Sanders, la fascinación de quien quiere cambiar el sueño americano
¿Saben por qué en un país como EE.UU, donde prácticamente no existe Estado social, donde los costes de la educación, las pensiones y la sanidad son tres pesadillas, no existe ni un partido comunista ni uno socialista? La razón es muy sencilla: ni el socialismo, ni mucho menos el comunismo han interesado aquí nunca a nadie. Al menos hasta hace tres días. En Iowa, Bernie Sanders ha estado a punto de hacer lo que ningún candidato de sangre judía ha hecho nunca: ganar una vuelta de las primarias. Tal vez la hazaña solo se haya pospuestos una semana, cuando el desafío entre este sexagenario de Brooklyn y Hillary Clinton volverá a plantearse en New Hampshire.
Sanders no es un populista, no ofrece promesas de esas que se pueden estirar de un modo u otro, ni siquiera intenta salvar a unos y a otros. Tiene amigos que le aman y enemigos que le matarían. Sanders es un socialista auténtico. Un senador, sí, pero un senador de Vermont, la “reserva” de los hippies de los años 60.
Hace unos meses, nadie hubiera imaginado verlo todavía en pie a estas alturas de la contienda. Una campaña electoral –siempre ha sido así– es en gran parte una cuestión de dinero. ¿Y dónde encuentra dinero un candidato que sigue lanzando proclamas de guerra contra el mundo de las finanzas, contra el gran capitalismo, contra “los ricos”, ese 1% que, como él dice, tiene en sus manos toda la riqueza de este país? Impuestos para los millonarios, presiones sobre Wall Street, sanidad gratuita para todos, universidades estatales a coste cero, salario mínimo de 15 dólares la hora… En el cuartel general de su campaña en Iowa, cuando aún parecía posible el impensable milagro de una victoria, Bernie nos dijo que se puede luchar incluso sin dinero. Tanto a Hillary Clinton como a los republicanos, Sanders responde con 3,7 millones de donantes procedentes de la gente común, con una donación media de ¡27 dólares!
Mi reacción ante Sanders es un tanto bipolar, y aseguro que no soy el único. Hay una fascinación innegable en este hombre. Dejemos a un lado la perfección, la competencia absoluta en todos los campos de lo humanamente conocible, la ausencia de “pecado”. Será un pobre hombre como todos. Pero a diferencia de los demás candidatos, Sanders parece “de verdad”, movido por un ideal. En una clasificación digamos humana, Sanders con su pasión estaría tres palmos por encima del resto.
Pero es socialista… portador de algo que los Estados Unidos siempre han rechazado y combatido. Justo aquí está el punto que más me llama la atención. El éxito de Sanders nos habla de la agonía del sueño americano, su victoria al final decretaría su muerte. Nos encontramos ante el vuelco de la famosa frase de John F. Kennedy. Ya no hay que preguntarse qué podemos hacer por nuestro país, sino más bien intentar repartir la riqueza en este país algunos, valiéndose de otros muchos, han conseguido acumular. Es tiempo de cobros.
La gente común ha construido este país conquistándolo paso a paso, soñando siempre con conseguirlo, haciendo de todo para no quedar atada al Estado. Pensando en todo excepto en la socialdemocracia. Ahora el sueño ha cambiado. Tal vez todo sea demasiado incierto, tal vez la ingenua audacia de antaño esté dejando paso al escepticismo, tal vez las jóvenes generaciones perciben que este no es un país para viejos, y que su juventud no tardará en marchitarse.
Tal vez este sueño estaba equivocado desde el principio, o tal vez simplemente lo estemos sustituyendo con algo igualmente irreal. Sea como sea, Sanders así lo cree. Y muchos parecen creerlo con él.