Sin miedo a sentir

“Para sanar cualquier emoción hay que permitirse sentirla, no tener miedo”, decía Eduardo Grecco en una entrevista reciente con La Vanguardia. En las redes sociales cada vez se premia más a los valientes que invierten las duras circunstancias que les tocan vivir y las transforman en intensidad de vida, personas que se atreven a sentir de verdad.
Uno de estos casos de heroicidades humanas es el de Zach Sobiech, un chico de 17 años que tomó esa decisión de “vivir a tope” ante un cáncer que llegó a su vida como un tsunami. Es probable que ya conozcas su historia o que hayas escuchado su famosa “Clouds”, un tema que compuso cuando sabía que le quedaban pocos meses de vida. No era músico profesional, pero encontró en su guitarra un medio de expresión y una muleta más para llevar la enfermedad, una muleta que no estaba hecha de un metal frío, sino del más cálido cariño que Zach encontraba a su alrededor.
Historias como la de Zach y como las de tantas otras personas luchadoras hacen que la admiración por ellas venza a la pena que se pueda sentir. Estos son testimonios que conmueven y que unen a la gente, que contagian una pasión por la vida común a toda la humanidad.
En unas partes del mundo se aprueba la eutanasia infantil y “se ayuda a los ancianos a morir para que no padezcan enfermedades”, en otros se persigue la legalización del aborto y, después, hay otros lugares, más pequeños e insignificantes, donde se fraguan historias que defienden la vida y la viven como un regalo en todas sus circunstancias.
Quizá estaría bien empaparnos de testimonios de este entusiasmo enraizado en la realidad más humana. Quizá de ese modo no se relativizaría tanto cuando alguien elige la muerte antes que la vida y se sabría situar mejor la verdadera tristeza y la auténtica alegría. Como explicaba Grecco, si no nos permitimos sentir la pena, no lograremos superarla. Y digo yo, si no vivimos el dolor, quizá tampoco gocemos tanto de los momentos de alegría.