Sin más arma que una conciencia crítica

Parece que Trump se ha dado cuenta, por fin, de que Putin no tiene ninguna intención de negociar ni una tregua ni una paz en Ucrania. Quizá lo ha sabido siempre. Si la administración Trump quisiera realmente impulsar “una paz justa y duradera”, como la define León XIV, una paz basada en la verdad y la justicia, tendría que tomarse muy en serio una de las armas fundamentales del presidente ruso: la propaganda.
La propaganda, que es una forma de desinformación, tiene para Putin varios objetivos: reforzar la lealtad de la población rusa, desestabilizar a los países occidentales y garantizar durante muchos años la adhesión al nuevo nacionalismo imperialista. Desde el inicio de la invasión de Ucrania, los medios estatales esconden la realidad, aseguran que sus soldados son liberadores y que Europa y la OTAN quieren destruir a la gran Rusia.
En la desestabilización exterior a través la desinformación confluyen, a menudo, los productores de contenidos pagados por Moscú, Pekín, Teherán o Caracas. Hace unos días un informe del Servicio de Seguridad Nacional en España señalaba que Rusia había estado detrás de noticias falsas sobre las inundaciones de Valencia para generar desconfianza hacia las instituciones democráticas.
Hace ya más de tres años, Putin reforzó la llamada “educación patriótica”. Desde entonces, una vez a la semana, se celebran en los colegios las “conversaciones importantes”, lecciones de una hora para adoctrinar a las nuevas generaciones.
Anne Applebaum señala que la estrategia de propaganda de Putin no es la misma que la de los tiempos soviéticos. Ya no se trata de mostrar un país idealizado, con una economía prospera y un futuro brillante por delante. Ahora el objetivo es que un ruso de a pie piense que Estados Unidos y los países de la Unión Europea son zonas del mundo dominados por la degradación y el caos. Rusia lleva ya dos décadas tratando de imponer, a través de redes sociales, el relato de la decadencia de Occidente. A la vista del “pesimismo antiliberal” de muchos parece que ha tenido éxito.
¿Cómo hacer frente a la propaganda y el adoctrinamiento crecientes? La Ley de Servicios Digitales (DSA) y el Reglamento de Servicios Digitales, en vigor en los países europeos, intenta impedir que las plataformas de gran tamaño difundan desinformación. El desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) lo hace cada vez más difícil.
El reto no es solo el adoctrinamiento ruso, el adoctrinamiento está por todas partes. ¿Qué puede frenarlo? Sin duda la educación. ¿Y qué diferencia el adoctrinamiento de la educación? Si para detener el adoctrinamiento en “la mentira”, impulsamos el adoctrinamiento en “la verdad” el problema no se resuelve, aumenta. Cada vez tendremos ciudadanos más débiles.
León XIV ha mostrado que considera esta cuestión esencial y ha dejado claro que, frente a este gran reto, no quiere una Iglesia adoctrinadora. “El adoctrinamiento es inmoral, impide el juicio crítico, atenta a la sagrada libertad de la propia conciencia —aunque sea errónea— y se cierra a nuevas reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de las ideas ante nuevos problemas” señalaba en su discurso A los miembros de la Fundación Centesimus Annus. Luego añadía que “en el contexto de la revolución digital en curso, debemos redescubrir, destacar y cultivar nuestro deber de formar a los demás en el pensamiento crítico, contrarrestando las tentaciones contrarias, que incluso pueden encontrarse en los círculos eclesiales”. Para el Papa es “una comunicación desarmada y desarmante (la que) nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo”.
La revolución digital exige una educación en el pensamiento crítico, una educación para activar y no sustituir “la sagrada libertad de la propia conciencia -aunque sea errónea-“. Libertad para comparar diferentes fuentes de información. Libertad, sobre todo, para comparar cada acontecimiento con lo que vibra en el interior del tesoro de la conciencia.