Editorial

Salario mínimo, vida máxima

España · PaginasDigital
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3 octubre 2013
Vuelve eldebate sobre el salario mínimo. En Alemania es uno de losargumentos centrales de la pre-campaña electoral. En el país de los derechoslaborales no existe, los sindicatos no lo han querido. El SPD ha prometidointroducirlo si gana las elecciones. Lo cierto es que fueron los socialdemócrataslos que introdujeron, con Shröeder, en 2003, los minijobs: trabajospor 400 euros con jornada reducida, que han supuesto desde hace diez años unaimportante desregulación.

En Españatambién hay polémica. El Gobierno de Zapatero elevó considerablemente elsalario mínimo. Ahora alcanza los 645 euros y el Banco de España, en su últimoinforme anual, recomienda suprimirlo para los desempleados de larga duración,los trabajadores de menor cualificación y los jóvenes. Los sindicatos hanpuesto el grito en el cielo y el Gobierno rápidamente ha explicado que nocontempla la medida. El debate se produce con una tasa de paro por encima del 27 por ciento, conun 57 por ciento de los jóvenes desempleados y con unaprevisión de que no se van a producir cambios sustanciales en los próximos dosaños.

En realidadla discusión sobre los efectos del salario mínimo es antigua. Ya en los años90, en la otra crisis, ocupó a los economistas. Una escuela mantenía que unaretribución mínima que puede estar por debajo de la productividad real tieneefectos negativos. Pero sus oponentes demostraron que los efectos eran nulosporque todo se acaba ajustando en la economía sumergida: trabajador yempresario se ponían de acuerdo, al margen de la ley.

Otro caso esel de los jóvenes. En este supuesto no hay duda, los efectos son negativos: unsalario demasiado alto es una barrera. La cuestión afecta claramente a Españadonde la tasa de fracaso escolar es del 26 por ciento. Antes de que estallarala burbuja inmobiliaria, los jóvenes sin cualificación abandonaban pronto laescuela y conseguían empleos con sueldos altísimos en la construcción. Eso hadesaparecido y los jóvenes sin estudios y sin empleo ni entran en el mercadolaboral ni pueden volver al colegio. Con otro sistema educativo y con másflexibilidad en las retribuciones, la relación entre el mundo de la enseñanza yel mundo del trabajo sería más fluida.

La polémicasobre el salario mínimo refleja hasta qué punto estamos instalados en la"hipocresía laboral". Los derechos están tutelados paraalgunos trabajadores, mientras la economía sumergida supone más del 20 porciento del PIB. Esa economía ni cotiza a la Seguridad Social ni paga impuestoscuando se necesita urgentemente subir los ingresos. La sola posibilidad debajar las cotizaciones para aumentar la entrada de dinero a las arcas públicasse considera, sin embargo, un tabú. Para no perder más derechos laborales porla vía de los hechos, conviene hablar sinceramente de estas cuestiones.

Y puestos aser sinceros hasta el fondo podríamos empezar a contarnos entre nosotros algo de lo que hemos intuidoen estos largos y duros años. Porque de lo que se trata es de volver areconstruir, aunque sea desde muy abajo, un mundo con trabajo. Para lo que son necesarias rotundas reformaseconómicas, pero también utilizar las experiencias existenciales de estetiempo. El derecho constitucional al trabajo  y el derechoa una remuneración justa por la que hay que pelear no pueden ser el únicohorizonte.

Después dehaber perdido una parte importante del sueldo, de estar en muchas ocasionesatenazados por el miedo al despido, o de haber sido ya despedidos y llevartiempo buscando empleo sin encontrarlo, se nos han hecho evidentes dos cosas,aparentemente contradictorias. En algunos instantes, en medio de esta difícilsituación, hemos intuido que valíamos más que el salario que nos pagaban o queel sueldo por el que nos podían contratar. La familia, un buen amigo, quizásuna sabiduría elemental, nos ha permitido recuperar la sencilla evidencia deque lo más radical era el hecho de estar vivos, y que eso era un don, unamuestra de que éramos queridos, a pesar del evidente fracaso o la contundenteinjusticia. Esos momentos de lucidez han permitido superar la ansiedad y lafrustración que supone estar de brazos cruzados.

La otrasencilla evidencia es que no podíamos quedarnos quietos. Que un hombre que notrabaja acaba destruido y que quedarse sin hacer nada es indigno. Estamos aprendiendo que para generar yencontrar trabajo hay que emplear mucho tiempo gratuito y no remunerado: eneducarse, en crear redes, en pensar juntos, en descubrir las oportunidades. Y encuidarse, para no confundir valor con precio. Estamos aprendiendo mucho.

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