Respetar, defender y promover la vida humana y la familia natural

Mundo · Nicolás Jouve
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21 marzo 2017
Vivimos una etapa muy curiosa en la que la imaginación y el deseo de satisfacer las necesidades o los caprichos superan a la realidad y a la lógica de lo que es o no es, o de lo que se debe o no se debe hacer.

Vivimos una etapa muy curiosa en la que la imaginación y el deseo de satisfacer las necesidades o los caprichos superan a la realidad y a la lógica de lo que es o no es, o de lo que se debe o no se debe hacer.

En el campo de la ciencia y su derivada aplicada, la tecnología, todo tiene un orden y una lógica, y hay equipos de personas y especialistas trabajando rigurosamente para generar conocimientos e innovación. Esto es necesario y bueno para el desarrollo tecnológico y el aprovechamiento de la sociedad y para contribuir a aumentar el bienestar de muchas personas… Pero para que los descubrimientos científicos lleguen del laboratorio a la calle hay que pasar antes por una valoración ética y un análisis sobre la conveniencia de una nueva aplicación, en términos de unos valores de respeto a la dignidad humana, pues no todo lo que técnicamente es posible es éticamente aceptable. En noviembre de1970 el papa emérito Benedicto XVI dirigió un memorable discurso en Roma, en la sede de la FAO, con ocasión de su 25º aniversario en el que dijo que «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técni¬cas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre».

Un ejemplo patente de la irresponsable precipitación con la que se desarrollan los usos y las tecnologías que impulsan el desarrollo industrial es el no exigir medidas suficientes para evitar la degradación de la tierra, de sus bosques naturales, la contaminación de las aguas, el suelo y el aire, hasta haber llegado a una situación de riesgo para la naturaleza y con ello de la misma humanidad como consecuencia de un cambio climático difícil, aunque no imposible, de controlar. En este sentido, el papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común dice que «si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la be¬lleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumi¬dor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos».

Este es el mundo en que vivimos. Una época desquiciada en la que se tratan de imponer las corrientes relativistas, materialistas y postmodernistas, que niegan la existencia de verdades absolutas y preconizan la libertad individual y la neutralización de todos los valores y hasta la muerte de la cultura. Un mundo de individualismo en el que todo vale si a mí me vale y en el que solo es verdad mi verdad. Un mundo en el que domina el “pensamiento líquido”, que se caracteriza por su ingenuidad, vaciedad de ideas carentes de fundamento y por una pérdida de la responsabilidad frente al otro y frente a la sociedad. Es algo que aunque viene de lejos se acentúa en la segunda mitad del siglo XX, al eclosionar la aparición de la teoría de la total autonomía en la gestión del cuerpo, al margen de los principios y valores morales tradicionales. Es la consecuencia de la confluencia de varias tendencias: una exaltación de la autonomía y libertad radical del sujeto, propia de la ideología liberal, una corriente materialista e igualitaria que proclama el derecho radical de todos en orden a disponer del propio cuerpo y una deconstrucción de la Gran Filosofía y de los principios morales y valores tradicionales vigentes e indiscutidos hasta finales del siglo XIX, basadas en occidente en el pensamiento griego, el humanismo cristiano y el derecho romano, bajo la corriente filosófica de Nietzsche, recreada en el momento actual por el filósofo polaco de origen judío Zygmunt Bauman, autor entre otras obras de “Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbres” (2007).

Todas estas tendencias tienen su reflejo en el ámbito de las ciencias de la vida y en sus aplicaciones biomédicas. Ocurre a menudo que se pasa por alto la reflexión ética y se trata de conectar directamente una idea, un descubrimiento o una novedad científica, con la sociedad, sin considerar antes los pros y los contras y sin una necesaria reflexión bioética. Todo parece ser igualmente válido… no importan ni los principios ni las normas éticas y morales, con tal de saborear las ventajas de aquello que se cree útil. Veamos unos ejemplos.

En 1998, al Dr. James Thomson de la Universidad de Wisconsin se le ocurrió que los embriones humanos sobrantes, procedentes de las técnicas de fecundación in vitro, serían una fuente valiosa de células madre para curar enfermedades degenerativas… Como consecuencia faltó el tiempo para empezar a utilizar embriones, sin reparar en que son vidas humanas en su primera etapa de desarrollo. Afortunadamente la ciencia ha avanzado por otros derroteros, y ya prácticamente nadie investiga con embriones humanos, ni siquiera el Dr. Thomson que actualmente investiga con un método de “reprogramación” celular (células iPS) que parte de células adultas del propio paciente.

Desde hace unas décadas existe una corriente que defiende la hipótesis del “born that way” (postulada, por ejemplo, en una canción de Lady Gaga de 2011). Quienes defienden esta corriente sostienen, contra toda evidencia científica, que hay una base biológicamente causal en la orientación sexual. Según esta “ideología de género” no importa el sexo sino el género. Se ignora que venimos al mundo con una dotación cromosómica de mujer o varón, XX o XY, que es lo que determina el sexo, y directamente se establecen normas que tratan de convencer de que lo que importa es lo que uno desea ser, no lo que se es. Se llega a negar que lo que dice la biología sobre el sexo es ciencia, y con frecuencia intentan refrendar las teorías de la identidad de género con hallazgos científicos inexistentes. Ni siquiera se piensa en las consecuencias físicas y psicológicas a largo plazo para quienes se someten al peligroso cruce sexual mediante unos tratamientos hormonales y/o quirúrgicos. Léanse por favor el importante, extenso y documentado informe de los americanos Paul R. McHug y Lawrence S. Mayer, titulado “Sexualidad y género. Conclusiones de la biología, la psicología y las ciencias sociales”, publicado en otoño de 2016 en la revista de tecnología y sociedad The New Atlantis (nº 50). Este es concluyente: las pruebas científicas no respaldan la visión de que la orientación sexual es una propiedad innata y biológicamente fija del ser humano (la idea de que los individuos “nacen así”). Bien está no estigmatizar a quienes presenten la “disforia de género”, pero no hasta convertir lo excepcional en una norma que encima se trata de imponer a la sociedad como una nueva forma de educar a los más pequeños.

Otro ejemplo lo tenemos en la llamada “maternidad subrogada”, que implica la gestación de un niño por una mujer ajena a quien desea tener un hijo, bien una pareja con problemas de infertilidad, una pareja de gays o lesbianas, una mujer sola o un varón solo. Media para ello un contrato y la utilización de las técnicas de reproducción humana asistida. La maternidad subrogada parte de la suposición de la existencia del derecho a tener un hijo y de su satisfacción pagando lo necesario para “comprarlo” en algún “supermercado de reproducción humana”. Por supuesto la calidad del producto depende de lo que se pague. Para ello ya hay oferta suficiente, tanto en países pobres (India, Tailandia, Camboya, Ucrania…) que utilizan la “maternidad subrogada” como una fuente de divisas, como en países de economía liberal (algunos estados de los EE.UU.) que ofrecen más “calidad”. Basta con firmar un contrato para que una mujer geste el niño deseado, incluso con óvulos, esperma o embriones de donantes desconocidos. Quedan en la ignorancia consideraciones tan importantes como el derecho superior del menor a nacer en un hogar y a tener unos padres biológicos, y por supuesto la dignidad de la mujer.

A la vista de todo esto nos podemos hacer muchas preguntas que se podrían resumir en estas dos: ¿son estas tendencias lo mejor para la evolución cultural y el futuro de la humanidad?, ¿en qué se beneficia la sociedad si se impone un modelo de familias rotas y desestructuradas frente a la familia natural como célula básica de la sociedad? Piénsese que respetar, defender y promover la vida es el primer deber ético del ser humano para consigo mismo y para con los demás. Este principio tiene una validez y universalidad propia. A ello se ha de añadir la certeza de que la familia natural «es donde los niños maduran su existencia, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto mutuo, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría», en palabras del papa Francisco.

Nicolás Jouve, catedrático emérito de Genética y presidente de CíViCa (Asociación miembro de la Federación Europea One of Us)

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