Si Gaza no nos une

Sami Baroud tiene 35 años y siete hijos, ya no vive en su casa, vive en una tienda con sus siete hijos y su mujer en una calle de la zona oeste de la Ciudad de Gaza, las que están cerca del mar. Si un médico con medios en un hospital de verdad pudiera examinar a los hijos de Sami les diagnosticaría seguramente desnutrición. Hace mucho tiempo que no comen bien: en Gaza un kilo de harina, si lo encuentras, cuesta más de 35 euros. Sami hace ya mucho tiempo que no tiene trabajo. Los hijos de Sami hace también mucho tiempo que no beben agua limpia, que no se lavan de verdad, que no tienen medicinas. Los hijos de Sami hace mucho tiempo que no duermen una noche entera sin escuchar el ruido de las bombas.
El ejército de Israel ha anunciado una operación sin precedentes contra la Ciudad de Gaza y ha conminado a la población a abandonar la capital. La advertencia llega mientras no cesan los ataques aéreos con drones y aviones de combate. El ejército israelí que ya está presente en la zona este de Gaza City quiere avanzar hacia la zona oeste donde vive Sami y también hacía la zona centro de la ciudad.
Para poder abandonar la ciudad de Gaza en este momento solo se puede ir hacia el sur a través de una calle, la desgraciadamente famosa calle Rashid. La calle discurre por un paisaje urbano apocalíptico, a un lado el mar, al otro descampados cubiertos de escombros, decenas de edificios convertidos en ruinas. La calle está atestada de coches, de familias que intentan marcharse con poco más de lo puesto, con colchones atados con cuerdas al techo de viejos vehículos. En la calle Rashid la cola avanza de forma muy lenta mientras se escuchan sin parar las bombas. 250.000 personas han sido obligadas de nuevo a abandonar
Sami no está en la cola para marcharse porque, desobedeciendo las órdenes del ejército israelí, como otras 500.000 personas más no se ha puesto en camino. Sami explica que no tiene ni coche ni carro ni nada que se le parezca para marcharse. Hace unos días por enésima vez se volvió a cortar la entrada de ayuda humanitaria. Sami tiene miedo de morir en la carretera, de que en el sur haya todavía menos comida que en la ciudad de Gaza.
Hace unas semanas el jefe del ejército, el general Eyal Zami, en una reunión del Gobierno, le avisó a Netanyahu de la inconveniencia de la operación que ahora se realiza. Netanyahu insiste en que la victoria total sobre Hamas está cerca. Siempre dice eso Netanyahu, pero cada bomba, cada niño que muere de hambre, cada civil ejecutado le dan más aire a Hamas. Muchos le reprochan a Netanyahu que no tiene plan, que las vidas de los rehenes vivos no les interesan. Israel está cada vez más aislado internacionalmente, la sociedad israelí está cada vez más fracturada y la liberación de los rehenes está cada vez más lejos. Ariel E. Levite, sostiene que lejos de estar cerca de la victoria sobre Hamas, Netanyahu está acercándose a una derrota aplastante para Israel y una victoria estratégica para Hamás.
Naciones Unidas dice que lo que Netanyahu pretende en Gaza es acabar con parte o con toda la población palestina. No se trata solo de un crimen de guerra o de un crimen de lesa humanidad, de un ataque generalizado y sistemático contra civiles. Se trata de la voluntad de destruir un pueblo, se trata de un genocidio.
La vida de Sami, de su familia, la memoria de los casi 2.000 víctimas de Hamas, la memoria de las 65.000 palestinos muertos, el futuro de más de millón y medio de gazatíes, de todos los israelíes, todo eso exige mucho más que el bochornoso y vergonzante oportunismo político de unos y de otros, de los que utilizan el sufrimiento de Gaza para fines partidistas. Esto no va de Sánchez, de Feijóo, de Ayuso. Si no eres capaz de ponerte de acuerdo con tu adversario político sobre Gaza ¿cómo vas a hacer algo que merezca la pena por Gaza? Gaza va de convivir con el otro. Gaza va de la vida de Sami, de la vida de su mujer y de sus hijos, de decenas de familias como las de Sami que hablan otra lengua, profesan otra religión, que no comen, no duermen, no beben agua, no pueden ir al hospital, no pueden ducharse, pero que son familias iguales, iguales, iguales que la tuya y la mía. Nuestros hijos que duermen a estas horas, nuestros nietos que duermen a estas horas, son iguales, iguales que los hijos de Sami que no duermen a estas hora.
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