“Sin un nuevo corazón no saldremos de la crisis social”
Hace un año y medio tuve ocasión de hablar con Julio Anguita. Me comentó que el capitalismo había muerto de éxito. Que era imposible crecer y crecer, pues ya había llegado a un límite, por ejemplo, en los recursos naturales, que eran finitos. Le pregunté si la cuestión social y ambiental era nuestra última frontera, una oportunidad de construir algo más humano. Me corrigió y me dijo que la medioambiental. En Laudato Si’ (139) Francisco dice que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social sino una compleja crisis socio-ambiental. ¿Estaría de acuerdo con estas afirmaciones?
Estoy totalmente de acuerdo en que ambas crisis están interconectadas y que no pueden resolverse por separado. Sin embargo, soy más optimista por lo que se refiere a la crisis medioambiental. Pienso que el capitalismo nos ha demostrado que, con todos sus defectos como sistema, es capaz de generar los incentivos necesarios que permiten superar muchas dificultades.
Fijémonos por ejemplo en lo que está ocurriendo en las finanzas. Este año 2021, Larry Fink, CEO de la gestora de inversiones BlackRock, ha mandado una carta dirigida a CEO’s empresariales en la que explica su visión sobre cómo las inversiones orientadas con criterios ESG (esto es, inversiones en empresas sostenibles a nivel medioambiental, social y de gobierno) no solo son necesarias para la sostenibilidad del planeta y la salud de las personas, tal y como nos muestra la pandemia, sino que además lo describe como una auténtica posibilidad de negocio y futura rentabilidad. Si el capital entiende que un modelo de desarrollo sostenible es o será rentable, este empezará a invertir en el cómo, ya está pasando, tal y como cuenta Fink en la misma carta.
En cambio, por lo que respecta a la crisis social, es posible que este capital consiga un mundo medioambientalmente sostenible y rentable, pero que deje atrás a muchos. Es por esto que, por lo que respecta a la crisis social, soy mucho más pesimista. Otro ejemplo en este sentido: el capitalismo es capaz de crear una vacuna a ritmos vertiginosos porque hay incentivos a nivel de rentabilidad para hacerlo. En cambio, distribuir estas vacunas con criterios de equidad y justicia social no entra dentro de dichos incentivos, e incluso los gobiernos occidentales están actuando de forma bochornosa acumulando vacunas por encima de sus necesidades. Desde mi punto de vista, el capitalismo y sus valores predominantes podrán solucionar la crisis medioambiental. Pero sin un nuevo corazón, unos valores que antepongan el desarrollo de las personas a la rentabilidad del capital, no saldremos de la crisis social.
El papa Francisco nos llama hacia realizar una reinterpretación de nuestra relación con el planeta (Laudato Si’), con los demás (Fratelli tutti), con la propia Iglesia (Evangelii Gaudium). ¿Qué lecciones se pueden extraer más fundamentales de lo que nos dice Francisco en este tiempo, para que nos sirvan para la vida? ¿En qué consiste la “Economía de Francisco”? ¿Existe algún Manifiesto al que adherirse?
Como coordinador y participante de Economy of Francesco me siento muy afortunado y esperanzado. Desde el inicio de su pontificado, el Papa ha mostrado una claridad y valentía particulares por lo que se refiere a temas socioeconómicos. En mayo de 2019, el papa Francisco mandó una carta a jóvenes economistas y emprendedores convocándolos en Asís para dar una nueva alma a la economía. Lo verdaderamente revolucionario fue que, aun contando con una visión muy clara de cómo debemos devolver el alma a la economía, el Papa no trató de imponer su idea, sino que confió en los jóvenes como voces proféticas y de cambio. En este camino que es Economy of Francesco, estamos viendo cómo este movimiento supone una praxis de muchas de las ideas contenidas en las encíclicas, pero que surgen del corazón de los jóvenes: economía como custodia en vez de propiedad de los bienes, economía como tener cuidado de las cosas y las personas, economía como compartir en vez de competir.
La educación parece en permanente trinchera partidista en España. El sistema universitario parece ser una fábrica de empleados, en el mejor de los casos, o de parados, como en los 80, en el peor. Se ha convertido en un cuestionado mero transmisor de conocimiento, cuando ahora se genera más conocimiento en un par de años que en toda la historia de la humanidad y, además, este es accesible a todo el mundo a través de internet. Se podría decir que el método medieval sigue vigente. ¿Cree que se debe repensar el papel de la universidad? ¿Qué papel le puede esperar, al menos en Occidente? ¿Debe desconectarse del mercado laboral, todavía más?
La universidad tiene que desconectarse del mercado laboral. El papel de la universidad, en esencia, no es el de formar profesionalmente. Ya lo decía J.S. Mill en su lección inaugural de la Universidad de Saint Andrews: “su objetivo [el de la universidad] no es hacer hábiles abogados, médicos o ingenieros, sino seres humanos capaces y cultivados”. Nuestro país ha creado un constante desprestigio de la formación profesional y, ante esto, la universidad ha ido asumiendo paulatinamente el vacío que esta dejaba. Orientando la universidad a cubrir las necesidades del mercado laboral, a las salidas profesionales como las llamamos, estamos encomendando una labor a una institución que no es competente para ello y, aún peor, la estamos alejando de aquello que le es propio, es decir, elevar el espíritu de la sociedad hacia propósitos más nobles que el crecimiento económico. De ahí el declive de las humanidades y, desde mi punto de vista, de la dimensión espiritual y percepción metafísica entre las nuevas generaciones.
Con el corazón en la mano, ¿cree que las personas podemos redirigir el sistema económico capitalista? ¿Existe alguna alternativa al mismo en clave cristiana?
Me gusta que hayas utilizado la fórmula redirigir, y no cambiar o derrocar. Ha existido durante demasiados años la idea de que cambiar de sistema es lo que nos va a permitir vivir en plenitud. Esta idea nos ha traído auténticos baños de sangre, sobre todo durante el pasado siglo. Creo que la respuesta a si existe un modo distinto de vivir, también en clave económica, está nada más y nada menos que en el Evangelio. Cuando preguntan a Jesús si es lícito pagar tributo al César, él responde: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). El Evangelio de Jesús invita a un cambio de mirada (metanoien), a un nuevo corazón de carne que reemplace los corazones de piedra. Y ya que hablamos de corazón, con el corazón en la mano como me pedías, mi convicción es que la vida en plenitud que nos promete Jesús y toda la Biblia, esto que llamamos Reino de Dios, vendrá de dentro (conversión de la persona) y no de fuera (cambio de sistema). Y para no quedarnos en la teoría, vemos cómo ya hace años, y también ahora desde el seno de Economy of Francesco, cada vez hay más empresas que ligan su objetivo de ser rentables financieramente con un objetivo social. Son empresas que buscan ser viables pero que, por ejemplo, no reparten dividendos, sino que los beneficios se destinan a una causa social o humanitaria como puede ser la inclusión a través del trabajo (el caso de la catalana La Fageda) o la construcción de pozos de agua en países en vías de desarrollo (como el caso de Auara).
Parece que estamos llamados a una relación con máquinas. Sobre la propiedad, muchos critican su finalidad social. Sin embargo, parece que se han abierto otros debates como, por ejemplo, que la tendencia sea en la actualidad que solamente unos pocos sean propietarios, mientras la gran mayoría únicamente alquile por uso, en un sistema de consumo máximo, prácticamente todo. El trabajo y el capital, en antinomia por un error del materialismo, son superados por la economía de los datos donde la persona es la propia mercancía, de una u otra forma. Es como si viniera una gran ola sistémica que fuera a cambiarlo todo. El sentido del trabajo, las razones para trabajar, para fundar una familia, un hogar, sobre la base de unas propiedades, generando una comunidad, con sus ritos y tradiciones, parece que sucumben ante la economía global, manejada estupendamente por los grandes tecno-burócratas y financieros. ¿Qué instrumentos tiene un cristiano ante esta realidad?
Creo que como cristianos contamos con la certeza de que, en esta sociedad llena de dispositivos, nuestra opción son las personas y, más aún, la presencialidad, el contacto directo. Fijémonos en lo que es en sentido literal un dispositivo. Un dispositivo nos dispone. Nos dispone de una forma determinada. Por ejemplo, una silla, entendida como dispositivo, es un producto que nos dispone materialmente de una forma particular. Debido al éxito de este dispositivo en el mundo occidental, hemos perdido la habilidad de sentarnos de manera cómoda en el suelo o de trabajar sin necesidad de una silla como es tan corriente en el mundo oriental. Esto es muy visible en una clase de yoga cuando llega un nuevo alumno, ya que normalmente no es capaz de sentarse en el suelo de forma natural y sin moverse. Los dispositivos digitales tienen el mismo riesgo. Si no optamos de manera radical por una cierta “higiene” digital, es decir, relacionarnos con los demás y con el mundo de manera directa y no intermediada por un dispositivo, perderemos parte de nuestra humanidad más auténtica. Solo el contacto directo con las personas es el que nos abre la puerta a la fraternidad. Solo el goce directo con la naturaleza y el arte es el que nos abre la puerta a la sensibilidad metafísica, por ejemplo. La libertad más primigenia, auténtica y transcendente del ser humano es solo posible con la ausencia de dispositivos.
¿Qué características debería tener un líder empresarial o económico católico? ¿Cómo debería enfocar su relación con la empresa, con los trabajadores, con el propio entorno, con los clientes? ¿Qué prácticas debería promover o aplicar?
Pienso que, durante muchos años, sobre todo por lo que se refiere al sexo masculino, ha imperado un prototipo de hombre de negocios, directivo, o incluso padre de familia, con unos rasgos muy característicos. Un hombre siempre seguro de lo que hace, que no se equivoca, que apenas sonríe, y que parece que nada le afecta.
Es una propuesta difícil, que cuesta implementar en el día a día, pero pienso que un líder cristiano debería caracterizarse, es decir, que pueda reconocerse, por su amabilidad y ternura. Una de las partes que más me conmovió de la Fratelli tutti es una parte muy breve donde el papa Francisco habla precisamente de la importancia de la gentileza y la amabilidad. De la sonrisa. En la Regla de san Benito, por ejemplo, se dice que el abad debe ser más amado que temido.
Creo que la base de todas estas virtudes, la humildad o la gentileza, es comprender cualquier posición de liderazgo no como una posibilidad de servirse de los demás sino en un deber de servirlos. Servirlos en el sentido concreto de hacerlos crecer. De hecho, la palabra autoridad en griego (exousian) se refiere justamente a esto. La verdadera autoridad es la capacidad de sacar fuera la esencia del otro; sacar a la luz aquello que lleva dentro, su don o vocación; hacer germinar la semilla que hay dentro de sí mismo, que cuando crece es siempre un bien para él y un bien para con la sociedad. Todos somos líderes en algún ámbito, sea yo padre, amigo, profesor, empresario o presidente del Gobierno. Todos podemos hacer crecer, no tanto la economía como hacer crecer a las personas.