Rubens y la belleza encerrada

Cultura · Elena Simón
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30 septiembre 2013
El Museo del Prado mantiene hasta finales de noviembre esta magna exposición en homenaje a las figuras pequeñas que es La Belleza Encerrada (de Fra Angelico a Fortuny). No podía quedar en ella mal parado el pintor más famoso y cotizado de la Europa del siglo XVII, el flamenco Pedro Pablo Rubens, que para ello nuestra Pinacoteca posee la mayor colección de pinturas del mundo de este artista, noventa obras, procedentes del coleccionismo de los reyes de España.

El Museo del Prado mantiene hasta finales de noviembre esta magna exposición en homenaje a las figuras pequeñas que es La Belleza Encerrada (de Fra Angelico a Fortuny). No podía quedar en ella mal parado el pintor más famoso y cotizado de la Europa del siglo XVII, el flamenco Pedro Pablo Rubens, que para ello nuestra Pinacoteca posee la mayor colección de pinturas del mundo de este artista, noventa obras, procedentes del coleccionismo de los reyes de España.

El barroco Pedro Pablo Rubens (Siegen, Alemania 1577- Amberes 1640), fue una notable personalidad, famoso e influyente, y un artista grandioso y excepcionalmente culto. Estudió latín y griego, pues el padre – calvinista de vida azarosa- fue jurista. Junto a su hermano Felipe, experto humanista, se movió por Italia durante ocho años, al servicio del Duque de Parma, y manejó su correspondencia en italiano, flamenco, latín y francés. Le apasionaba Séneca, y en el taller de Amberes, en sus años maduros, hacía leer textos clásicos a sus discípulos mientras trabajaban en las mitologías de la Torre de la Parada.

Regresó con precipitación a Amberes de su periplo italiano con 31 años, ante la noticia de la gravedad de su querida madre Maria Pypelinck, quién había educado a sus hijos en la libertad del catolicismo y Rubens fue un católico público y orgulloso de serlo. Ya instalado en Amberes, se casó felizmente, y también es prototipo de hombre afortunado en la vida familiar, Isabel Brandt y Elena Fourment posaron para sus obras, así como sus hijos en repetidas ocasiones. Además, consiguió de por vida el mecenazgo de los gobernadores de Flandes, el archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y su confianza pues desempeñó para ella embajadas de paz, en España, Francia e Inglaterra.

Artista muy prolífico y solicitado, ejecutaba con gran rapidez, lo que le permitió inmiscuirse en todos los géneros pictóricos: el religioso, mitologías, retratos, alegorías. Muchas veces, en colaboración con otros maestros, y es que en los Países Bajos en el siglo XVII salta una novedad que cambiará el rumbo de la pintura europea, surgen especialistas en géneros hasta ahora considerados dependientes de la representación humana, como el paisaje (Hobbema), los animales (Paul de Vos, con cacerías de ciervos repetidas hasta la saciedad), las flores (Seghers), los bodegones (Snyders, Clara Peeters), y pintores de género o costumbristas, como el satírico David Teniers, también en esta muestra.

Los nuevos mecenas eran los comerciantes y burgueses que querían ver plasmada la realidad que les rodeaba, cargada como no podía ser menos en el siglo de un simbolismo moral o religioso que no faltaba.

Una de estas colaboraciones es la serie de cinco cuadros de gabinete sobre Los Sentidos, de Brueguel de Velours, preciosista en la representación de objetos todos y naturalezas muertas. Rubens, máximo maestro del desnudo, incorporará las figuras protagonistas, Venus y Cupido. Así, en el Gusto, con la estancia a rebosar, y una lujosa mesa exquisitamente surtida, en alusión desordenada a los excesos en el llantar, muestra manjares deliciosos como langostas y cisne, y hace alusión a los excesos del alcohol y con las ostras al desorden sexual, Venus las degusta, no en vano la perla es la joya marina que la identifica, y un peligroso sátiro que escancia el vino. Sobre el tapizado, en lo alto, el cuadro de las Bodas de Canaán, el buen banquete, recomendado y bendecido.

Y este esplendor de los sentidos culmina con la La Vista. Objetos preciosos de todo tipo nos recrean, esculturas clásicas – punto de partida artístico imprescindible-, esferas armilares, joyas, flores, todo lo que visualmente puede deleitarnos, y como no un gabinete de pinturas, de Rubens principalmente, con el retrato de los gobernadores Isabel y Alberto. Pero Venus está ahora absorta en algo superior, en el cuadrito que le enseña su hijo Cupido y que representa a Cristo sanando la vista a un ciego de nacimiento, mostrando así en quién hay que poner los ojos, para ver verdaderamente.

Y nueve miniaturas mitológicas, bocetos que realizarán finalmente en tamaño natural otros discípulos suyos. La gran serie sobre las Metamorfosis de Ovidio fue un encargo del Rey Felipe IV, uno de los más grandes mecenas españoles. Rubens la ejecutó en los últimos años de su vida, pero muy afectado por la gota, no pudo realizar todos los cuadros finales.

Sin embargo, estas pequeñas figuras del maestro no deben confundirnos, y a continuación tenemos que pasar al edificio principal del Prado, donde se guarda la obra maestra de Rubens abundante en grandes composiciones, en las que hombres y mujeres, idealizados por su admiración hacia la escultura clásica que era el perfecto canon, se mueven poderosos, se expresan o bailan, cargados de movimiento. Sus modelos, de ricas carnaciones y veladuras, son poderosos y potentes, capaces de afirmar el protagonismo humano sobre el universo sin atisbos de melancolía o debilidad, con la fuerza y la belleza, por el sentido eterno de la vida.

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