Editorial

Se puede crecer con mal Gobierno

Editorial · Fernando de Haro
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24 enero 2016
A España la salvó Europa. Y seguramente volverá a suceder. La “milagrosa transición” de la dictadura a la democracia, excepcional por pacífica, se debió en gran medida a que existía un proyecto de construcción europea en el que izquierda y derecha se reconocían. Fue así hace 50 años cuando el republicano Salvador de Madariaga sentenció que la Guerra Civil había acabado. Lo hizo en una reunión del Movimiento Europeo (Contubernio de Múnich), reunión en la que los viejos contendientes estrecharon sus manos.

A España la salvó Europa. Y seguramente volverá a suceder. La “milagrosa transición” de la dictadura a la democracia, excepcional por pacífica, se debió en gran medida a que existía un proyecto de construcción europea en el que izquierda y derecha se reconocían. Fue así hace 50 años cuando el republicano Salvador de Madariaga sentenció que la Guerra Civil había acabado. Lo hizo en una reunión del Movimiento Europeo (Contubernio de Múnich), reunión en la que los viejos contendientes estrecharon sus manos.

Si al final hay un Gobierno de socialistas, populistas de Podemos y comunistas (con la abstención de los independentistas catalanes de ERC y de Convergencia) será Bruselas la que limite los daños. Como los ha limitado en Grecia. Hace 30 años España fue acogida en el seno de la CEE de entonces con el propósito de estabilizar su democracia. El golpe de estado del 81 aceleró las negociaciones. El ingreso vino acompañado de sustanciosos fondos europeos que querían evitar cualquier radicalismo político. Había que evitar un posible avance de los comunistas. Los socialistas apoyaron la operación.

Bruselas vigilaría los excesos económicos y exigirá, en cualquier caso, control del gasto, reducción del déficit. Ya lo ha hecho con un Gobierno de centro-derecha (exige un ajuste adicional de 8.000 euros), con más motivo si hay un Gobierno social-populista. En derechos fundamentales también Europa supondría un límite a posibles excesos. Aunque la intervención de la Comisión llegaría cuando los daños fueran considerables. A corto plazo los efectos negativos serían inevitables.

En estos momentos solo un acuerdo del PSOE y Ciudadanos (del segundo y del tercero) con gran generosidad del PP o nuevas elecciones (los dos supuestos requieren un golpe de mano en el partido socialista) pueden evitar que se cumpla la previsión que hacía este periódico hace un mes. Rajoy no ha aceptado el encargo del Rey para someterse a una investidura, a pesar de estar al frente del partido más votado, con el propósito de propiciar un estallido dentro del PSOE. Solo los barones regionales y los históricos del partido pueden pararle los pies a su secretario general, que está dispuesto a aceptar un pacto suicida con Podemos. La posibilidad es remota. Las condiciones puestas por Pablo Iglesias para que Podemos apoye a los socialistas, y el modo en el que se presentaron, hubieran provocado la ruptura en la mayoría de los países europeos. Pero la socialdemocracia española parece haber desaparecido.

Las circunstancias son a todas luces desfavorables. Y es lógica la preocupación, casi se podría hablar de angustia, que hay en una parte de la sociedad. Hay un socialismo dispuesto a abandonar el consenso constitucional y el consenso europeo. Hay un fracaso educativo clamoroso. Por eso buena parte de los jóvenes españoles, ante la frustración, la falta de futuro y el sacrifico abrazan soluciones utópicas. Por falta de cultura política, porque no han encontrado en el presente una experiencia que les ayude a vivir con responsabilidad unos tiempos difíciles. Los dos elementos se han conjugado para dar forma a la tormenta perfecta.

La preocupación es lógica. El miedo, la ansiedad, la angustia o incluso cierta desesperación pueden ser síntoma de un cierto desenfoque del problema. Las circunstancias, una vez más, nos invitan a poner en su justa proporción el valor de la política, el valor de un mal o un buen Gobierno. Un Gobierno menos malo del que tendremos nos ha enseñado que las libertades no dependen en última instancia de su tutela por los poderes públicos, sino de su ejercicio efectivo. La única condición necesaria para que haya libertad de educar, encuentro, construcción de un mundo más humano, empresas que nos hagan más prósperos, es una persona, un grupo de personas, con una conciencia clara del valor de su propio yo y de sus necesidades. Este puede ser un tiempo formidable para experimentar, redescubrir que estamos en el tiempo de la persona. El tiempo de la persona no es el tiempo de la “opción espiritual” sino el de la construcción. Construcción de relaciones, de redes, de iniciativas en las que la libertad avance. No menos energía, la misma o más energía, pero encaminada a un nuevo emprendimiento del yo, a un nuevo emprendimiento social.

El fracaso educativo, que puede propiciar un Gobierno no deseable, es una invitación a reconocer que las viejas estructuras y las viejas respuestas no sirven. No funcionan los movimientos de contención, tampoco es útil alimentar la polarización. A más ideología desde el poder, más vida desde la base. La vida, construida con paciencia, siempre se abre paso. Y en el camino se aprende y se disfruta mucho. ¿Quién ha dicho que estas circunstancias no puedan ser también una ocasión?

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