Rostros contra el Isis

Mundo · Salvatore Abbruzzese
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15 octubre 2014
Durante la peregrinación a La Meca de principios de octubre, ante dos millones de musulmanes, el gran muftí saudí lanzó un llamamiento a luchar contra los militantes del Isis, pidiendo que fueran “golpeados con puño de hierro”. Casi al mismo tiempo, en oposición a la guerra promovida por el califato contra Occidente y contra el islam que no comparte la guerra santa, empezó a difundirse entre los jóvenes musulmanes británicos la moda de retratarse con el cartel “Not in my name”.

Durante la peregrinación a La Meca de principios de octubre, ante dos millones de musulmanes, el gran muftí saudí lanzó un llamamiento a luchar contra los militantes del Isis, pidiendo que fueran “golpeados con puño de hierro”. Casi al mismo tiempo, en oposición a la guerra promovida por el califato contra Occidente y contra el islam que no comparte la guerra santa, empezó a difundirse entre los jóvenes musulmanes británicos la moda de retratarse con el cartel “Not in my name”.

En París, el asesinato de Hervé Gourdel ha desencadenado la reacción de la comunidad islámica, que se ha manifestado públicamente en la gran mezquita de París contra el enésimo acto de barbarie responsabilidad de los militantes del Isis, mientras por todo el país empezaba también a difundirse el gesto de fotografiarse con dicho cartel.

El imán de la mezquita de Bordeaux, Tarek Oubrou, ha declarado que con el Isis “ya no comparte religión sino simplemente aberración”, mientras Kamel Kabtane, imán de la mezquita de Lyon, está entre los firmantes del llamamiento de los musulmanes de Francia, donde se condena a “una ideología homicida que se esconde tras la religión islámica usurpándole su vocabulario”.

Estas reacciones, aparentemente modestas en comparación con la amplitud de las manifestaciones al uso en las democracias occidentales, detentan en realidad un poder extraordinario una vez cultivadas en su contexto concreto. En esta guerra horrible y feroz, donde el frente de los medios es tan importante como la línea de fuego real, la guerra es también la contraposición de símbolos y gestos.

A la esencialidad de las armas en directo se añade lo sustancial de las imágenes que conscientemente circulan de una parte a otra. Hay que señalar, como en el caso de las fotos personales, que estamos ante manifestaciones individuales donde cada uno se presenta con su propia singularidad, no confundido entre la masa, no de forma indistinta sino reivindicando el derecho a una toma de postura personal, hablando por sí  mismo.

También hay que tener en cuenta que, en todas estas reacciones, los musulmanes, al mostrar su rostro, se exponen al riesgo de represalias inmediatas tan concretas como brutales (recordemos el caso del director de cine Theo Van Gogh). Estamos por tanto ante tomas de postura doblemente importantes, tanto porque son legitimadas individualmente, firmando cada adhesión con el propio rostro, como porque, al exponerse al riesgo de represalias, otorgan a esa prueba plena autenticidad.

El conflicto encuentra aquí un nuevo escenario mediático. Por un lado, la famosa imagen dirigida por el Isis, donde el prisionero asesinado en directo no solo vehicula un mensaje de violencia inaudita sino que proclama el principio en virtud del cual al hombre que muere ya se le ha arrebatado la titularidad de su humanidad misma, y precisamente por ello pasa a ser considerado como no-humano. Por otro, el mensaje que lanza el rostro de quien se opone, y lo hace sencillamente mostrándose: a la negación de la humanidad se contrapone la reapropiación del derecho del individuo a presentar, con su propio rostro, su juicio de condena. Al  militar-carnicero que no quiere ser reconocido, se contrapone alguien que hace del ser visto el centro de su propia protesta, radical y personal. A un acto de barbarie y negación de lo humano perpetrado en directo y ocultándose, se contrapone quien, proclamando su propia decisión de distanciarse, hace exactamente lo contrario mostrando su rostro.

Hay algo atávico y primordial en esta contraposición entre quien, por un lado, obtiene del grupo la legitimación, permitiéndose, justamente en virtud de esta apariencia, ocultarse; y quien, por el contrario, se opone a esa barbarie mostrando la sola arma de su propia individualidad, expresada y resumida en su propia mirada.

Estos rostros que miran, llegando a arriesgar la vida por el sencillo hecho de mostrarse individualmente, constituyen la respuesta más eficaz y poderosa ante quien, para golpear, obtiene su legitimación suscribiéndose en cambio a una responsabilidad colectiva. La contraposición es neta y radical: ante la barbarie que, a través de una colectividad armada, suprime la vida después de haberle negado su propia humanidad, se contrapone la fuerza de muchas individualidades, cada una con su propia mirada y su propio rostro, capaz de expresar una toma de postura extremadamente personal pero que, precisamente por ello, se hace solemne e inapelable.

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