Retos a la libertad religiosa en México

Mundo · Jorge E. Traslosheros
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25 septiembre 2009
Los mexicanos nos encontramos en el tránsito de un régimen autoritario a otro democrático. Por lo que toca a la libertad religiosa, se traduce en el lento abandono de un régimen laicista para dar cauce a otro en verdad laico. De uno que intentó desterrar a la religión de la vida pública incluso con la violencia, a otro en el cual el Estado se legitima sobre la base de los derechos humanos. En este contexto, la libertad religiosa en México afronta diversos retos que podemos ubicar en dos grandes áreas: la jurídica y la cultural.

En la primera, el régimen de libertad religiosa presenta deficiencias, entre las más relevantes: el contraste entre el Derecho Internacional reconocido por México, que es generoso, con nuestro orden jurídico, que es restrictivo; una incompleta definición de esta libertad en el texto constitucional, así como la ausencia del reconocimiento a la objeción de conciencia; el considerar a los ministros de culto como ciudadanos de segunda; y la prohibición a las asociaciones religiosas de tener medios de comunicación, con excepción de los impresos necesarios para el cumplimiento de sus fines. En todo caso, lo más importante es darnos cuenta de que, ante la pluralidad religiosa en que vivimos, este marco jurídico resulta limitado y en los hechos ha sido desbordado.

Observo en el ámbito de la cultura tres problemas que a su vez constituyen un freno para el desarrollo de nuestra democracia. Por un lado, un ambiente público dominado por actitudes que podemos identificar como sacrofóbicas, por lo que se exige la desaparición de la religión del ámbito público al ser considerada elemento nocivo a la convivencia social; y por otro, el por ahora soterrado fundamentalismo religioso que se niega a morir. Ambas resultan ser  "propuestas" autoritarias que pretenden la eliminación del contrario y que ven en la libertad religiosa una amenaza a sus irreductibles posiciones. La mentalidad autoritaria tiene una raíz común y es su incapacidad para dialogar, para reconocer la existencia del "otro". La tercera amenaza, para mí la más grave, es el ocultamiento que las personas hacen de sus creencias religiosas, en muchos casos por el temor de ser atacadas, descalificadas o discriminadas por sacrofóbicos y fundamentalistas. Estos anónimos ciudadanos predominan en nuestra sociedad, lo que abona a construir el peor de los escenarios para una sana convivencia social y el desarrollo de una democracia que es, a decir de Gandhi, una ciudadanía temerosa de ejercer sus derechos.

Para construir una convivencia en verdad republicana es preciso adecuar los marcos jurídicos con el fin de fortalecer la sociedad civil y liberar su potencial cultural. Es tiempo de terminar con la estéril confrontación entre sacrofóbicos y fundamentalistas, para dar paso a un auténtico régimen de libertad religiosa que favorezca el encuentro entre ciudadanos de todas las creencias a través del diálogo cultural, ecuménico e interreligioso en la búsqueda del bien común.

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