Entrevista a Daniel Innerarity

´Se vota más en contra que a favor´

España · Juan Carlos Hernández
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23 mayo 2017
La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE expresa un voto contra el sistema establecido. Existe un deseo de cambio que en muchas ocasiones se expresa de un modo confuso. Conversamos con Daniel Innerarity sobre populismos y ciertos cambios de paradigmas en la política actual.

La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE expresa un voto contra el sistema establecido. Existe un deseo de cambio que en muchas ocasiones se expresa de un modo confuso. Conversamos con Daniel Innerarity sobre populismos y ciertos cambios de paradigmas en la política actual.

Muchos afirman que estamos en un momento de crisis. ¿Es suficiente esgrimir solamente razones económicas para explicarla?

La crisis económica ha actuado como elemento que precipita un estado de cosas en franca decadencia: rigidez constitucional, fatiga de las instituciones, cambio generacional… pero no se ha inventado nada que no estuviera latiendo en un malestar de fondo que explica más lo que nos pasa que la agitación de la superficie.

Usted señala que los populismos son un síntoma y que no tendrían éxito “si no hubiera sociedades dispuestas a darles crédito”. ¿Por qué habla de síntoma?

Hay muchos factores que son síntoma de cosas que pasan y no tanto estrategias deliberadas de los agentes políticos. Está claro que hay mucha gente que se siente desprotegida, con mayor o menor razón, en tanto que trabajador o en tanto que alguien identificado con una pertenencia nacional. Los espacios abiertos del mercado y de la globalización ofrecen enormes posibilidades pero también provocan miedo y un malestar difuso del que parasitan los populistas. Hay que ofrecer mejores remedios que estos para tratar una serie de problemas que son reales, especialmente en materia de protección social, sabiendo que la promesa de proteger como lo hacía el viejo estado nacional (en clave nacional para la derecha y en clave social para la izquierda) ya no es factible. Estamos obligados a proteger en entornos abiertos y para eso aún carecemos de conceptos y estrategias creíbles.

Es evidente que ciertas cosas en los partidos tradicionales no han funcionado correctamente pero ¿cómo es posible que tanta gente, entre ellos muchos jóvenes, den crédito al discurso populista?

En nuestras democracias se vota más en contra que a favor, por descarte, y entiendo que para una nueva generación (que por cierto no ve en peligro la democracia) sea sugestivo probar algo nuevo. Además, ese voto es más expresivo que constructivo; tiene una función de comunicar un malestar más que de proponer algo concreto para mejorar el estado de cosas que se considera intolerable.

Al mismo tiempo, parece que movimientos como el 15M son un desafío que hay que .afrontar ¿Qué parte de la indignación debe ser tenida en consideración o es estimable por usar sus palabras?

Conviene no olvidar que el 15M fue un estallido de rabia, que cumplió su función, pero ahora nos encontramos en otra fase política en la que se trata no tanto de impugnar y denunciar sino de construir alternativas viables. Por ahí van a ir nuestras futuras controversias. Se trata de evitar que aquella protesta quede en un grito improductivo y se traduzca en una fuerza que modifique nuestras sociedades y mejore la democracia.

Usted afirma en su libro La política en tiempos de indignación que “el gran desafío de nuestras sociedades democráticas es no dejar tranquilos a sus representantes sin destruir el espacio público ni despolitizarlo […] Corremos el riesgo de someter a la política a la inmediatez”. ¿Dónde debe de estar el equilibrio?

En política los equilibrios son siempre inestables y movedizos. El justo medio varía en función del momento político y la naturaleza de las sociedades. Creo que haríamos bien si los medios de comunicación y la ciudadanía en general prestáramos menos atención al espectáculo y analizáramos las cosas con más profundidad. De no hacerlo, estaremos en manos de quien mejor escenifique, lo que no suele coincidir con quien es más competente o tiene las mejores soluciones.

En su libro describe la situación actual como un momento para aprender e innovar políticamente. ¿Qué debemos aprender y en qué se puede innovar?

La política no es solo un lugar donde se dan órdenes sino también un espacio de aprendizaje. Pienso que todas las mejoras que esperamos de ella dependen de que adopte una actitud más reflexiva y estratégica, menos volcada en lo inmediato, algo que suele tener el efecto perverso de retrasar una y otra vez los asuntos difíciles. Las agendas políticas están demasiado ocupadas con temas de rentabilidad electoral y hay muy poco espacio para las transformaciones más profundas, que requieren visión estratégica y capacidad de llegar a acuerdos.

Acaba de publicarse su nuevo libro La democracia en Europa (Galaxia-Gutenberg). ¿Podría darnos algún adelanto de sus tesis principales?

Desde hace unos años mi proyecto intelectual es elaborar una teoría de la democracia compleja, convencido de que la mayor parte de los conceptos todavía vigentes (soberanía, territorio, representación, participación…) fueron elaborados en una época de relativa simplicidad y homogeneidad de las sociedades, lo que ya no es el caso. He estudiado la complejidad del tiempo (en mi libro El futuro y sus enemigos), de los espacios (Un mundo de todos y de nadie) y del conocimiento (La democracia del conocimiento). Este libro sobre Europa es un análisis concreto en el que se verifica esa triple complejidad de un modo especialmente intenso. No entenderemos nada de lo que está pasando –especialmente en Europa– si no nos abrimos a conceptos políticos más sofisticados. Nuestras democracias se han convertido en bazares de la simplicidad.

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