Sandra y el gusto por la vida

Sevilla ha llorado esta semana la muerte de Sandra Peña. Las estadísticas dicen que cada vez vivimos más. La esperanza de vida en el planeta es 20 años más alta que a mediados del siglo XX. ¿Y qué? ¿Para qué sirven las estadísticas si Sandra, Sandra Peña, quiso poner fin al sufrimiento que desde hace meses le atenazaba poniendo fin a su vida? El corazón de cualquier persona es siempre un misterio sin fondo: es un misterio sin fondo lo que pensó y sintió Sandra antes de lanzarse al vacío. Nunca lo sabremos, pero sí sabemos que el desprecio, la burla de sus compañeros le había robado la esperanza.
¿De qué nos sirve todo el progreso del que disfrutamos, de qué nos sirve toda la IA, toda la tecnología, todo el bienestar? ¿De qué nos sirve que nuestros chicos sepan dos idiomas, sean los más preparados de nuestra historia si para Sandra y para muchos como Sandra la vida se les hace insoportable? A la edad del primer amor, a la edad fascinante en la que un joven descubre que el mundo es apasionante, que una energía le desborda por dentro porque quiere construir un mundo más justo porque ha dejado de ser un niño y puede pensar por su cuenta, porque tiene mil bellezas por descubrir, a esa edad, Sandra no tenía por delante más que el desprecio y la burla. A todos nos hubiera gustado estar en esa azotea para abrazarla, para decirle a Sandra que la vida puede ser muy dura, muchas veces es muy dura, pero que merece la pena porque tiene sentido.
Vivimos una epidemia de desesperación, el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte no accidental de los jóvenes. ¿De qué nos sirve todo lo que tenemos si muchos han perdido el gusto por la vida? El tío de Sandra, Isaac Villar, portavoz de la familia, contaba que estaban rotos. ¿Cómo no van a estar rotos? Isaac anunciaba que va a emprender acciones legales contra el Colegio de las Irlandesas de Loreto en Sevilla por no haber activado bien los protocolos contra el acoso.
Habrá que ir hasta el final si las cosas se hicieron mal. Habrá que estar vigilantes para que se apliquen los protocolos, para que haya mejores protocolos. Pero no nos engañemos, no hay ningún protocolo que mantenga el gusto por la vida cuando llega el sufrimiento con sus emboscadas. ¿De dónde sacamos el gusto por la vida los mayores, cómo se lo transmitimos a los jóvenes?
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