Sako: un plan concreto y viable
El pasado 27 de marzo se produjo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una sesión inédita sobre el drama que atraviesan los cristianos, y otras minorías perseguidas, en Iraq y en otros países de Oriente Medio. Esta sesión, quizás una respuesta anticipada a la denuncia del Papa Francisco de una comunidad internacional “inerte” ante las matanzas de cristianos, se produjo a instancias de la presidencia francesa de turno, y tuvo entre sus invitados al Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Louis Raphael Sako.
El Patriarca Sako ha comenzado su intervención aclarando que la llamada “primavera árabe” ha tenido un impacto negativo para las poblaciones de Oriente Medio. La hermosa idea de un trabajo en armonía de las diversas religiones y grupos étnicos que componen el mosaico de una nación como Iraq jamás se ha llevado a la práctica. Por el contrario, han florecido diversos “grupos extremistas islámicos… que están persiguiendo y desarraigando (a los cristianos y otras minorías) de sus hogares, están cancelando su historia y su memoria”.
Ante la situación creada por el establecimiento del Daesh (el denominado Estado Islámico), Sako ha reclamado ante Naciones Unidas “el apoyo total al gobierno central y al gobierno regional kurdo en la liberación de todas las ciudades iraquíes, y por lo que respecta especialmente a cristianos, yazidíes y shabaks, de la ciudad de Mosul y todas las ciudades y pueblos de la llanura de Nínive”. Y con su conocido sentido práctico, precisa que para que dicha “liberación” sea efectiva es necesario garantizar la protección internacional para los habitantes de dicha llanura, que han sido obligados por la fuerza a abandonar sus hogares. Reclama, por tanto, que se establezca una zona de seguridad y la aprobación de una ley sobre bienes inmuebles para garantizar el derecho de estas poblaciones a sus tierras, de modo que puedan regresar a sus hogares y reanudar sus vidas en condiciones normales. Y advierte sobre la terrible situación que atraviesan los refugiados, ya que la creciente frustración, la desocupación y la pobreza, podrían favorecer el desarrollo de una atmósfera que tienda al extremismo y la venganza.
El Patriarca Sako no ha olvidado subrayar que no se puede generalizar ni extender la responsabilidad de los actos terroristas al conjunto de los musulmanes, y subraya que existe una mayoría silenciosa y pacífica de musulmanes que rechazan la politización de la religión y que desean una vida normal con los otros, dentro de un Estado civil y bajo los dictámenes del Derecho. Y advierte que “la paz y la estabilidad no pueden alcanzarse solo gracias a las acciones militares; de hecho, solas no están en condiciones de desmantelar este modo de pensar totalitario que destruye a seres humanos y a las piedras, en otras palabras a la civilización”.
Lo que el Patriarca caldeo reclama de la comunidad internacional (incluidas la Liga Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica) es un conjunto de medidas de tipo político, cultural y educativo con “el fin de proteger al mosaico nacional que está formado por cada individuo, persona y grupo, sin distinción de naturaleza étnica o religiosa”. Para ello es imprescindible favorecer gobiernos civiles que garanticen la igualdad entre todos los ciudadanos. En realidad esta sí sería una auténtica revolución en el mundo árabe.
Junto al factor que podemos denominar “civil” para afrontar la crisis, Sako ha subrayado también la responsabilidad de las diversas autoridades religiosas en la pacificación de la convivencia. Para ello reclama adoptar un tono moderado en los discursos, que refuerce el sentido de ciudadanía y una cultura de la pertenencia a los países y no solo a las confesiones religiosas o tribus. Otra innovación que resultaría definitiva para el futuro de la región. El Patriarca también reclama la reforma de los programas educativos para promover la tolerancia, mediante una condena neta de las divisiones, del odio y del espíritu de venganza. De esta manera se protegería a las generaciones futuras de las consecuencias del extremismo y de la violencia.
Este clarividente discurso ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contiene la hoja de ruta más inteligente y concreta que se haya planteado para afrontar la crisis de Medio Oriente en los últimos quince años. Y no es extraño que provenga de la experiencia de la comunidad cristiana iraquí, que paradójicamente corre el riesgo de verse desarraigada de la tierra de sus antepasados. Por supuesto, este plan (cuya aplicación requeriría en todo caso mucha decisión, paciencia y tenacidad) sería imposible si no goza de un amplio apoyo de las grandes potencias y de los países circundantes. Una buena oportunidad para que la comunidad internacional no permanezca “muda e inerte”, como acaba de denunciar el Papa Francisco.