Se estrena en Madrid `Walking Next to the wall`
Hoy se estrena en Madrid mi película “Walking Netx to The Wall”, dedicada a los coptos (19,30h. Colegio Mayor San Pablo. Calle Isaac Peral, 58). Mi primera visita a Egipto fue hace más de 25 años, toda una generación. Mucho tiempo en la vida de la persona, también en la de un país.
Quería reencontrarme con el Egipto que me había acompañado durante un mes de un verano muy especial. El verano en el que acabas los estudios universitarios, en el que descubres, con emoción, que te has convertido en un verdadero adulto y no te importa ni la falta de dinero ni tener poco claro el futuro porque lo que cuenta es la sensación de libertad y un amor al que dedicarle la vida. El trabajo, al que apenas te has asomado, te parece una suerte de juego divertido. Luego solo el tiempo y algo inesperado te devuelve esa ligereza.
Aquel verano de los 80 recorrí de norte a sur el país durante un mes. Hice muchos amigos entre los coptos, los cristianos egipcios. Acompañado por algunos estudiantes del Colegio de los Jesuitas del Cairo y por algunos jóvenes profesionales me adentré en un mundo poco conocido. Absolutamente ignoto para nosotros y desde luego para la gran opinión pública occidental. Los cristianos orientales solo les eran familiares a un reducido grupo de especialistas. En los largos viajes, en cenas que se prolongaban hasta el amanecer, en visitas a monasterios, a casas de ricos y de pobres, tuve la ocasión de compartir algo de la vida de los coptos.
Aquellos cristianos, que utilizaban la lengua de los faraones en una liturgia llegada desde los primeros siglos, ejercían una gran fascinación sobre mí, hijo del más puro racionalismo europeo.
Quería volver a encontrarme con mis viejos amigos los coptos que se han convertido en una de las minorías más amenazadas del mundo, especialmente desde el estallido de la llamada primavera árabe. Mark Lattimer, en el informe “People under Threat” (2014), asegura que “los grandes cambios que se han producido en Oriente Próximo y el norte de África, aunque han aumentado la esperanza de que progrese la democratización, también representan para las minorías religiosas y étnicas la mayor amenaza desde la caída de la Unión Soviética y la disolución de Yugoslavia”.
¿Estarían todavía allí los coptos? Era evidente que estaban porque las noticias hablaban de ellos, de decenas de muertos, de atentados, de su sufrimiento, de sus protestas, del cambio de patriarca. ¿Pero seguirían existiendo como pueblo religioso dentro del pueblo egipcio? ¿Se habrían disuelto, como tantos otros, o habrían sustituido su particular identidad por algo más al uso, por un partido, por la pertenencia a un grupo étnico? Quería responder a esas preguntas.
La idea de este documental empezó en Almería. En la costa, en un pueblo precioso que en un tiempo fue minero, pasaba algunos días de Navidad con mi familia. El 1 de enero de 2011, después de habernos acostado temprano, entramos en el único bar que había abierto para tomar un café. La televisión emitía las imágenes de una masacre en la ciudad egipcia de Alejandría. 21 cristianos habían sido asesinados mientras celebraban la entrada del nuevo año. “¡Pobres criaturas!”, exclamó la persona que nos atendía con esa expresión tan llena de ternura que tiene el mejor andaluz. Las dos palabras se me quedaron en la memoria. “¡Pobres criaturas!”. Aquella persona sencilla, que probablemente hubiera tenido dificultades para señalar en el mapa dónde se encuentra Alejandría o Bagdad, tuvo una verdadera compasión que a muchos de los que nos dedicamos a la información nos falta. Su reacción empezó a dar forma a una idea que estaba todavía brumosa. Días después un artículo del diario El País ayudó a concretarla.
Bernard Levy es uno de los intelectuales más conocidos de Francia. Al filósofo, que siempre ha dicho ser agnóstico, le había pasado lo mismo que al camarero de Almería. Y se había puesto a escribir. “Este atentado –decía Levy refiriéndose a lo que había sucedido en Alejandría– es la culminación de una serie de ataques que, en Nigeria, Filipinas y otros lugares, han ensangrentado la noche de Navidad”. El no creyente pedía una oración: “Hay que hablar. Hablar cuanto sea necesario. Dar fe. Indignarse. E incluso, los que pueden, rezar”. Tres semanas después insistía: “¿Permiso para matar cuando se trata de los fieles del Papa alemán? ¿Permiso, en nombre de otra guerra de civilizaciones no menos odiosa que la primera para oprimir, humillar, torturar? Pues no. Hoy, hay que defender a los cristianos”.
Lo que me ha sorprendido es que yo me puse en marcha para defender la causa de los cristianos perseguidos. Pero al final no es eso lo que ha dominado en mi ánimo. Durante los días de grabación trabajábamos 14 horas. A través de la cámara veíamos los rostros de las viudas que habían perdido a sus maridos por la violencia sectaria, a los que nos contaban los atentados, a los que son discriminados… Me conmovía su fe, su capacidad de perdón, su pasión por el cristianismo. Y cuando acababa la jornada me preguntaba: “¿quién hace esto posible?”. Es la gran pregunta.