Salvar el centro
La repetición electoral en España deja un panorama político más fragmentado y radicalizado. Las fuerzas del consenso constitucional pierden peso. Avanza el independentismo catalán y vasco. Avanza una derecha soberanista. Las mayorías son más difíciles y la suma más probable es un “Frankenstein” de partidos que no puede dar estabilidad a gobierno alguno y que alejaría a los socialistas de una política de reformas razonables más necesaria que nunca.
Pedro Sánchez, a pesar de haber ganado los comicios, ha sido el gran derrotado. El líder de los socialistas desde el mes de mayo apostó por una repetición electoral y la convirtió en una suerte de plebiscito, una segunda vuelta irresponsable para obtener un respaldo mayor que en abril. Quería gobernar en solitario (con al menos 150 diputados de los 350 que tiene el Congreso). La nueva convocatoria de las urnas ha supuesto dejar al país sin presupuestos y sin un Gobierno estable que afronte la desaceleración económica y el reto de la situación en Cataluña. Sánchez, empeñado en convertir su agenda personal en la agenda del país, minusvaloró el efecto que tenía una cita electoral a pocos días de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el intento de independencia de Cataluña. Era más que previsible una sentencia de condena, era más que previsible que esa sentencia provocase durante un cierto tiempo alteraciones del orden público y reacciones airadas.
Sánchez ha fracasado radicalmente, ha perdido tres escaños y 800.000 votos, después de haber utilizado durante meses los resortes del Gobierno para hacer campaña electoral. No suma votos ni de las formaciones a su izquierda ni de los liberales de Ciudadanos que se desploman. La sentencia del procés le da más fuerza al independentismo catalán en el Congreso. Y, sobre todo, la sensación de inseguridad provocada por los altercados tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo provoca una subida récord de la derecha soberanista de VOX que se convierte en la tercera fuerza. Con toda probabilidad, si las elecciones se hubiesen celebrado dentro de un par de años, cuando las cosas en Cataluña hubieran estado más calmadas, las contradicciones internas del independentismo catalán habrían pasado factura a los secesionistas. Tampoco habría subido tanto una fuerza como Vox que recoge un voto enfadado y poco reflexivo. Vox trae a la vida política española un antieuropeísmo hasta el momento desconocido y una criminalización de los inmigrantes basada en noticias falsas. No llega a ser una fuerza de ultraderecha como las que han proliferado en Alemania, Italia y Francia, pero es una expresión más del populismo.
Lo llamativo es que, en estas circunstancias, después de este rotundo fracaso que polariza a la sociedad española, Sánchez no se haya planteado dar un paso atrás o al lado para favorecer un Gobierno de las fuerzas constitucionalistas. Se trataría de un acuerdo entre PSOE y PP porque Ciudadanos, que en las pasadas elecciones aspiraba a convertirse en la segunda formación, es ya casi irrelevante con diez diputados.
En la noche de este lunes, lejos de barajar la posibilidad de una Gran Coalición con el PP, que daría el único Gobierno estable, habló expresamente de un Ejecutivo de “fuerzas progresistas” (la solución Frankenstein).
La fórmula de la Gran Coalición tiene problemas evidentes. A diferencia de lo que sucede en Alemania, no hay tradición alguna de acuerdos entre el PP y el PSOE. Los dos partidos han sido los rivales eternos y no se han adaptado al nuevo entorno con un Congreso fracturado y con una importante representación de radicalismos varios. El PP, que ha conseguido una importante recuperación como segunda fuerza pero que se ha quedado lejos de su objetivo (100 escaños), tendría complicado justificar un apoyo a los socialistas. El apoyo no podría ser solo para una investidura, tendría que incluir los votos para sacar adelante unos presupuestos. Eso es difícil cuando por la derecha Vox ha duplicado apoyos y puede seguir ganándole terreno. El PP solo podría apoyar un gobierno de los socialistas si pudiera exhibir la conquista de haber eliminado a Sánchez como candidato. La Gran Coalición, parlamentaria, sin entrada en el Gobierno, solo podría materializarse quitando a Sánchez de en medio. Y eso a estas alturas es casi imposible. Los socialistas ya lo echaron cuando se negó a facilitar la investidura de Rajoy y ahora el partido está en sus manos. Sánchez va a buscar, a toda costa, seguir al frente del Gobierno, aunque eso suponga acercarse al independentismo catalán y hacer concesiones a una política populista de izquierdas encarnada por Podemos.
Sánchez con su voluntad de seguir gobernando va a provocar que los extremos crezcan. Por eso, aunque en este momento el acuerdo de socialistas y populares no sea posible, conviene apoyarla para que a medio plazo se pueda salvar al centro. Sin centro el futuro económico y social de España es menos futuro.