Sí a la separación Iglesia-Estado pero sin exagerar

China está preparada para sustituir el liderazgo mundial de los Estados Unidos con una alianza más poderosa que las alianzas de los países occidentales. Ese es el mensaje que Xi Jinping lanzó al mundo la semana pasada. Primero fue la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái que reunió a 20 jefes de Estado con una nutrida representación del Sur Global. Luego la parada militar en Pekín con motivo del 80 aniversario del fin de la II Guerra Mundial en la que exhibió su gran capacidad de combate.
La foto sin duda más importante de los últimos días ha sido la de Xi Jinping, Putin, y Modi – los líderes de Rusia, la India y China- en animada conversación. Este nuevo polo que quiere ser la alternativa a Occidente está liderado por países en los que no hay separación entre la Iglesia y el Estado. El frente antioccidental es un un frente en el que el Estado utiliza la religión y la religión se deja utilizar.
Es lo que sucede en China, en la India y en Rusia. China no necesita instrumentalizar a ninguna Iglesia porque tiene como religión el nacionalismo marxista de Xi Jinping. Una religión que exige al resto de las religiones la “sinización”: deben someterse a las directrices del Partido Comunista Chino. Xi Jinping ha impulsado en los últimos diez años este proceso y en el 20 Congreso del Partido celebrado en 2022 se aprobaron medidas para someter a las comunidades religiosas (cristianas, musulmanas, budistas) a un mayor control.
El caso de la India es menos conocido. Las elecciones generales celebradas en 2024 han debilitado al BJP de Modi, pero eso no le ha impedido seguir fomentando la ideología del movimiento Hindutva, un nacionalismo que reinterpreta el hinduismo en clave política. En la última década Modi ha modificado el significado de la cultura del país: ha utilizado el hinduismo y el hinduismo se ha dejado utilizar.
El ejemplo más clamoroso es el de Rusia. Desde que Putin invadió Ucrania, en las misas ortodoxas se reza por la victoria. El patriarca Kirill es uno de los más importantes aliados ideológicos del presidente. ¿Está Occidente libre de que los políticos usen a las iglesias y las iglesias se dejen usar? No parece.
En la Iglesia católica el principio de separación Iglesia y Estado es irrenunciable desde el Concilio Vaticano II. Otra cosa es que se saquen todas las consecuencias de lo que significa. Los últimos Papas lo han concretado. Benedicto XVI, por ejemplo, en la Deus Caritas Est señalaba que “el quehacer político, no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia (..). La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible”. No es tarea de la Iglesia (ni de sus comunidades) ni de los líderes eclesiales hacer política. “El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública”, añade la encíclica. Son los fieles laicos los que asumen personalmente la responsabilidad de hacer política sin comprometer la vida de la comunidad eclesial.
Está importante distinción, vuelve a desdibujarse con los nuevos tiempos. Pensemos en lo que está sucediendo en la relación de Trump con algunos sectores del catolicismo estadounidense. Los obispos del país han dejado muy claro que no están dispuestos a dejarse instrumentalizar. En este sentido son un ejemplo para otros líderes eclesiales. Cuando se pretende que el compromiso de una persona o de un grupo de católicos en la vida política se identifique con el compromiso de la Iglesia o de una comunidad eclesial, la comunidad eclesial termina por ser instrumentalizada. En esos casos la comunidad eclesial se convierte en el pedestal y en el escudo de la actividad de políticos católicos que debieran asumir en nombre propio toda la responsabilidad.
¿Por qué las iglesias (también el hinduismo o el islam) se dejan instrumentalizar? Porque no acaban de creer que el método de Dios sea eficaz. Se piensa que la libertad de quien testimonia su presencia a través de una vida diferente y la de quien recibe ese testimonio es insuficiente. Se piensa que el método de Dios está bien pero necesita un empujón, una ayuda: el auxilio del poder.