Sensaciones del primero disco de The Bowerbirds

Cultura · Enrique Chuvieco
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21 diciembre 2008
Érase una vez una melodía cantada con cadencia que entraba suavemente por los intersticios del oído y se posaba en el alma, rememorando campiñas ancestrales en las que parece congelarse el tiempo en felices tonos sepias. Se iba dibujando esta sensación al tiempo que escuchaba a The Bowerbirds en su primer disco, Hymns For a Dark Horse ("Himnos para el caballo oscuro").

Me cogió la sostenida voz parsimoniosa y, posteriormente, los coros que realizan los tres integrantes de este grupo -dos hombres y una mujer- de Carolina (Estados Unidos), con resonancias de canciones entre amigos al amparo de un árbol centenario, sombreando apaciblemente la sobremesa tras una comida satisfecha.

Sencillez y naturalidad también en lo instrumental (acordeón y violín, mayormente) y una percusión "campestre", semejante a plácidos trotes de caballos o ruidos de bosque.

En uno de los cortes, Hooves, cuentan la relación de un recién nacido con su madre desde la óptica del bebé. El resto es una recreación de vivencias personales; poesía intimista, en suma, que más allá de su entendimiento provoca latencias en el oyente. Yo ya he probado; ¿quiere hacer la prueba?

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