Santiago: empieza la división
Ya tenemos otra vez la división. El enfrentamiento sobre la tragedia. De la unidad en torno al dolor de la primeras horas, de la solidaridad a las más variadas polémicas sobre el accidente de Santiago. Sin solución de continuidad. Parece que estamos condenados a que el mal de un atentado o de un descarrilamiento acabe generando división.
Nuñez Feijoó este fin de semana ha reclamado que la indagación para aclarar lo sucedido se haga sin prisas aunque haya importantes intereses económicos en juego. La alta velocidad es uno de las actividades más competitivas de la economía española y el siniestro del Alvia puede haber dañado ya nuestra imagen de marca en el exterior. Pero lleva razón el presidente de la Xunta de Galicia: ningún interés económico puede anteponerse a una investigación exhaustiva.
Hay quien apunta que si el tren hubiera tenido el sistema de frenado automático que se utiliza en otros tramos se podría haber evitado el descarrilamiento. Habrá que determinar si eso es cierto y si debía tenerlo. También hay quien señala que los sistemas de rescate no acudieron con toda la celeridad necesaria. Todo debe ser aclarado.
Pero no podemos pensar que el tren se estrello porque no se había creado y aplicado un sistema perfecto. No hay sistemas perfectos que eviten de forma absoluta el error humano.
Sería una nueva tragedia que la unidad entre los españoles que había generado el accidente se rompa por la atribución de las culpas, por intereses políticos, económicos y periodísticos. Ya tenemos experiencia de eso en nuestra reciente historia. El mal, sea cual sea su origen, siempre necesita redención. Para que los pueblos no se encharquen el reproche.