Siete pecados y una reforma para todos
1.- El abandono de la víctima, "cuya confianza fue traicionada y su dignidad violada" y el consecuente encubrimiento de los criminales, que "deben responder ante Dios y ante los tribunales debidamente constituidos".
2.- Una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar el escándalo.
3.- Procedimientos y criterios equivocados para la selección de candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa.
4.- Insuficiente formación humana, moral e intelectual en los seminarios y noviciados.
5.- La facilidad con que personas de la vida religiosa y sacerdotes adoptaron formas de pensamiento y juicios de la realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio, por lo que aplicaron de manera equivocada el programa de renovación del Concilio Vaticano II. Esto es que se confundió el diálogo con la sociedad y la apertura al mundo con la disolución de la identidad cristiana y el olvido del Evangelio y sus exigencias.
6.- La falta de aplicación del Derecho Canónico y la salvaguarda de la dignidad de cada persona. La milenaria tradición canónica siempre ha considerado el abuso de menores como uno de los crímenes más graves que se puedan cometer, junto con aquellos que atentan contra los sacramentos de la eucaristía y la confesión. La lucha de la Iglesia contra la pedofilia practicada en la Roma pagana es parte de esta historia. Este principio fue reafirmado, por citar sólo tres ejemplos del último siglo, en 1922 en la instrucción "Crimen Sollecitationes" reafirmada en 1962, en 2001 con el Motu Proprio de Juan Pablo II "Sacramentorum sanctitate tulela" y, del mismo año, la instrucción de aplicación dada por Ratzinger.
7.- El abandono de la relación cotidiana y personal con Dios que sustenta y fortalece la fe, la esperanza y la caridad, vivida a través de las prácticas sacramentales y devocionales, la oración y el rezo diario, los retiros espirituales, la liturgia.
Esta serie de errores, en palabras del Papa, tuvieron "consecuencias trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y han oscurecido la luz del Evangelio como no lo habían hecho siglos de persecución" contra la Iglesia en Irlanda, siglos de dificultades que la hicieron fuerte y ejemplar.
Si observamos con cuidado, con excepción del primero, que es específico al caso de los abusos de menores, los demás errores han estado presentes en las confusiones que han sufrido algunos miembros de la Iglesia -clero, religiosos y laicos por igual- en los últimos cuarenta años, provocando acciones pastorales equivocadas y errores teológicos graves. La reforma de la Iglesia emprendida por el Papa no empieza como reacción al problema de quienes, escondidos cobardemente en las sotanas, se dedican a delinquir, ni tampoco se limita a este problema. La reforma es mucho más amplia, está en sintonía con el Concilio Vaticano II, y ahora más que nunca está plenamente justificada.