Sin compromiso

Cultura · Juan Orellana
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21 marzo 2011
El director americano de origen eslovaco Ivan Reitman, es un valor consolidado en Hollywood por lo taquillero de sus películas, casi siempre de vocación prioritariamente comercial. En esta ocasión la guionista Elizabeth Meriwether adapta una historia de Michael Samonek que refleja acríticamente el confuso mundo de los sentimientos en la época actual. De hecho, Sin compromiso es una de las películas más complacientes de los últimos tiempos con el relativismo afectivo posmoderno.

El argumento es muy sencillo, Emma (Natalie Portman) es una médico judía que tiene un miedo patológico a las relaciones de pareja basadas en el amor y el compromiso. Sólo busca sexo sin afecto ni implicaciones personales. En cuanto detecta un vínculo más implicado que la pura fisiología, huye como de la peste. Así es su relación con Adam, que tras un entusiasmo sexual inicial, cada vez está más cansado de esa relación sin futuro ni horizonte.

Para entender esta conducta de Emma, es interesante conocer el contexto en el que se mueve. Por ejemplo, el padre de Adam (Kevin Klein) es un famoso actor de cine, cocainómano, divorciado y que se acuesta con las ex-novias de su hijo. La madre de Emma es una viuda que está saliendo con un hippie sexagenario, al que valora como semental y al que llaman "Tieso". Uno de los mejores amigos de Adam, Eli, es hijo de una pareja de gays, y uno de los compañeros de trabajo de Emma y que aspira a casarse con ella acaba liado con un enfermero homosexual. A este elenco añadamos un grupo de amigas que sólo buscan sexo a cualquier precio. El film, con un tono cómico y muy poco inteligente, resume sus propuestas en sus créditos finales: no hay ninguna fórmula válida en las relaciones personales; o mejor dicho, cualquier fórmula es válida si le apetece al que la aplica. De todas formas, la sentencia de Emma es clara al principio del film: "Ninguna relación de pareja es para toda la vida". Bisexualidad, relaciones esporádicas, infidelidad… la opción del matrimonio es una más.

Obviamente la película es entretenida, con algunas situaciones hilarantes y con una obsesiva recurrencia a temas sexuales. Natalie Portman convence con su indudable talento, y el resto del reparto está a la altura de lo que se espera. Pero no hay asomo de verdadera hondura en nada de lo que se trata, siempre presentado desde una tópica frivolidad. Una película al servicio de la ideología dominante, de la hegemonía de género y de la negación del verdadero drama humano.

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