Sin timeout, sin miedo
2023, otro año extraño. Otro año vertiginoso si el adjetivo vertiginoso tuviese todavía algún significado para definir el momento que vivimos. ¿Otro año para alimentar el miedo y el desconcierto en el que normalmente nos movemos? Una nueva guerra cruel, en la que no se respeta a los civiles, ha estallado en Oriente Próximo después de los injustificables ataques terroristas de Hamas. Se hace evidente que es necesaria altura de miras, un nuevo liderazgo político y religioso para salir de la espiral de violencia. Pero esa altura de miras no llega. La guerra de Ucrania se ha estancado. Se ha hecho más evidente que nunca que el crecimiento económico no siempre genera paz. Vuelve un mundo en el que la única ley es la del más fuerte. Los países del Gran Sur se sienten cada vez más lejanos y más injustamente tratados por Occidente. Siguen ganando peso India y China, con modelos sociales en muchos aspectos inhumanos. Pekín sigue avanzando en influencia planetaria mientras las ayudas occidentales no compensan el crecimiento de la Ruta de la Seda. Muchos estados africanos han caído bajo su influencia, de modo que se está desarrollando una nueva forma de colonialismo que no tiene nada que envidiar al del siglo XIX. Europa no ha sabido responder con inteligencia al reto de la migración en este 2023.
El multilateralismo ha quedado olvidado. No sólo para detener o humanizar las guerras sino también para regular de un modo u otro, a nivel global, la Inteligencia Artificial (IA). La ley europea de IA de momento es la única en el mundo y parece nacer con grandes limitaciones. Cuando llegue a aplicarse, la tecnología estará ya en una nueva fase para la que las reglas se habrán quedado viejas. Acabamos 2023 con la sensación de que el derecho, en materias decisivas, siempre va por detrás de la realidad. Lo único que se nos ocurre es pedir un “tiempo muerto” como el de los partidos de baloncesto (basketball timeout) para que las normas puedan tener algún sentido. Pero no hay timeout posible. En realidad la cuestión ética y jurídica sigue siendo una especie de “añadido externo” al desafío antropológico que plantea la tecnología.
Acabamos el año con la pregunta más viva que nunca: ¿qué es lo propio del conocimiento humano? ¿hay algún nivel de significado al que la máquina no podrá llegar? ¿Ese nivel es el de las preguntas, el del deseo, el relacionado con la voluntad?
El desafío ante 2024 se parece a la provocación de 2023. Visto que no hay espacio para un timeout eficaz, ni en el ámbito de las relaciones internacionales ni en el de la IA ¿estamos condenados a quedar paralizados por el miedo? Está claro que las reglas no podrán darnos la seguridad que buscamos.
En realidad solo nos tenemos a nosotros mismos, solo tenemos a nuestra disposición ese pobre recurso que es nuestro yo, nuestra humanidad. Es un recurso débil y al mismo tiempo fuerte, irreductible. En cualquier momento el poder de los sujetos internacionales (estados, combatientes, redes de terrorismo, etc), el poder de las organizaciones identitarias, el poder del capitalismo digital puede sofocarlo. Pero es el yo el que sabe distinguir lo que es humano e inhumano, el que sabe sufrir y ser compasivo, el que jamás se detiene ante el deseo de justicia, el que no puede quedar satisfecho por un tipo de conocimiento sin contenido semántico, de significado. El yo es el único instrumento, el gran instrumento, que nos permite no quedar paralizados por el miedo.
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