Shakespeare y Tomás Moro

La semana pasada, se estrenó en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, en la plaza de Colón, ese singularísimo drama que es Tomás Moro y que se debe a la pluma de Shakespeare, por lo menos en parte. Es singular –entre otras cosas- por esto último. Lo firmaron seis dramaturgos ingleses del entorno de 1600, entre ellos Shakespeare. Pero es inverosímil que fuera de sus compañeros de viaje. Los cinco eran contrarios a lo que fue la vida y, ante todo, la muerte del canciller de Enrique VIII. Lo hizo decapitar el rey, ya saben, en aras de su amor por Ana Bolena (“su cara, como la seda”, pareaba un anuncio radiofónico de mis años más mozos, que creo se refería a un cosmético, y me pregunto ahora cómo toleraría la censura de Franco una propuesta tan indigna del Régimen; las españolas, ¿tener el cutis de una adúltera? Pues pueden comprobar que esa era la invitación en www.lahistoriadelapublicidad.com/carteles/258_200_2_X_Si_F_/ana-bolena, allá por los años cincuenta). Hace bastante menos –sólo meses-, se publicó una traducción notabilísima del drama Tomás Moro magistralmente diseñada por el saber de Aurora Rice Derqui y la poesía de Enrique García-Máiquez (Rialp 2012). Es difícil lograr mayor fidelidad no sólo a las palabras, sino a su poesía. El prólogo de Pearce es simplemente apasionante. Se trata de una indagación casi policial para leer entre líneas el drama de sir Thomas y encontrarse abocado al probable drama de Shakespeare, el de su presunto criptocatolicismo. ¿Era criptocatólico, o sea católico como su madre y posiblemente como su padre, sólo que no se atrevía a decirlo? ¿Lo expresó justamente en ese texto, entre líneas, poniendo su propio silencio en contraste con el heroísmo final de Moro? Léanlo y juzguen por sí mismos. En el libreto de la obra, lo que hallarán es un diseño claro de esa parábola que llevó al humanista inglés a combinar astucia, ironía e ingenio hasta encumbrarse en la vida política de Inglaterra, para optar finalmente por su propia conciencia y morir descabezado. Cualquier semejanza con la realidad actual es pura coincidencia. Les aconsejo que hagan lo contrario de lo que hice: vean primero la representación teatral del drama. La adaptación que se representa en el Fernán Gómez es sumamente fiel al texto original. Se introducen algunos cambios y unas aclaraciones mínimas. Pero siempre es mejor ver primero y, luego, leer. En la lectura se conjugan, así, la memoria de lo que se ha contemplado y la imaginación que exigen las palabras escritas. De esa combinación –imaginación y memoria-, saldrán reconciliados con el día de hoy. Verán que, en realidad, en todo día de hoy –incluso en 1600 y en los tiempos de Moro-, la política tiene cara y cruz; no sólo cara.