Silencio

España · José Andrés Gallego
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29 julio 2013
Llevo varios días en silencio. La profesión me regala con cosas como trabajar sobre documentos y libros escondidos en un rincón del Pirineo y, así, puedo ir al anochecer al santuario donde los jóvenes de la zona celebramos la Jornada Mundial de la Juventud. No sé si llegaremos a trescientos, de treinta años para abajo. Yo tengo más; pero doy el pego (o me imagino que lo doy y, así, hago lo que me gusta, que es estar con toda esa gente).

Llevo varios días en silencio. La profesión me regala con cosas como trabajar sobre documentos y libros escondidos en un rincón del Pirineo y, así, puedo ir al anochecer al santuario donde los jóvenes de la zona celebramos la Jornada Mundial de la Juventud. No sé si llegaremos a trescientos, de treinta años para abajo. Yo tengo más; pero doy el pego (o me imagino que lo doy y, así, hago lo que me gusta, que es estar con toda esa gente).

Sin embargo, hoy, en la sobremesa, he comprendido por qué guardo silencio desde que empezaron estas Jornadas. He compartido la comida con otros tres carrozas como yo, más tres hijos que ya son padres. Me ha sorprendido saber que, en el valle cercano, cultiva marihuana hasta el alcalde, que está que trina porque tenía tres plantas hermosísimas -como el maíz crecido- y se las han robado. Han sido dos chavales que conozco (pero no los denunciaré así me aspen). No son malos; son tontos. Han oído decir que a otro le han dado quinientos euros por un solo ejemplar y han pensado que a ellos también. Uno de los comensales comenta que es tanto como lo que le dan a él por un potro y que, para eso, tiene antes que criarlo. Es ganadero, claro. Y yo, que soy historiador, guardo silencio al recordar que todos los vecinos de ese valle gozaban de hidalguía universal en el Antiguo Régimen (que no es el Régimen de Franco, so ignorantes, sino el que derribaron los benditos rebeldes de 1808). Hay quien ha visto, en ese valle, una hectárea bien cultivada con cuatrocientas o quinientas plantas (digo de mariguana); no faltan los vecinos que las tienen en el balcón, en macetas, junto a geranios y siemprevivas. Y a alguno le han dado a paladear un pastel exquisito sin decirle que era ése -la mariguana- el ingrediente principal. Eso le sucedió a mi nieto; así que doy fe. Trajeron el pastel de una comuna que ha repoblado una aldea vacía, de las que abundan en el valle de la hidalguía universal. Las autoridades no actúan porque se declaran ecologistas -los del pastel- y perderían votos -las autoridades-. Son de derechas (también las autoridades, claro). Pero respetan vivamente la libertad ajena. Hace unos días, en el centro del valle, en el despoblado que le da nombre, junto a lo único que queda, que es la iglesia, hubo concentración de hippies franceses y españoles; atronaron de música día y noche y pusieron aquello de chupa de dómine lavada con fiemo de vaca. Un vecino del valle llamó a la guardia autonómica porque no le dejaban dormir, y los guardias le preguntaron dónde estaba ese valle. Su nombre es apellido en medio mundo y no exagero. Pero a los guardias se les había olvidado la geografía local y no acudieron, pobres! Acudió la guardia civil; eso sí.

Ahora sé por qué callo y llevo tres jornadas sin saberlo. Ustedes también lo saben ya; lo adivinan. No hay dos juventudes, una en la JMJ y otra en el valle del pastel. Lo que hay son dos árboles. Ya saben: uno que da la vida y otro que da el discernimiento entre el bien y el mal. Antesdeayer creo que fue cuando leí en el Libro de Horas que Dios le dijo a Salomón que le pidiese lo que quisiera y Salomón le pidió justo eso: discernimiento entre el bien y el mal.

Llevo años imitando a Salomón (en la petición; no en el ligue con la reina de Saba, si es que hubo tal, como en la película), convencido -además- de que cualquier tiempo pasado no fue mejor. De ninguna manera. Uno es de posguerra y vio mucha hambre y peores cosas. Cada tiempo tiene lo suyo y yo no cambiaría el mío -el de ahora- por ningún otro. Este nuestro de ahora no es tiempo de los jóvenes (sólo); es el nuestro. En la posguerra, uno no podía hacer lo que hago en este momento; escribirles por correo electrónico desde un rincón del Pirineo. Me he levantado de la sobremesa y les he dicho a los demás ´Ya tengo bastante´. Y me he venido a la casa del guarda forestal, que tiene güifi.

Para mí que el sentido de contar con la juventud y reunirla es darles a conocer que hay opciones distintas, como la de Salomón por ejemplo, y que se puede pasar bien. Incluso muy bien. Y la prueba, les aseguro de que no es tarea de los jóvenes, sino de los soldados maduros, por muy cansados que estén o estemos. Ya vendrá la noche y descansaremos, sin peligro de que nos despierten los decibelios de los hippies y tengamos que llamar a la guardia civil. Cuando llegue esa hora, dormiremos a pierna suelta y, además, bien despiertos. Aten esa mosca por el rabo o jueguen a las adivinanzas: a elegir. Ahora viene la moralina, dirán ustedes. Pues aviados están si la esperan. Acabo de poner en práctica lo que hizo Salomón y la respuesta ha sido ´Corta ya´ y, claro, pongo punto final, como haría aquel rey.

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