Siria, socio de la Unión Europea
¿Por qué no abrir negociaciones para que Siria sea el socio número 29 de la Unión Europea? ¿Por razones geográficas? Siria está en Oriente Próximo. También Turquía. ¿Por razones culturales? Siria es un país de mayoría musulmana. Turquía también y no cuenta con una minoría cristiana significativa como la que sí hay en Alepo, Damasco o Homs. ¿Por razones políticas y de derechos humanos? Siria está bajo un régimen dictatorial que no respeta las libertades. ¿Y es Turquía acaso un país democrático? Si vamos a facilitar los visados a los turcos, ¿por qué no dárselos a los sirios?
La propuesta para que Siria entre en la Unión Europea (solo una provocación) nos evitaría poner en marcha el acuerdo al que llegaron los 28 con Turquía el pasado viernes. El acuerdo por el que se va a expulsar a los refugiados que lleguen a las costas griegas. Si Ulises volviera a ser lanzado a las costas de la isla de los feacios, desnudo y desprovisto de todo, hoy ya no habría una bella princesa como Nausica para acogerlo, ya nadie pronunciaría las palabras que Homero pone en sus labios: “puesto que te hallas en nuestra ciudad y tierra, no temas carecer de vestidos ni de nada que necesites, en semejante trance, suplicante” (Odisea VI, 190 y ss).
El sagrado deber de hospitalidad -tratar con respeto y acoger al suplicante es el modo de ganarse el favor de los dioses- con el que se inaugura Europa hace 3.000 años ahora queda muy relativizado o desaparece.
El acuerdo con Turquía está destinado a quedar en papel mojado o a incumplirse. Para evitar la flagrante vulneración del derecho internacional que supone una deportación masiva, el compromiso alcanzado en Bruselas contempla la fórmula de la expulsión individual a un país seguro (Turquía). Fórmula que la semana pasada avalaba el Tribunal de Justicia de la UE. Para que se cumpla la ley es necesario que se examine cada caso, que se produzca una resolución administrativa y que el solicitante pueda recurrir ante un juez, en este caso un juez griego. La Unión fue incapaz de poner en marcha los hot posts (puntos calientes) que debían servir para identificar a los refugiados y distribuirlos según las cuotas acordadas y nunca cumplidas. Si no se consiguió poner en pie aquella fórmula, tampoco se va a poder cumplir con los requisitos que implica una expulsión individual realizada conforme a derecho.
Turquía, además, es un aliado complicado. Vamos a pagarle 3.000 millones ahora, otros 3.000 millones después, a facilitar la tramitación de visados y a abrir un nuevo capítulo de su adhesión a la UE. El dinero llegará, pero es muy probable que las otras promesas tampoco se cumplan. En cualquier caso, lo significativo es que Europa “subcontrata” a Turquía parte de la gestión de la crisis. Una Turquía que, desde que empezó la guerra hace cinco años, ha sido más que ambigua. Turquía ha bombardeado posiciones del ISIS, sí, pero al tiempo ha bombardeado posiciones kurdas. Turquía ha apoyado a los occidentales, pero al tiempo ha dejado pasar a través de sus fronteras a todos los europeos que han querido sumarse a las filas del Daesh. Ha dejado pasar también las columnas de camiones cargados de petróleo, contrabando con el que los yihadistas se financian (2.000 millones de dólares al año según estimaciones israelíes).
Merkel se ha rendido. Del Welcome refugee! hemos pasado al Refugee go home!, o lo que es peor al Refugee go to Turkey! Merkel se ha rendido porque quiere evitar que lo que sucedió en las regionales de Sajonia-Anhalt, Baden-Württemberg y Renania-Palatinado se extienda como un cáncer. El varapalo a la CDU y el SPD, que pierden terreno en favor del nuevo partido xenófobo Alternativa por Alemania, es un nuevo síntoma alarmante del nuevo fantasma que recorre Europa.
El examen detallado de los resultados en las regionales alemanas confirma que el rechazo al extranjero se produce allí donde menos población inmigrante se ha asentado. En el Estado de Sajonia, un Estado de la antigua Alemania Oriental con menos foráneos que los otros dos estados, es en el que más ha crecido el apoyo a la xenofobia. También han sido Hungría y los países del Grupo de Visegrado, los que menos extranjeros tienen y los que fueron acogidos en la ampliación de 2004 (la que metió en la casa europea a los países del Este en un gesto de soberana gratuidad), los más beligerantes en la crisis de los últimos meses.
La xenofobia es, en gran medida, rechazó no al extranjero conocido sino al extranjero pensado. ¿El homo sovieticus reconvertido en homo economicus (hombre de gran consumo) rechaza con más intensidad al extranjero porque no tiene raíces y porque absolutiza el bienestar que ve amenazado? ¿La pervivencia de ciertos vínculos sociales como los que se dan en los países del sur (España) sirven de antídoto a la xenofobia? Por el contrario, ¿la ruptura de esos vínculos aumenta el riesgo? Demasiadas preguntas que sin duda habrá que intentar responder.
De momento lo que sabemos es que cuando las nuevas Nausicas europeas ven al nuevo Ulises tendido e indefenso sobre la playa, y no en una pantalla de móvil, cuando el extranjero es conocido y no pensado, se despierta con más facilidad la compasión hacia el suplicante que nos hizo europeos. Realidad y más realidad parece la solución. La crisis de los refugiados nos avisa: la gran Ilustración de la que somos hijos nos ha dejado a oscuras, en algún momento perdimos ese vínculo con la arena, con lo real, del que surge la luz.