Sobre la independencia de México

Mundo · Jorge E. Traslosheros
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2 septiembre 2010
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) acaba de presentar la carta pastoral a propósito de la Independencia y la Revolución. Se trata de un discernimiento a partir de la memoria histórica, para definir la misión de la Iglesia en el México de hoy. Es un texto muy rico del cual destaco cinco elementos.

Primero. No es un documento historiográfico. Es una reflexión teológica serena, con ganas de comunicar. Los obispos se han presentado como predicadores de la Gracia, lejos del lenguaje críptico y del regaño. Han logrado una lectura realista y esperanzada de la realidad, para proponer un proyecto cultural desde la fe.

Segundo. Los obispos se han puesto a tono con lo mejor del pensamiento católico del último siglo y medio, muy en el talante del Concilio Vaticano II, del magisterio pontificio posterior y en armonía con la última reunión de la Iglesia latinoamericana que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Aparecida. De igual suerte, entran en consonancia con la revolución teológica del siglo XX -de la cual Benedicto XVI es uno de sus grandes exponentes-, y que consiste en el regreso a la dimensión personal del ser humano y de Dios, un redescubrir que esta relación de amor transforma la historia de cada persona y de todas las personas. 

Tercero. La propuesta cultural se centra en Jesús de Nazaret. Se propone una visión del ser humano como persona completa, llamada a una intensa vida espiritual, con vocación social y trascendente, muy capaz de construir una sociedad con paz y justicia. Se propone el humanismo cristiano como alternativa a nuestra cansina y aburrida cultura, fragmentada por un relativismo radical que reduce el ser humano a un simple individuo narcisista, incapaz de ver más allá de su espejo, que confunde la libertad con el capricho y cuyo aislamiento le impide reconocer en el otro a un hermano con el cual construir relaciones de amor y solidaridad. Un individuo sin esperanza cuya vida se vacía de sentido conforme se llena de frustración. Frente a esta cultura que ha perdido el sentido de la dignidad humana, se propone lo mejor de la Iglesia, que es Jesús de Nazaret. Frente a la muerte de la esperanza, la vida plena en la resurrección de Cristo.

Cuarto. Se propone actualizar nuestra memoria como nación, retomar lo mejor de nuestra tradición política y consolidar la democracia con una sociedad civil fuerte y muy participativa. Para ello es necesario renunciar así al laicismo que tiene vocación autoritaria, como a cualquier forma de fundamentalismo religioso. Es necesario construir un auténtico Estado laico que proteja la libertad religiosa, para que las distintas religiones colaboren en la construcción del bien común, sin limitaciones.

Quinto. La carta hace un exhorto a los laicos para que asumamos nuestra responsabilidad como católicos y ciudadanos en la construcción de un México justo, pacífico y solidario. No más católicos esquizoides atrapados ente lo público y lo privado, no más católicos vergonzantes. Laicos decididos a anunciar el Evangelio en la vida cotidiana, dentro de una sociedad plural, con hambre de dar testimonio del Señor de la Vida.

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