Si conocierais el don de Dios…

Mundo · José Luis Restán
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30 junio 2010
Hasta los más duros adversarios se rinden a la evidencia. Cuanto más arreciara la tormenta, más luminosa y serena, más firme y centrada en el manantial de la fe resplandece la figura de Benedicto XVI. El Papa que algunos decían que no gobierna nos viene mostrando en las últimas semanas en qué consiste verdaderamente el pastoreo de Pedro. De modo que el mismo que recuerda a la Iglesia la necesidad de la purificación y la conversión no teme alzar la voz contra los poderes del mundo, reclamando para sus hijos la seguridad y la justicia que merece cualquier ciudadano de la ciudad terrena. En Benedicto XVI no hay fisura entre teología e historia.              

La fiesta de San Pedro y San Pablo ha sido el marco para profundizar en la mirada del Papa sobre este momento atribulado en que se concitan los poderes del laicismo más agresivo, las traiciones de algunos ministros de la Iglesia, y la reducción y deformación de la fe en la vida de tantos cristianos. Tribulación sí, pero como tantas veces en la historia, y el Papa nos invita a vivirla sin maquillajes pero con la confianza puesta en la palabra de Jesús: "el poder del infierno no prevalecerá".

De nuevo la misma idea que sorprendió a todos durante el viaje a Portugal: las persecuciones siempre han existido y siempre acompañarán el camino de la Iglesia, pero éstas no constituyen el mayor peligro para la vida de la Iglesia. El peligro más grave viene siempre de aquello que contamina la fe, que debilita la capacidad de profecía y de testimonio de los cristianos. ¡Qué lección para nuestras lamentaciones y nuestros sentimientos de asedio!

Otro gran tema ha sido el de la libertad que Dios ha garantizado a su Iglesia. Una garantía que tiene en la comunión con el Sucesor de Pedro su perno histórico más relevante. El ministerio petrino, que algunos modernizadores se empeñan en disolver o postergar, es precisamente el instrumento dispuesto por Cristo para preservar a cada comunidad eclesial de la tentación del aislamiento, el localismo y la autosuficiencia, pero también para asegurar al pueblo de los sencillos el vínculo con la fe apostólica, defendiéndola de cualquier deformación y viento de doctrina.

Impresionante también el acercamiento a la cuestión misionera. Cada vez advierto más claramente cómo Benedicto XVI mira a nuestro mundo de hoy con aquella mirada de ternura con la que Jesús lloró a la vista de Jerusalén: "también en los desiertos del mundo secularizado el alma del hombre tiene sed del Dios vivo… también el hombre del tercer milenio (al que tantas veces damos por perdido) desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito". Pero ¿quién dice estas cosas hoy en el mundo?

Por ello, y en un gesto de gobierno que profundiza las intuiciones de los grandes Papas Pablo VI y Juan Pablo II, Benedicto XVI ha decidido crear un Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que encabezará el arzobispo Rino Fisichella. Se trata de dar cuerpo a la necesidad ya expresada en el viaje a Portugal de que la Iglesia aprenda una nueva forma de presencia y de diálogo misionero en los territorios de antigua tradición cristiana que experimentan hoy una profunda secularización, una especie de "eclipse de Dios". No es que el Papa confíe esta tarea inmensa a una nueva estructura, sino que crea un punto de estímulo y de referencia para impulsar la respuesta a un desafío que, al menos en Occidente, es el mayor que debe afrontar la Iglesia en estos inicios del siglo XXI. Hay quien habla de "recristianizar" como si se tratase de una nueva edición de la batalla de Austerlitz, pero no hay más que escuchar al Papa para entender que se trata de algo bien diferente. 

El nombramiento de Fisichella (contestado por algunos sectores católicos pero claramente respaldado por el Papa) abre una serie de importantes cambios en la Curia Romana, en los que se lee perfectamente la impronta de Benedicto XVI. Al frente de la Congregación para los Obispos estará a partir de ahora el canadiense Marc Ouellet, de quien hablamos recientemente en Páginas. El arzobispo de Québec tiene un claro feeling teológico con el Papa Ratzinger (con quien comparte la relación con Von Balthasar y la revista Communio) y ha demostrado audacia, creatividad y firmeza en un territorio muy complicado para la Iglesia. Le tocará la ardua labor de perfilar una nueva generación de obispos en todo el mundo. En estos días se conocerá también el nombre del sucesor de Walter Kasper al frente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los cristianos. El diálogo ecuménico y con los judíos es otra apuesta significativa del pontificado, y Kasper ha sido un colaborador leal pero en algunos momentos discrepante. Parece que el llamado a sustituirle es el suizo Kurt Koch, actual obispo de Basilea, un hombre conocido por su franqueza y por no temer a los conflictos. Otros nombramientos maduran en estos días, en los que el Papa viene demostrando que quiere y sabe gobernar la Curia, aunque para él es sólo un instrumento al servicio de la gran misión: ¿qué podemos hacer por toda esta gente, innumerable y sedienta?… Si conocierais el don de Dios.

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