Sin migración no sabríamos qué somos

Editorial · Fernando de Haro
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4 octubre 2025
No queremos buscarnos, descubrir quiénes somos al escuchar nuestro nombre en las voces de los que “no son nuestros”. Hay que amar la vida sin miedo.

Cuando se habla de extranjeros la política se parece a la vida. Mejor decirlo de otro modo: cuando se habla de migración, la política se parece al miedo que le tenemos a la vida. El PP, ha dejado de ser la excepción en Europa. Se ha sumado a los partidos de centro-derecha que quieren endurecer las políticas migratorias. Teme, como la CDU alemana, que los votos se vayan a formaciones más a su derecha.

La política, quien hace política, huele nuestro miedo a la vida y se quiere aprovechar de él.  Queremos estar solo “entre los nuestros”. Que al sentarnos a cenar con tres, siete o veinte personas no sea necesario presentarse, explicar quiénes somos, en qué creemos y porque creemos lo que creemos. Queremos que todo el mundo nos conozca o conozca a alguien que conoce a alguien que nos conoce. Queremos que la conversación no tenga que referirse a lo que fundamenta nuestra vida, queremos hablar de las consecuencias, de las cosas prácticas. O simplemente queremos dedicarnos al gossip y a reforzar la cohesión del grupo comentando cómo de malos son “los otros”. Queremos que no sea necesario hacer el esfuerzo de comprender otro lenguaje; que el médico, el compañero de trabajo, la señora que vende el pan, el vecino del cuarto piso sea “uno de los nuestros”, que todo esté claro, entendido de antemano, sobreentendido, que no haya nuevo que entender. Si no es así, entramos en la panic zone (zona de pánico).

Hace algunos años, la revista European Journal of Training and Development ofrecía en uno de sus artículos algunos consejos para superar la ansiedad que crea la zona de pánico: recomendaba tener a mano un entrenador, un asesor. En definitiva alguien que dijese lo que hay que hacer. La ansiedad de un mundo diferente, que se nos antoja lleno de “los otros”, nos impulsa a entregar nuestra alma a “los que saben”. Con ellos se puede estar seguro.

Este miedo a la vida que nos lleva a renunciar con mucha facilidad a la libertad nace de un desamor. Del desamor hacia nosotros mismos, de la falta de interés por recibirnos como un misterio a través de la relación con los otros. No queremos buscarnos, descubrir quiénes somos al escuchar nuestro nombre en las voces de los que “no son nuestros”. Pero las plantas que crecen en los invernaderos no soportan el aire libre y acaban por ser criaturas inseguras, por no saber quiénes son.

Volvamos a la política. Los políticos huelen nuestro miedo. El PP propone que los migrantes irregulares no cobren ayudas sociales. Pero el dinero de esas ayudas que no se quieren dar a los migrantes, negándoles la dignidad que tienen como personas, lo han aportado otros migrantes. No podemos pedirles a los migrantes que mantengan el Estado del Bienestar pero que no reciban ayudas cuando las necesitan. El PP quiere dejar entrar solo a los que vienen a trabajar. También es una propuesta contradictoria. Ya están aquí y muchos ya están trabajando: si no trabajan de forma regular es porque nos negamos a regularizarlos.

El PP propone un visado por puntos. Es una fórmula implantada ya en el Reino Unido y en Alemania que favorece la entrada en el país y la regularización de los migrantes que van a trabajar en sectores en los que falta mano de obra, que tienen cierta edad o que conocen el idioma. El PP quiere, además, incluir como criterio de regularización y de entrada que el migrante comparta la historia, la lengua, los valores y cultura de España.

Si hablamos de la lengua la cosa es clara. Pero en el caso de la historia, la cultura y los valores empiezan los problemas. ¿Qué somos? ¿Qué es una historia compartida? ¿La de Europa, la de cada Estado-nación? ¿Vamos a declarar que los valores laicos y republicanos, en los que nadie cree, son la cultura oficial del Estado como ha hecho Francia? La laicidad francesa es una forma de confesionalismo. ¿Cuáles son nuestros valores? ¿Los de la tradición ilustrada ya disuelta, los católicos, los laicos, los de la cultura postmoderna de la mayoría de los jóvenes? Seguramente todos esos aunque muchos sean contradictorios entre sí

Ya sabemos que un multiculturalismo neutral como el británico provoca un gran desastre. Y hay algunos valores que, en principio, son compartidos: los que están recogidos en nuestro ordenamiento jurídico, en la Constitución. ¿Pero más allá de los valores constitucionales tenemos algo que pueda servir para integrar y dar forma a un mestizaje inevitable? ¿Sirve el patriotismo constitucional, ya algo gastado, para resolver el problema?

Son algunas de las preguntas apasionantes que nos plantea la migración. No se puede responder a esas preguntas haciendo declaraciones, enunciando principios. Solo sabemos quiénes somos, cuál es nuestra cultura, al observar cómo reaccionamos ante un reto. Para eso hay que amar la vida sin miedo.

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