Revolución árabe: contra el riesgo del fracaso, modernizar el islam

Mundo · Bernardo Cervellera
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20 junio 2012
En la primera sesión del encuentro de Oasis en Túnez, se pone en escena la transición del país, liberado recientemente de la dictadura. Hay tendencias salafistas que quieren imponer la sharía, pero también hay contribuciones de partidos de izquierda y ateos que, tras participar en la revolución, quieren garantías de libertad para todos. Es urgente que el islam acepte la libertad de religión y de conciencia, para proteger también a los que no creen.

La revolución de los jazmines, que tuvo en Túnez su primera chispa, corre el riesgo de "fracasar". El paso definitivo podría ser la "modernización del islam" y la "islamización de la revolución". En otras palabras, el futuro de las revoluciones árabes depende del espacio que se quiera dar a la dimensión islámica, y si ésta dejará espacio a las demás minorías religiosas, e incluso a los ateos.

Este tono dramático es lo que ha caracterizado la primera sesión del encuentro del comité científico de Oasis, que este año se celebra en Túnez sobre el tema "La religión en una sociedad en transición. Túnez interpela a Occidente".

La palabra "transición" es la más adecuada para definir cuanto está sucediendo en este país, donde, tras la caída del dictador Ben Ali y las elecciones que dieron la victoria a los musulmanes integristas de Ennahda y a los salafistas, cada día se trata de encontrar un camino común hacia la libertad.

Ha sido el profesor Yadh Ben Achour quien ha lanzado el grito de alarma: "Si Túnez no afronta el desafío de la modernidad, existe el riesgo de que la revolución fracase", y que el país vuelva a caer en una nueva dictadura, quizá no tan personal, pero sí ideológica y religiosa.

Ben Achour, presidente de Alta instancia para la realización de los objetivos de la revolución, ha explicado que en la coalición de gobierno se lucha contra dos tendencias: la islámica radical, que querría introducir la sharía, y otra más abierta y moderna. En los días pasados, el Estado ha intervenido para frenar la predicación de algunos imanes radicales que querían introducir en los tribunales las penas islámicas (amputación de piernas, pies, etc) para delitos comunes. Al mismo tiempo, el gobierno no ha intervenido con fuerza para defender una exposición de pintura de autores que se declaran "ateos", permitiendo que grupos de salafistas la atacaran y quemaran algunas de las obras, que han tachado de "blasfemas".

Para hacer frente a las tendencias radicales, en Túnez existe una sociedad civil muy consciente, y sobre todo grupos de oposición de izquierda y sindicatos que, junto con el partido Ennahda, hicieron la revolución y resistencia contra el dictador Ben Ali. Ben Achour ha recordado una huelga de hambre de 2005 que hicieron juntos y que llevó a Ennahda y a la izquierda a redactar algunas declaraciones conjuntas sobre el Estado, sobre los derechos de la mujer, sobre la ciudadanía. Esto permitió a Ennahda virar "hacia la democracia" y a los partidos de izquierda, acoger las instancias del islam.

Esta riqueza de la sociedad civil explica cómo es posible que en la nueva constitución se quiere afirmar que el islam es la "religión de Estado", pero no se quiere aceptar (lo ha rechazado el propio Rachid Gannouchi, líder de Ennahda) que la sharía sea la "fuente del derecho", como en cambio sucede en casi todos los países de Oriente Medio.

Según la profesora Malika Zeghal, tunecina, profesora en Harvard, se podrá encontrar una fórmula que permita la convivencia en el país. Este optimismo nace de la historia del país, que ya en tiempos de Habib Bourghiba, primer presidente de Túnez, se refería al islam, pero dejando mucho espacio a las libertades personales, garantizando un código de estatuto personal que, por ejemplo, aseguraba la igualdad de derechos a hombres y mujeres. Zeghal atribuye esta posibilidad de síntesis a un "compromiso pragmático" que en el momento actual reduce las tensiones. Pero subraya también la necesidad de fundamentos más profundos.

Ben Achour ha aclarado algunos puntos necesarios: que el islam defienda la libertad de religión y sobre todo la libertad de conciencia supone la posibilidad de que un ciudadano pueda no elegir ninguna religión (ateísmo) o cambiar de credo. Si esto no se da, existe el riesgo de caer en un Estado teocrático, que reduzca la libertad de la persona, destruyendo y marginando la propia cultura tunecina, rica en poetas y filósofos, a menudo críticos de un islam reducido a código de leyes.

Estas intervenciones estuvieron precedidas por el saludo e intervención (en video) del cardenal Angelo Scola, presidente de la Fundación Oasis, al que le ha sido imposible estar presente en Túnez. El arzobispo de Milán ha subrayado que también Occidente se tiene que medir con los fracasos de la secularización y, frente a un renacimiento de lo sagrado y de la religión, es necesaria una recuperación de la libertad de religión, concebida como el fundamento de todas las libertades. Para el cardenal Scola, el espacio para las religiones, como fundamento de la dignidad del individuo, es un ámbito de colaboración para cristianos y musulmanes.

La sociedad moderna, marcada por esta apertura al hombre y a la religión, no coincide con el Occidente actual. Precisamente este Occidente ha sido criticado por Ben Achour y Zeghal, porque ha frenado la "revolución de los jazmines" apoyando siempre al dictador de turno con discursos sobre la "democracia occidental". La revolución en Túnez -ha afirmado Ben Achour- no ha estado influenciada por Occidente, sino que es un producto "local": lo cual muestra que los hombres han sido creados para la libertad y, ante las dictaduras que humillan al hombre y lo corrompen, saben sacrificarse por estos valores. Tras la revolución tunecina -ha añadido Zeghal- "no hay un complot americano, sino sólo la implicación de los tunecinos. Por eso, el compromiso de todas las tendencias presentes en la revolución tendrá éxito, porque lo quieren los tunecinos".

AsiaNews

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