Seres pequeños en un mundo enorme
El mundo ha cambiado: avanza de forma vertiginosa en una cultura que va sustituyendo los libros por las tablets, los i-pads, los smartphones o las redes sociales. Es como una gran ola tecnológica que parece arrastrarnos. En una época en la que los buenos libros se van retirando a sus cuarteles de invierno, leer a J.R.R.Tolkien (El Silmarillion, El Hobbit, el Señor de los Anillos) nos pone ante nuestros ojos el hecho de que necesitamos volver a redescubrir lo que hemos aprendido.
Como dijo Stratford Caldecott, en su ensayo sobre el creador de la Tierra Media (que se puede leer en el libro de Joseph Pearce, editado por Minotauro, Tolkien: Señor de la Tierra Media), a menudo, nos sorprendemos obsesionándonos con cualquier cosa que nos haga olvidarnos de nosotros mismos. Y no le falta razón: la realidad es dolorosa. Las circunstancias siempre las que estropean los ´subidones´ emocionales con los que nos gratificamos:puede ser el trabajo que se me vuelve monótono; el compañero que no me cae bien; el Gobierno que no ha aprobado el proyecto de Gallardón; que vienen los “orcos” de Podemos (no seamos hipócritas; en el fondo, así vemos a nuestros conciudadanos de izquierdas y, si me apuro, a los que no piensan como nosotros); que si la Administración no fomenta la creación de empresas; que no me han dado todos los moscosos;… En definitiva, circunstancias que no nos gustan, que no apetece vivir. Por eso nos vamos a nuestros oasis a vivir como dice la canción –“ahora que estamos tan a gustito”.
Vivimos sometidos por una cultura líquida que no es más que un reflejo de lo que el poder irradia en su pretensión de alcanzar a los ciudadanos, utilizando de correas de transmisión a los autores de best-sellers (que cuentan con auténticos staff editoriales que planifican las ventas). No creo estar muy desacertado si digo que Tolkien es uno de esos Gandalf literarios que han desafiado las convenciones del mercado (sus libros han sido los más leídos durante décadas): su experiencia de la vida, su visión del amor, la amistad y el sacrificio; el papel de la compañía como marco natural de realización del hombre;…son experiencias que al poder le resulta imposible de comprender bajo sus categorías. Por eso lo intenta reducir de muchas maneras. Relatos como el episodio de la música de los Ainur o la historia de Beren y Lúthien (ambos narrados en su obra El Silmarillion), son de una profundidad que autores como Ken Follett o Dan Brown ni lo huelen. Por eso, sus novelas dejarán el mismo poso que el papel higiénico: una vez consumidas, están destinadas a diluirse en la taza del váter.
Parte de este mundo: seres pequeños, pero protagonistas.
Le pese a quien le pese, Tolkien nos muestra una verdad evidente e irreductible: que el hombre, para realizarse, no puede concebirse solo. Siendo una obra con una cosmovisión cristiana,también constituye una visión lúcida y profética de lo que está sucediendo en los países desarrollados: el nihilismo cultural, la falta de conciencia social y el egoísmo consagrado por la forma deshumanizadora que ha adoptado el capitalismo actual; unido al cáncer de la planificación, la concepción totalitaria de lo público y el corporativismo funcionarial; el egoísmo en las relaciones humanas o la corrupción en el ejercicio del poder. Y es que, cuando alguien te pone de frente la realidad del pecado, nadie quiere mirarlo a la cara. Resulta doloroso.Sin embargo, nuestro profesor de Oxford nos ofrece dos opciones: o ignorar la verdad y ser esclavos del poder, o reconocer el desafío humano que uno tiene delante…y esto implica tener despiertas las preguntas
Frente a la dureza de la vida, existe el Anillo: la tentación del poder –poder manipular las circunstancias, las personas o aprovecharme de las situaciones a cualquier precio-, pero no sólo eso: es también la obsesión por aferrar las cosas; el miedo a salir de nosotros mismos, a tomarnos en serio y a dejar nuestro Bolsón Cerrado por un bien mayor: ayudar a construir nuestra sociedad.
Los hobbits de la Comarca, en este sentido, me parecen el espejo en el que la sociedad española se ha mirado y se está mirando durante años: desde la Transición, creo que hemos estado caminando en busca de una tierra prometida que no llegaba porque no sabíamos quiénes éramos y de dónde nacía el hecho de estar juntos. No me refiero sólo a nivel de la unidad territorial, sino también a nivel social. Estamos tan preocupados porque no nos falte de nada que no vemos más allá de nuestro Bolsón Cerrado, la república independiente de nuestra casa. Por ello, las comunidades de vecinos (que son un ámbito privilegiado para mirar al bien común), las asociaciones, las Cámaras de Comercio, los sindicatos, las organizaciones empresariales, las instituciones públicas, nuestra propia comunidad eclesial (también lo incluyo, me van a disculpar)…se han convertido en el espejo de nuestra irritante autorreferencialidad (yo-mi-me-conmigo, para entendernos). Crearnos la Comarca utópica tiene su precio: que dejamos que otros decidan por nosotros; que, al adherirnos al paraíso de “todos iguales”, nos embarcamos en el viaje a ninguna parte guiados por mesías políticos.
Y no es que, frente a la mediocridad y la podredumbre moral, sea justa la reivindicación de exigir algo más. El problema es en dónde pongo el corazón -como Tolkien nos muestra en el relato de la Akallabêth, del Silmarillion, donde se ve el precio que pagan los hombres de Númenor al dejarse guiar por la consigna de Sauron de llegar a Valinor (las Tierras Imperecederas) y robar la inmortalidad. De nuevo, Tolkien tenía razón: Quienes quieren asaltar el cielo y reclamar como derecho lo que es un don son los que acaban siendo sometidos al poder. El eterno dilema entre la autoafirmación histérica y la obediencia paciente a las circunstancias, a la que se llega por un camino humano.
Entonces, ¿qué nos queda?.-
Asumamos de una vez que no somos Superman. Somos pura fragilidad. Cualquier cosa nos altera: un silbido, el Internet que va lento, el timbre de un móvil, el SMS que espero , el whatsapp que no llega, el frío invierno, un desaire, el que no me tienen en cuenta, la ayuda que no me han concedido, el Moscoso que me han quitado, la película de la que tenía unas expectativas enormes y me ha decepcionado, los políticos que han robado…De nada sirve decir: “éstos son corruptos, yo lo haré mejor”, o “si me propongo bajar unos kilos, comprarme un Smartphone, tener una tablet, seré feliz”. La realidad es testaruda: nadie se libra del hecho de que hay pecado original y que estamos estructuralmente heridos y que cualquier cosa es enana para lo que nuestro corazón desea. Por eso buscamos.
Si yo hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero,¿qué me queda?. Hay quienes piensan que la pregunta tiene la nada como respuesta (véase la película Lo Imposible). Pero la experiencia de ir hasta el fondo de nuestras exigencias – ésa que vivieron J.R.R. Tolkien, C.S.Lewis, Robert H. Benson, Solzhenitzyn, Chesterton, Newman, S. Sassoon, entre otros muchos-, ésa que nos hace hombres,habla por sí misma: hay un camino a recorrer y una Compañía en la que permanecer para crecer humanamente. Para vivir con esperanza y poder cumplir la tarea que, como hombres, se nos ha encomendado. Y esto también tiene que ver con la construcción de la polis: no somos más que seres pequeños en un mundo enorme, cierto; pero no menos cierto es que las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre.