen el bien moral para que así las leyes y las políticas públicas se comprometan con ese bien moral.

6. No se puede hacer el mal nunca. Este principio es tan válido en la vida pública como en la privada.

7. Hay que hacer el bien que se pueda. El político, como cualquier otro profesional, debe esforzarse por hacer todo el bien que esté a su alcance dadas las circunstancias, su cuota de poder e influencia, etc. La definición del bien posible en cada caso debe ser determinado en un juicio de conciencia bien formada por cada uno ejerciendo la virtud de la prudencia y pidiendo el oportuno consejo en su caso.

8. La unidad de vida es irrenunciable. El cristiano lo es en su casa, en el Parlamento, en la calle, en el bar y en el palacio de Gobierno. La fe no se cuelga en el perchero o se deja en el coche cuando uno entra en los sitios donde se hace política.

9. El relativismo es el gran error de nuestra época a evitar. La verdad y el bien existen y son discernibles objetivamente, bien es verdad que en un proceso que puede ser arduo y no siempre carente de posibles oscuridades. Estar en política en una sociedad pluralista no implica abdicar de las propias convicciones sino que exige hacerlas valer proponiéndolas a la libertad ajena. Sería absurdo pensar que la única convicción que se puede defender en democracia es la de que no existen convicciones firmes.

10. Hay que ser benevolentes, no meramente tolerantes. El mal a veces se puede tolerar, incluso en ocasiones puede ser conveniente tolerar ciertos males. Pero respecto al bien no basta con ser tolerantes; hay que ser benevolentes, amarlo, perseguirlo, comprometerse con él. También en política.

Una sabia combinación de estos principios creo que puede aportar luz a la actuación pública de cualquier ciudadano responsable que quiera inspirarse en la doctrina social de la Iglesia para actuar en política en una sociedad como la nuestra.

Como se puede apreciar, no he formulado ningún programa concreto… porque de la doctrina social de la Iglesia –que es parte de la moral y no un programa político, como indicó San Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus– no se deduce una propuesta de leyes o políticas concretas como explicó con rigor Benedicto XVI ante el Reichstang alemán en Berlín el 22 de septiembre de 2011. De la doctrina social de la Iglesia no se deduce un programa político, sino una identificación de los bienes morales a proteger en la actuación tanto política como privada.

Para concluir –y dado que este artículo es en gran medida una autocita– reproduzco a continuación un texto que escribí para el volumen de la BAC que publica los comentarios a La Verdad sobre el Amor Humano, documento de la Conferencia Episcopal Española sobre matrimonio y familia:

“San Josemaría resumía las conclusiones a que ha de llevar una sana mentalidad laical:

«– a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal;

– a ser lo suficientemente cristianos para respetar a los hermanos en la fe que proponen –en materias opinables– soluciones diversas a la que cada de uno de nosotros sostiene.

– A ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas».

Recapitulando: corresponde a los cristianos –al igual que al resto de los hombres de buena voluntad– como agentes libres y responsables de la vida social y política formular y defender las políticas y leyes en defensa del matrimonio y la familia que juzguen prudente y responsablemente más idóneas y posibles según las circunstancias y los tiempos para ayudar a recrear una sociedad más humana y familiar. Este trabajo no acabará jamás; en cada época habrá sus dificultades y posibilidades específicas y a los cristianos de esa época les corresponderá con su inteligencia, libertad y amor a la verdad sobre el hombre, impulsar lo mejor”.

Estas consideraciones que en su día hice respecto a las políticas familiares creo que son extrapolables al debate actual sobre los católicos y la política con carácter general.

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