La Unión Europea y China

¿San Jorge y el dragón chino?

Mundo · Ángel Satué
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28 julio 2018
No es fácil comprender la realidad de las relaciones exteriores de la Unión Europea en los últimos meses. Confluyen intereses nacionales de los estados europeos y muchos asuntos de geopolítica internacional, como la cuestión nuclear iraní, la guerra de Siria, las relaciones con EE.UU. en la OTAN, con el propio Trump, los oleoductos desde Qatar y el Cáucaso pasando por los gaseoductos desde Rusia, la lucha contra los terroristas musulmanes, etc. Además, están los nuevos retos de política global, como el tradicional comercio internacional, el cambio climático, el uso del espacio o el gobierno o arbitraje de la globalización.

No es fácil comprender la realidad de las relaciones exteriores de la Unión Europea en los últimos meses. Confluyen intereses nacionales de los estados europeos y muchos asuntos de geopolítica internacional, como la cuestión nuclear iraní, la guerra de Siria, las relaciones con EE.UU. en la OTAN, con el propio Trump, los oleoductos desde Qatar y el Cáucaso pasando por los gaseoductos desde Rusia, la lucha contra los terroristas musulmanes, etc. Además, están los nuevos retos de política global, como el tradicional comercio internacional, el cambio climático, el uso del espacio o el gobierno o arbitraje de la globalización.

En este juego de geopolítica, recientemente, la Unión Europea y China en su 20ª reunión bilateral, han acordado reforzar su “asociación estratégica” (strategic partnership) y su compromiso con las reglas del orden mundial actual, aunque China trabaja por construir un sistema propio, con instituciones mundiales propias.

Esta asociación, que no llega a alianza, incluye la adhesión al sistema de comercio internacional al que China se incorporó hace pocos años, la lucha contra el cambio climático –con una importante cita en diciembre de 2018 en Polonia– y la cooperación en materia de seguridad y en asuntos exteriores, poniendo el acento sobre todo en los progresos en materia de protección recíproca de inversiones. Por cierto, un capítulo este último donde España es un enano en comparación con el nivel de inversión chino en Italia, Francia y Alemania.

En cambio, por otro lado, China (pero también Rusia, buscando su salida al Mediterráneo, y Turquía, buscando su expansión histórica) se vuelca en los Balcanes y el este europeo. Sin duda alguna, el flanco geopolítico más débil de la Unión Europea, sin contar con el ensanchamiento del Océano Atlántico, con la salida del Reino Unido de la Unión. Las relaciones entre China y la Unión vemos que tienen cada vez más importancia. Somos, no en vano, una península euroasiática.

El este de Europa (sin contar la guerra-crisis entre Rusia y Ucrania) es nuevamente el tablón de ajedrez del continente – imperio europeo (Kaplan) que es la Unión Europea, y China quiere estar presente. La Unión, en paralelo, refuerza la europeidad de la región. Prueba de ello es la victoria política a cuya consecución la diplomacia europea no ha escatimado tiempo y recursos, con relación a la denominación del país Macedonia. Este país, junto con Albania, ha comenzado sus conversaciones para entrar en la Unión Europea.

Es en esta región en la que el dinero chino, que igual compra deuda yankee que da créditos a Bulgaria para construir una carretera, comienza a extender sus redes político-económicas, sin pretender “dividir la Unión Europea” en palabras del primer ministro chino, Li Keqiang (excusatio non petita, acusatio manifiesta). En cambio, vemos cómo a primeros de julio tuvo lugar un nuevo encuentro del grupo de países 16+1, donde ese 1 es China y, de los 16, 11 estados pertenecen a la Unión Europea, más otros cinco que no (Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia, Eslovenia, Albania, Bulgaria y Rumanía).

Al tiempo que este grupo de 16+1, que obviamente no puede ser del agrado de Bruselas, confirmaba la creación de un centro global de inversiones, para que los empresarios chinos (tolerados o promovidos por el partido comunista chino) puedan canalizar sus inversiones en el este de Europa, actualmente en torno a un 4% de la inversión total china, la propia Unión Europea alcanzaba un increíble acuerdo comercial con el otro gran rival de China, Japón.

Este nuevo acuerdo comercial sin paragón para la UE, se trata del mayor acuerdo de comercio negociado por Bruselas –que entrará en vigor en 2019–, y que supone un mercado de 600 millones de consumidores, reduciéndose el 99% de los aranceles a importaciones niponas, y un 94% a importaciones europeas. En paralelo, China anuncia y asume en los foros internacionales que necesita de una Unión Europea unida y fiable para contrarrestar su actual guerra comercial con los EE.UU.

En estas circunstancias, en otra parte del mundo, el reciente anuncio de un aparente fin temporal de las tensiones comerciales entre la Unión Europea y los EE.UU., al menos su exteriorización, y el objetivo de alcanzar un acuerdo sobre las premisas de cero aranceles, cero barreras comerciales, cero ayudas de estado en productos industriales no ligados al automóvil (que es en cambio el verdadero caballo de batalla de la Unión Europea, o sea, de Alemania, junto con el aluminio, que es clave para entender el diseño de los coches eléctricos del futuro), no deja de ser una nueva manifestación de lo complicado del entorno global en el que se desenvuelve la diplomacia europea.

En la película “55 días en Pekín” recuerdo cómo el emperador chino ordenaba asediar el barrio de las embajadas occidentales y ponía fin al comercio con Occidente y su influencia cultural. Siempre la influencia cultural de Occidente. Esta bebe de la libertad, que bebe de la dignidad del hombre. China quiere ampliar su ruta de la seda, quiere ampliar sus mercados de exportación, quiere fieles, mejor dicho, súbditos consumidores de productos que acabará diseñando China. Pero China no tiene experiencia de la libertad, ni tradición histórica (al menos por lo que he leído).

Aquí traigo el muy castellano régimen de behetría: la capacidad de elegir un señor y obedecer sólo a quien uno quiera. Pues eso, tal vez haya que volver a los jueces de Castilla. ¿A quién quiere servir la Unión Europea, a China o a su propio Fuero de Albedrío?

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