Salimos juntos

Editorial · Fernando de Haro
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14 junio 2021
El G7 celebrado en los pueblos pesqueros de Cornualles, en el suroeste de Inglaterra, le ha servido al primer ministro británico para potenciar un destino delicioso a disposición del turismo nacional. Objetivo importante para la recuperación económica del país.

Tan importante que se traduce en trabas a los súbditos británicos para viajar a España y a Italia. Mejor en Cornualles que no en Palma de Mallorca o en Cerdeña. Eso es lo que se ha llevado Boris Johnson como anfitrión de la reunión del G7. Eso y un buen tirón de orejas de Joe Biden por su negativa a cumplir lo que pactó con la UE sobre Irlanda del Norte en el acuerdo del Brexit.

Los tiempos en que el presidente de los Estados Unidos se ponía de lado del nacionalismo británico frente a la UE parece que afortunadamente han quedado atrás. Biden ha hecho realidad el “America is back” con el que comenzó su gira por Europa hace unos días. El presidente demócrata corrige el aislacionismo de Trump, busca el apoyo de sus socios occidentales, de la UE y de la OTAN para dos de sus objetivos estratégicos en política exterior: restar fuerza a la expansión de China, intentar poner a la Rusia de Putin en su sitio. La Rusia de Putin es un país económicamente enfermo por su dependencia del gas y del petróleo, cada vez más autoritario y obsesionado por desestabilizar medio mundo con sus pretensiones hegemónicas. Es difícil entender cómo en Europa algunos sectores lo pueden considerar un socio conveniente.

“America is back” y Biden ha facilitado que el G7, uno de los órganos no de gobierno pero sí de discusión y de coordinación de las políticas mundiales, resurja con cierta agenda común. El virus ha ratificado lo que ya sabíamos: la globalización requiere de entidades supranacionales con peso. Bienvenido sea un refuerzo del G7 y el G20.

Los países más ricos del mundo integrados, con un presidente estadounidense clásico como Biden ejerciendo un cierto liderazgo, parecen haber encontrado el rumbo que tenían perdido desde 2008. Es una buena noticia que el G7 haya apostado, de forma conjunta, por los grandes paquetes de estímulos fiscales, que impulse un tipo mínimo del impuesto de sociedades del 15 por ciento (en el capitalismo digital hay demasiados paraísos fiscales y demasiadas compañías que ganan mucho dinero y no pagan impuestos) y que se haya mostrado firme (aunque con reticencias) en responder al expansionismo chino.

Pero todo eso no es suficiente para responder en este momento al gran desafío que plantea la pandemia. Podemos salir de esta peste con un mundo aún más desigual. Desde hace décadas se venía reduciendo en el planeta de forma significativa el número de personas que viven con un menos de un euro al día, el número de personas en pobreza extrema. En los últimos treinta años se había reducido a la mitad. La tendencia se ha invertido y en los últimos meses han aparecido 100 millones de pobres más. Los pobres son los que más sufren el Covid porque no se pueden aislar, porque no pueden dejar de trabajar cuando están enfermos, porque viven en países con sistemas sanitarios muy débiles.

La solución para afrontar la miseria provocada por el Covid es la misma para los países pobres que para los países ricos. Es necesario vacunar y es necesario poner en marcha programas de estímulo económico como los que se han puesto en funcionamiento en Estados Unidos y en Europa.

La Cumbre del G7 ha prometido donar 1.000 millones de dosis a los países con menos recursos. Es un paso adelante después de que ni Estados Unidos ni el Reino Unido hayan exportado vacunas y hayan estado vacunando en las últimas semanas a población sin riesgo. Pero la cifra sigue siendo insuficiente, los expertos estiman que hacen falta 11.000 millones de vacunas para lograr la inmunidad del planeta. Sin esa inmunidad general el mundo no volverá a ser lo que era. En África solo el 0,6 por ciento de la población está inmunizada.

Vacunas y dinero. Los planes trimillonarios de estímulo en Occidente están basados en la capacidad que tenemos de endeudarnos. En los países más avanzados estamos gastando el equivalente a una cantidad que está entre el 15 y el 20 por ciento de nuestro PIB para conseguir la recuperación. En los países en vías de desarrollo esa cantidad está entre el 2 y 6 por ciento del PIB. Después de la II Guerra Mundial Estados Unidos creó el Plan Marshall para ayudar a la reconstrucción de Europa y para frenar la expansión del comunismo. Los efectos del Covid se parecen mucho a los de una guerra y la amenaza de la expansión de ideologías antidemocráticas no es menor que hace 75 años.

No hay más que mirar a lo que está sucediendo en los últimos meses en América Latina, donde el viejo y nuevo populismo vuelve a cabalgar. O salimos juntos de esto o no salimos.

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