Séraphine

Cultura · Víctor Alvarado
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18 mayo 2009
Nos encontramos ante un biopic que cuenta la historia de Seraphine Louis, una criada de clase muy humilde que trabaja de sol a sol para poder sobrevivir. La vida de esta mujer cambiará cuando un marchante de cuadros, Wilhelm Uhde, conocido por haber presentado las obras de Picasso y  Henri Rousseau en sociedad, descubra el talento de esta pintora autodidacta, que se dedicaba todas las noches a pintar cuadros de estilo naïf.

El trabajo interpretativo de Yolande Moreau es sobresaliente. La actriz no tuvo dificultad en representar a una mujer religiosa porque había vivido en ambientes cristianos durante una parte de su vida. Como dato curioso, la actriz posee un parecido notable con la auténtica Séraphine. El actor Ulrich Tukur resulta creíble en todas y cada una de las escenas en las que participa. Llama la atención el diálogo entre el escéptico coleccionista y una persona creyente, que muestra la capacidad para descubrir a Dios en la naturaleza.

Esta obra del celuloide corre el riesgo de mostrar que la creencia religiosa es producto de la imaginación y de la locura. Sin embargo, el director diferencia claramente la primera etapa de la artista, bastante más luminosa, si la comparamos con la segunda, donde el realizador francés no hace ya referencia tan expresa a su fe en esa etapa más oscura, coincidente con el deterioro mental de esta sufrida pintora. Las monjas que aparecen en la película están tratadas con el respeto debido. Además, por si queda alguna duda y en relación con este tema, este hombre de cine en declaraciones a Fotogramas dijo: "Me fascinó su dimensión mística, que yo comparto. No soy tan religioso como Séraphine de Senlis, pero estoy tan convencido de que existe algo sobrenatural en la naturaleza".

Sorprende positivamente el profundo respeto que le produce el tema de la fe a Martin Provost. La Virgen María aparece como la fuente de inspiración de la protagonista y a la que recurre en momentos de necesidad. La fe sencilla de Séraphine recuerda, en cierto modo, a un escena de Creo en ti (Henry Hathaway, 1948) en la que la madre del inocente encarcelado se encomienda a María.

El realizador Martin Provost utiliza ambientes naturalistas en las habitaciones, donde se narra la mayor parte del relato. De este modo introduce al espectador en los inicios del siglo XX. Dichas escenas ayudan a comprender el duro trabajo de las clases bajas del país. Por otra parte, la cinta refleja las diferentes etapas por las que pasa cualquier artista y los rituales necesarios que sirven de inspiración a cada autor.

El defecto de esta obra del celuloide, ganadora de siete premios César (Mejor Película, Mejor Actriz, Mejor Guión, Mejor Música…), se encuentra en un metraje excesivo y en la lentitud de la segunda parte, donde se recurre a planos demasiado largos que no aportan demasiado.

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