¿Se tragará el robot al hombre?

Mundo · Giorgio Vittadini
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29 enero 2016
Nos adentramos en la cuarta revolución industrial, conocida como la de la inteligencia artificial. Automóviles que se mueven sin conductor, máquinas que redactan artículos de prensa, interpretan tac y radiografías y compilan las declaraciones de la renta. Pero también mucho más. La aceleración del desarrollo de la alta tecnología hace cada vez más sofisticados los ámbitos de la automoción de los sistemas de producción, la robótica y el “internet de las cosas”.

Nos adentramos en la cuarta revolución industrial, conocida como la de la inteligencia artificial. Automóviles que se mueven sin conductor, máquinas que redactan artículos de prensa, interpretan tac y radiografías y compilan las declaraciones de la renta. Pero también mucho más. La aceleración del desarrollo de la alta tecnología hace cada vez más sofisticados los ámbitos de la automoción de los sistemas de producción, la robótica y el “internet de las cosas”.

Según el informe “¿Cómo será el empleado del futuro?”, presentado en la reciente cumbre del Foro Económico Mundial de Davos, el desarrollo tecnológico actual hará que resulte superfluo el trabajo de un gran número de personas. En 2020 desaparecerán siete millones de puestos de trabajo, mientras que nacerán solo dos millones de nuevos empleos.

Los sectores profesionales destinados a entrar principalmente en crisis en los próximos años son, por este orden: trabajo de oficina y administrativo; manufacturas y producción; artes, diseño, espectáculos, deporte y medios; construcción y extracción; instalaciones y mantenimiento. Por el contrario, los sectores profesionales destinados a crecer son arquitectura e ingeniería; informática y matemáticas; management; negocios y finanzas; y ventas.

Sobre esta cuestión existe un amplio debate con diversos puntos de vista. Voces preocupadas por este escenario se alzan por todas partes. El presidente Barack Obama, durante su reciente discurso sobre el estado de la Unión, encendió las alarmas al afirmar que “todos los puestos de trabajo corren hoy el riesgo de ser sustituidos por la tecnología”. El Papa Francisco, siempre atento a denunciar el peligro de un desarrollo que sacrifica a los últimos para obtener la mayor riqueza posible en favor de unos pocos, en el mensaje que envió a la cumbre de Davos subrayaba el valor de todo hombre, en cualquier situación, pero sin llegar a condenar el cambio tecnológico. Más bien ponía el acento en la libertad de la que el hombre dispone y que le hace capaz de gobernar la economía: “El hombre debe guiar el desarrollo tecnológico, no dejarse mandar por él”.

¿Hasta qué punto están justificados el alarmismo y las reflexiones suscitadas por el discurso de Obama, y hasta qué punto es razonable o utópica la posición del Papa?

Las revoluciones industriales anteriores parecen sufragar la tesis alarmista. En todas las fases que han marcado las grandes transformaciones de la producción de bienes, nunca han faltado, a corto plazo, descensos en el ámbito laboral y explotación. No olvidemos, en la Inglaterra de finales del XVIII y principios del XIX, fenómenos como la partición de terrenos que hasta entonces eran propiedad indivisible de la comunidad, la expulsión de los campesinos, la urbanización forzosa, las condiciones de indigencia extrema y las muertes por hambre, las dificultades, la falta de higiene, la explotación laboral, sobre todo de mujeres y niños, el enriquecimiento extremo de unos pocos a costa de muchos.

Mutatis mutandis, eso es lo que precedió a la revolución industrial, en Europa, en América, en Asia, y no solo está documentado en los libros de historia económica, sino también por los grandes escritores sociales, de Dickens a Steinbeck, de Víctor Hugo a Cronin.

Sin embargo, no cabe duda de que, a lo largo de todo este tiempo, gracias también a la contribución decisiva de la lucha de fuerzas populares subsidiarias, los grandes cambios económicos, aunque no hayan acabado con la explotación, las injusticias, las condiciones laborales degradantes (véase “Tiempos modernos” de Charles Chaplin), determinaron el incremento del trabajo y de la renta para todos, viviendas cada vez más dignas para muchos, grandes mejoras en las condiciones económicas, sociales, habitacionales, sanitarias, educativas y de bienestar para la población en su conjunto. Las revoluciones industriales a las que hasta ahora hemos asistido han tenido por tanto al final un resultado positivo.

Y hoy, ¿es posible obtener resultados positivos sin los sacrificios humanos del pasado?

En el ensayo de Martin Ford, “Rise of the robots”, publicado recientemente en Estados Unidos, se encienden las alarmas sobre el hecho de que, a diferencia de las revoluciones anteriores, la actual implicaría un nivel de conocimiento y competencia que no es común para todos, por lo cual el escenario que nos espera es el de un mundo dividido entre unos pocos ricos y masas a las que les cuesta sobrevivir.

Esto tendrá un impacto en la demanda, que inevitablemente disminuirá, restando importancia a la productividad que las máquinas garanticen. Bajo impacto de la productividad también respecto a las desventajas causadas por el estrechamiento de la base productiva, con todas las implicaciones sociales del caso.

Según los datos de un estudio de McKinsey en 2014, las profesiones “del futuro” que se vislumbran gracias al desarrollo tecnológico determinarán la creación de 2,6 puestos de trabajo por cada empleo perdido. Pero el impacto del desarrollo tecnológico no afectará solo a los sectores “high tech” propiamente dichos. Otro estudio, este del Boston Consulting Group, ha examinado el cambio de vivienda de los empleados del sector manufacturero alemán, pronosticando que en este ámbito las nuevas tecnologías crearán unos 760.000 nuevos puestos de trabajo en los próximos diez años.

Pero hay un dato nada desdeñable que señalan tanto los investigadores de McKinsey como Obama en su discurso, y que también está contenido en las afirmaciones del Papa: la educación de las personas. Para no sufrir las consecuencias de la revolución tecnológica, hay que invertir en educación y formación: escuelas, institutos profesionales, universidades, centros de investigación, garantizando al mismo tiempo el derecho a estudiar, la autonomía y paridad, y la libertad de educación, que es sinónimo de la buena calidad. Estamos ante un gran desafío mundial para tutelar al hombre y ayudarle a salir de la crisis.

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