Resurrección. Gesto extremo de amistad y de perdón

Cultura · Paolo Pezzi
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9 abril 2021
En la resurrección, Cristo hace posible para sus amigos una novedad de vida sorprendente. Desde Rusia, el testimonio del arzobispo de Moscú

Cristo Resucitado nos trae una novedad de vida, una vida nueva a través del servicio. Esta ha sido la experiencia que ha caracterizado mi Cuaresma este año.

Dos hechos me han ayudado especialmente a descubrir esto: un encuentro online con motivo del quinto aniversario del encuentro histórico del papa Francisco con el Patriarca ortodoxo ruso Kiril en Cuba, y otro encuentro también histórico, la presentación de la última encíclica del Papa, Fratelli Tutti, traducida al ruso por un comité de musulmanes rusos.

En ambos casos me ha sorprendido la idea de que nada de eso habría sido posible si Cristo no hubiera resucitado, es decir, si no estuviera presente aquí y ahora en su cuerpo histórico que es la Iglesia, que me mueve, que nos mueve. De hecho, para entender el alcance de estos acontecimientos no bastaría el mero diálogo entre nosotros. “Podemos buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en la discusión apasionada”; si no se llega a la hipótesis de un testimonio común (de communio) resultará estéril, no se generará un pueblo nuevo, “no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia” (Fratelli Tutti, 50), entonces no se es de nadie.

En segundo lugar, el diálogo hasta llegar al testimonio, y por tanto hasta la conciencia de pertenecer a Cristo presente, nos lleva al descubrimiento de una cierta comunión, que el Papa define como fraternidad. “Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros». Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad»” (FT, 272). Fraternidad o hermandad tienen una raíz decisiva que procede de “hermano”. Objetivamente, solo se puede hablar de hermandad si se descubre un padre y una madre en común, o al menos uno de ellos.

Personalmente, estos hechos me han permitido experimentar la paternidad única del Padre, el que es tam Pater nemo (Tertuliano), el que nunca deja de generarme, el que nunca deja de realizar milagros, el que resucitó a su Hijo hecho hombre. Hace poco releí una expresión de don Giussani que me impactó mucho en este sentido. “El mayor milagro que sacude el mundo es que personas que serían extrañas entre sí se traten como hermanos”. Para mí, esto describe literalmente mi experiencia con estos encuentros.

Ciertamente, durante la presentación de la encíclica no se afirmó de manera explícita que Cristo resucitado es el camión que nos conduce a la relación del Hijo con el Padre, ni que Jesús resucitado quiere, desea por encima de todo llevar a los suyos a esta relación de comunión, pero esto se puede experimentar porque Cristo resucitado se muestra como novedad de vida, como novedad de relaciones. ¿Y acaso no es novedad de vida, novedad de relaciones, el descubrimiento de una fraternidad, un testimonio claro por el que unos darían la vida por los otros?

Pero aún me resulta más llamativo descubrir que el servicio ya me introduce en estas relaciones entre Jesús y el Padre, en esta novedad de vida que él, Jesús resucitado, introduce en la vida de los hombres. En la liturgia católica del Jueves Santo se desarrolla el rito del “lavatorio de pies”, que este año no se ha podido hacer debido a la pandemia. En su evangelio, Juan da a este gesto un significado especial, vinculándolo a la misión, o al testimonio. Jesús pregunta a los suyos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. Ellos no entendieron nada, y sobre todo no entendieron hasta más tarde que aquel servicio era un gesto de amistad, de testimonio, de caridad, de perdón. Juan señala que Judas aún estaba en la mesa y por tanto Jesús también le lava los pies a él. Un gesto extremo de amistad y de perdón.

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

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