Resistir, ¿ha merecido la pena?

Mundo · Redacción de La Nuova Europa
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5 marzo 2025
Un aniversario triste, que se ha vuelto aún más trágico por los últimos bailes políticos, haciendo caso omiso de toda verdad. Hemos preguntado a los protagonistas directos si ha merecido la pena resistir. Hemos escuchado palabras de gran dignidad.

Tres años de guerra, de bombardeos diurnos y nocturnos, de torturas, muertes y fosas comunes, de derrumbes e incendios, de niños secuestrados, pérdidas, huidas y desesperación.

K. N., que vive en Járkov, escribe en Facebook: «El barrio de Saltovka, donde vivo, tiene una extensión de un kilómetro cuadrado… No bastaría toda la zona para enterrar a todos los muertos de esta guerra. Una vez vi los cuerpos de tres personas asesinadas juntas y fue suficiente para los años venideros… La esquizofrenia no está solo en mi cabeza, está en todas partes…».

El momento más negro para Ucrania ya no es el 24 de febrero de 2022, sino el actual, en el que se pronuncian con ligereza palabras obscenas sobre la guerra que «Ucrania no debería haber iniciado» y con despiadada indiferencia por su inmenso sacrificio y por aquellos que murieron no «inútilmente», sino para que otros pudieran vivir.

Después de todo el sufrimiento acumulado, la fatiga más allá de todo límite, parece que hoy en día potencias extranjeras quieren arrogarse el derecho de decidir la paz en lugar de los ucranianos, despreciando su voluntad de vivir libres en un país libre e independiente. En Occidente está de moda el eslogan pseudo humanitario: «¡Basta ya!». La periodista rusa Ksenija Lučenko encuentra cierta similitud entre esta frase y lo que le repetían los mayores en su infancia soviética: «No te resistas, el más listo cede».

Vuelven los viejos esquemas, los viejos eslóganes: «Morir por Gdansk», «Mejor rojos que muertos» y no se puede evitar preguntarse qué significado tiene la historia, la lejana y la reciente.

Después de guerras o trastornos políticos trascendentales, el primer impulso de quienes se oponen es hacer que las cosas vuelvan a ser como antes. Muchos refugiados rusos, después de huir de la revolución, cultivaban el sueño de «volver a Moscú en el caballo blanco de los libertadores», pero con el tiempo se dieron cuenta de que «los caballos blancos no existen».

Después de tres años de guerra, ahora se está abriendo camino la conciencia de que la reconquista completa de los territorios ocupados es imposible. Y habrá que trabajar duro para identificar las condiciones reales de un paz, si no justa, al menos estable. Surge una pregunta inquietante: ¿para llegar a esta conciencia fue necesario sacrificar cientos de miles de vidas, dejar que se destruyeran cientos de centros habitados? ¿No se podía aceptar de inmediato la ley del más fuerte? ¿Por qué fue bueno resistir? La pregunta que hemos planteado a algunas personas es, en el fondo, una única y radical pregunta: ¿significó y sigue significando algo el resistencia ucraniana?

Y aquí están las respuestas.

Oleksandra Romancova (ucraniana, activista civil, Premio Nobel de la Paz)

Los ucranianos en general entienden perfectamente que no se podrá volver a 2012. Ya en 2014 tuvimos más de 2 millones de refugiados internos. Y muchos de ellos tuvieron que huir de nuevo en 2022, perdiendo su hogar, sus contactos sociales y sus medios de subsistencia. En Ucrania, la conciencia de que nada volverá a ser «como antes» es, sin duda, mucho más fuerte que en los países de la UE y en los demás miembros del G20.

La resistencia comenzó en 2014 y continúa hoy no porque a los ucranianos les guste, sino porque ninguna otra estrategia, como los Acuerdos de Minsk, ha funcionado. Rusia ha ignorado los Acuerdos, ha afirmado que sus tropas y servicios de seguridad «no están presentes en el Donbass» y que los registros cada jueves por la mañana en los asentamientos tártaros de Crimea «son un procedimiento normal».

El objetivo de esta resistencia no ha cambiado desde 2014 hasta hoy. Es la existencia de un Estado ucraniano donde la población disfrute de plena soberanía y tenga derecho a decidir cómo construir la sociedad. Y el hecho de que millones de ucranianos, hoy en día, no tengan que vivir según las reglas que les ha impuesto la Federación Rusa, que tienen su propio Estado, ya es un gran resultado. Nadie hubiera creído que la sociedad ucraniana sería capaz de ello.

En cuanto a la pregunta de si la existencia de un Estado independiente vale la vida de las personas, es una elección de cada individuo, y los ucranianos no fueron los primeros en tener que tomar una decisión así.

Padre Georgij Kovalenko (ucraniano, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania)

Me suena rara la formulación misma de la pregunta. La táctica de apaciguamiento del agresor o del prepotente nunca ha llevado a la paz y a la armonía con la víctima, sino que, por el contrario, ha llevado a la impunidad y a una agresión aún mayor.

En el siglo XX, Hitler decidió resucitar el Tercer Reich y resolver definitivamente la «cuestión judía». El intento de engatusar a la Alemania nazi, así como el «no querer darse cuenta» de la asimilación de países enteros y del plan de eliminar pueblos enteros, tuvieron como resultado la Segunda Guerra Mundial. En el siglo XXI, Putin intenta reconstruir el imperio soviético (ruso) y resolver definitivamente la «cuestión ucraniana». Esta vez, Occidente no ha perdido el tiempo, ha apoyado a Ucrania y nos ayuda en nuestra lucha, no solo por la libertad y la independencia, sino también para que nuestro pueblo pueda vivir en nuestra tierra.

Me preguntas «¿Era necesario sacrificar cientos de miles de vidas…?». Pero, en realidad, no fueron «sacrificadas». Resistir al agresor fue la elección consciente de millones de ucranianos y, si queremos definirlo como «sacrificio», no lo es en el sentido de «víctimas de las circunstancias» de las que nada depende. En el frontón de la milenaria catedral de Santa Sofía en Kiev, construida a principios del siglo XI, está escrito: «Sofía, fuerza de Dios y sabiduría de Dios». Es una paráfrasis de San Pablo en la carta a los Corintios, que desde el comienzo de la agresión rusa ha sido percibida por los cristianos ucranianos como la clave para entender lo que estaba sucediendo. San Pablo habla de la Cruz de Cristo como «fuerza de Dios y sabiduría de Dios», pero entendida como la libre elección del Cordero para la salvación de la humanidad, como Resurrección, como victoria de la Vida sobre la muerte, del Bien sobre el mal, camino que conduce a través del Gólgota. Desde el comienzo de la guerra, esta verdad del Evangelio se ha convertido en nuestra realidad.

Millones de mujeres y niños se han convertido en refugiados en todo el mundo y estaremos siempre agradecidos a los europeos que los han acogido como si fueran de su familia. Esto también expresa amor auténtico y gratuito por el prójimo.

(…) Hoy en día, Ucrania está más interesada en la paz que nadie. Pero cuando visité a los refugiados ucranianos en Europa y hablé con los europeos que los ayudan y que desean la paz, siempre precisé que Ucrania necesita una paz justa, que haga que Europa y el mundo entero sean más seguros.

Recemos por ello y defendamos un paz de este tipo, depositando nuestra esperanza no solo en nuestras fuerzas, sino en la ayuda de Dios y en el apoyo de los pueblos y hombres de buena voluntad.

Evgenij Zacharov (ucraniano, presidente del Grupo Helsinki ucraniano)

Rusia ha iniciado una guerra a gran escala para destruir al gobierno ucraniano y a todos los ucranianos que lo defienden y apoyan. Por eso no teníamos elección: oponernos o rendirnos a un gobierno militarmente más fuerte para preservar la vida de los ucranianos, las ciudades y los pueblos, las infraestructuras…

Para una persona no hay nada más terrible que perder el respeto por sí misma y depender totalmente de la voluntad de los demás. Para los ucranianos, esto es aún más cierto: nuestro pueblo ama mucho su libertad, que considera el valor más importante. Basta recordar que todos los levantamientos en los gulags estalinistas (Vorkuta, Kengir, Noril’sk) fueron organizados y liderados por ucranianos. A principios de los años setenta, los jóvenes ucranianos acabaron en masa en los campos de concentración por el derecho a «llamar a las cosas por su nombre».

Cuando el 21 de noviembre de 2004 y luego de nuevo en 2013 los habitantes de Kiev salieron a la plaza Maidán, se rezaba por sus vidas en las iglesias y nadie sabía qué pasaría si el gobierno reaccionaba con la fuerza de las armas contra los manifestantes. También en 2022, los ucranianos se han puesto en masa a defender su libertad e independencia, sin imaginar que el gobierno agresor destruiría estos valores. Y ya entonces ganaron, evitando el éxito de la guerra relámpago.

Es cierto que, al elegir oponerse y luchar por su libertad e independencia, Ucrania ha pagado un precio terrible. Pero para nosotros un compromiso no es posible. ¿Qué compromiso puede haber con quien quiere matarte? De hecho, para Rusia la condición para que el conflicto termine es la capitulación del gobierno ucraniano, no acepta nada menos. Por eso me cuesta imaginar unas negociaciones de paz con Rusia. Los ucranianos nunca aceptarán depender de Rusia, pero sin el cumplimiento de esta condición, Rusia no aceptará la paz. Por eso creo que la guerra continuará hasta que ambas partes se hayan agotado y ya no puedan seguir luchando.

Para no ceder antes de tiempo, debemos unirnos de nuevo como al principio de la invasión, creer en la victoria y movilizar todos los recursos. Todos los ucranianos deben dividirse entre los que luchan y los que ayudan. Es necesario reformar el ejército, apartando a los comandantes que todavía tienen una educación soviética a los que no les importa la vida de las personas. Es necesario reformar también otras instituciones estatales, después de liquidar lo que queda de las prácticas soviéticas. Debemos cambiar muchas cosas en nuestro país.

¿Conseguiremos resistir? Nos faltan armas, municiones, aviación. Pero lo que más nos falta son hombres dispuestos a luchar. Las democracias occidentales ayudan mucho a Ucrania y les estamos muy agradecidos, pero no es suficiente para no ser derrotados. La ayuda debería ser mucho mayor. Hace más de diez años que Ucrania lucha sola contra el imperialismo ruso por el bien de todo el mundo civilizado, y espero que los países occidentales entiendan que, en caso de derrota de Ucrania, les tocará luchar y pagar un precio aún mayor.

Padre Michajlo Dymyd (ucraniano, sacerdote greco-católico)

La nueva nación ucraniana nació en el Maidán de Kiev, durante la Revolución de la Dignidad, y no fue una cuestión de territorio. Fue el momento en el que identificamos nuestras prioridades como sociedad poscolonial; fue la salida de la esclavitud cultural e intelectual (por desgracia, rusa) al definir las reglas de una nueva vida en libertad.

La lucha por el territorio es solo un aspecto de la guerra. Hay otros: el aspecto religioso, diplomático, cultural, ideológico, histórico, político, económico, de desinformación, de chantaje, el aspecto químico, nuclear, lingüístico… La conquista del territorio es solo uno de los métodos de la guerra de valores que se está librando actualmente en Europa. Cuando Vladimir Putin lanzó la gran invasión de Ucrania, en febrero de 2022, subrayó que no existe una nación ni una cultura ucranianas, y que aquellos que se identifican con ellas deben ser reeducados o destruidos.

A lo largo de los siglos, la nación ucraniana ha perdido muchos territorios en favor de otras formaciones estatales y el grupo étnico ucraniano ha desaparecido prácticamente de esas regiones. Pero esa no es la cuestión. Hoy en día, pocos recuerdan Kuban, Zelenyi Klyn, Bilhorod, Przemysl, Jaroslav, Cholm. Rara vez se tiene en cuenta el hecho de que estos y otros centros fueron en su día étnicamente ucranianos (o, como se decía, rusos rusos) y que ahora ya no pertenecen a Ucrania.

En mi opinión, el hecho de que Rusia pueda seguir arrebatando partes del territorio ucraniano no significa que sea superior o más fuerte.

Por lo que puedo observar, para la mayoría de los ucranianos son más importantes los principios éticos, es decir, los valores, y son estos los que determinan quién será el más fuerte y el vencedor a largo plazo.

La dignidad humana, la libertad de expresión, la elección democrática, el derecho a la oposición, el diálogo y la crítica de los disidentes, la libre circulación de personas, la pluralidad de confesiones religiosas, el desarrollo auténtico de la cultura autóctona, la capacidad de controlar al gobierno, la libertad de prensa, etc. son valores por los que los ucranianos luchan y derraman su sangre.

Cuando se habla de «sacrificar cientos de miles de vidas», hay que decir que cada vida es un universo entero. La lucha entre ucranianos y rusos (moscovitas) no solo por los territorios, sino por los valores, lleva siglos y produce víctimas. Muchas personas han dado su vida por el derecho de la nación ucraniana a ser ella misma. Incluso entonces se trataba de valores asociados a la pertenencia a un grupo étnico no ruso. Por esta razón, cada vez que el gobierno ruso (en sus diversas encarnaciones: zarista, soviético, federal) se apoderaba de los territorios en los que vivían esas personas, estas eran liquidadas.

La liquidación puede ocurrir de muchas maneras. Perder la vida física es algo terrible, pero no te convierte en esclavo. Cantamos las alabanzas de los mártires cristianos como vencedores sobre sus verdugos, el tropario dedicado a ellos dice: «Oh santos mártires, habéis sufrido y habéis sido coronados de gloria, por eso rezad al Señor para que tenga piedad de nuestras almas…». Es muy significativo que esta oración se cante también durante la boda. La esclavitud es la peor forma de privación de la vida, ya que se está vivo en sentido figurado, pero ya no se tiene una identidad propia y se está sometido a imposiciones y abusos espirituales, mentales, intelectuales, culturales y psicológicos.

El problema no está en el territorio en sí, sino en la «tabula rasa» que las autoridades rusas han aplicado y aplican continuamente a la existencia espiritual global de los ucranianos.

Me gustaría decir otra cosa importante sobre los valores. A lo largo de la historia, nunca ha habido una unidad del pueblo ucraniano como la que tenemos ahora. En siglos pasados, los individuos eran conscientes de su propia identidad diferenciada, de su personalidad individual. La unidad también podía limitarse a categorías pequeñas o grandes de personas (escritores, sacerdotes, cantantes, campesinos, políticos), pero

Ahora millones de personas comparten la idea de una Ucrania independiente con su propia cultura y visión democrática. Esto ya es una victoria por la que la gente considera que vale la pena dar la vida física.

Quisiera poner como ejemplo al famoso metropolita Andrej Szeptycki, que pidió tres veces al Papa que bendijera su ofrecimiento de la vida física, ya que consideraba positivo el sacrificio total en la lucha por los valores que el Señor nos ha dado. La cuestión es que sin ellos no somos plenamente humanos, y el ámbito de la vida humana es más amplio que el terreno, debemos recordarlo constantemente.

En resumen, según mi análisis, gracias a los valores que el pueblo ucraniano ha adquirido en el Maidán a través del consenso nacional, hasta ahora no han sido las fuerzas destructivas rusas las que han resultado más fuertes, sino los soldados ucranianos, que cuando defienden sus territorios tienen en mente sobre todo los valores. Si estos valores se preservan, se purifican con fuego y se desarrollan según las enseñanzas de Cristo, la «resistencia ucraniana» no solo pondrá fin al terror militar en el país, sino que contribuirá a detener otros tipos de guerra que se extienden hoy en día por el mundo, diversas formas híbridas de conflicto como la desinformación, la presión económica y religiosa, el terrorismo, el desencadenamiento de rebeliones locales, etc. Muchas de estas formas, por desgracia, tienen, si no sus raíces, sí una conexión con Rusia.

El pueblo ucraniano, sorprendiendo a sí mismo y al mundo, ha tenido la fuerza de decir valientemente no a la «ley del más fuerte», a costa de la vida de sus chicos y chicas, y esto, en mi opinión, llevará en el futuro a detener algunos otros enfrentamientos ya en curso. Se detendrán por mucho tiempo, me gustaría que fuera para siempre.

Por último, me gustaría subrayar que mis palabras no son abstractas, porque mi familia ha ofrecido la vida de uno de sus hijos, Artemiy-Yuliyan, en esta lucha de la nación ucraniana por la libertad.

No debería haber ido a la guerra porque en 2014 ya había prestado servicio militar, defendiendo a su país. Pero cuando comenzó la invasión a gran escala, Artemiy, que estaba en Río, tomó el avión para responder al llamado de hombre libre. ¡El hombre vive para la eternidad y alcanza este objetivo solo en libertad!

En su funeral, ¡cantamos «Cristo ha resucitado» a coro! ¡Esta es la vocación del hombre después de que Dios lo creó! La lucha actual en territorio ucraniano no es principalmente contra Rusia, sino por los valores de Ucrania. Rusia aquí es solo el desencadenante. El pueblo ucraniano ha sido una «nación esclavizada» a lo largo de los siglos cada vez que ha «aceptado la ley del más fuerte» y ha sobrevivido, pero esto no ha salvado la vida de las personas, porque, aunque no opusieron resistencia, millones de personas murieron físicamente y decenas de millones murieron espiritualmente (y sus casas y otras propiedades fueron confiscadas). Es un número superior al de los soldados ucranianos muertos en la guerra actual; soldados que, por lo general, no atacan a los rusos, sino que defienden a sus vecinos de ataques rusos de diversa índole en sus propios hogares.

Hoy en día, nuestro pueblo ucraniano se encuentra en una fase diferente, más avanzada, de su futuro europeo. Para los ucranianos (y no solo para ellos), firmar un alto el fuego con Rusia o «aceptar la ley del más fuerte» significa que no habrá una «vida pacífica» en el sentido europeo, sino más bien una «vida normalizada» en el sentido ruso o soviético. Sin embargo, muchos pueblos del mundo que nunca han sufrido tal opresión no lo entienden del todo.

Los valores por los que luchan los ucranianos se definen generalmente como «europeos», y es cierto, pero me gustaría subrayar que estos «valores europeos» tienen raíces cristianas, así es como los perciben muchos ucranianos.

Esto es un detalle importante en esta guerra, porque solo en la unión con Cristo está puesta nuestra última esperanza para el futuro de Europa, de Ucrania y de lo que será Rusia.

Esto es, para mí, el significado del «resistencia ucraniana» para la civilización moderna, sea cual sea: china o india, africana o sudamericana.

Mijaíl Shískin (escritor emigrado ruso)

En cuanto a la pregunta de si ha merecido la pena resistir tanto tiempo, debo decir que es una pregunta terrible. Pero los que deben responder no somos nosotros, que estamos aquí sentados tranquilamente, sino los ucranianos que están en las trincheras, que viven bajo la amenaza constante de los bombardeos, que en estos años de guerra han perdido parientes, familiares y amigos.

Me parece que responder en lugar de los ucranianos sería inmoral. Sobre todo porque nosotros, ciudadanos de los países democráticos occidentales, hemos hecho demasiado poco para inducir a nuestros gobiernos a dar una ayuda real y eficaz a Ucrania.

Y hoy, ante nuestros ojos, sucede que será Trump quien dé el golpe de gracia a Ucrania con sus «acuerdos de paz». Es una historia muy triste.

Padre Andrej Kordočkin (emigrante ruso, sacerdote ortodoxo)

Sin duda, resistir ha tenido sentido.

En primer lugar, porque Putin no ha logrado realizar su sueño de ocupar Kiev y destruir Ucrania como Estado. Si hubiera sucedido, habría ido más allá.

Sin embargo, resistimos no solo por Ucrania, sino por nosotros mismos.

El sentido del resistencia es negar públicamente al mal cualquier justificación.

Pregunta si no habría sido mejor ceder inmediatamente a la ley del más fuerte… Verás, el depredador sexual razona de la misma manera y, por tanto, ¿por qué rebelarse? Como mínimo para privarlo del placer.

La lógica de Putin y del depredador sexual es la misma… «Lo que está ocurriendo en Ucrania es una medida forzada. No nos han dejado otra opción», ha dicho Putin. De esta manera, la víctima es doblemente culpable: por provocar al violador y por resistirse… Acusar a la víctima de provocar y obligar al agresor a atacar es típico de la retórica del violador, independientemente de la dimensión: vale tanto para el abusador doméstico como para los dictadores.

Por otra parte, nuestro sentido de la justicia, incluso el del violador, necesita sentirse en lo cierto, por lo que afirmar la culpabilidad de la víctima y la necesidad de la violencia permite satisfacer sus deseos y, al mismo tiempo, permanecer dentro de los límites del comportamiento socialmente aceptable.

Svetlana Panič (emigrante ruso-ucraniana, filóloga)

«… Los caballos blancos no existen». Los últimos tres años han devuelto a la humanidad, que parecía haber adquirido el pensamiento complejo nacido después de la Segunda Guerra Mundial, a la costumbre de pensar por generalizaciones, en blanco o negro. Más precisamente, la ha devuelto a la ancestral guerra por los territorios, la misma que, como esperaba Hannah Arendt, habíamos superado. Un conflicto de este tipo no permite otro tipo de pensamiento.

Pero, ¿merecía la pena «luchar por los territorios» si es evidente que no se pueden recuperar las tierras ocupadas? Para mí, esta no es una pregunta abstracta: nací en Donetsk, en Volnovacha, reducida a cenizas durante los primeros meses de la guerra por personas que hablan mi mismo idioma; una ciudad inscrita en la biografía de mi padre, que sobrevivió al primer año del asedio de Leningrado y estaba convencido de que la gente había sufrido lo suficiente y que al final había aprendido la lección… El actual conflicto ha demostrado que las palabras también se pueden recordar, pero que todavía hay que luchar por su significado. En el tercer año de guerra se ha acumulado una enorme y trágica fatiga, que puede hacer pensar que la resistencia es inútil. Después del enésimo noticiario surge espontáneamente la pregunta: ¿mereció la pena sacrificar cientos de miles de vidas por unos territorios sin los cuales el mundo ya no será el mismo?

Existe un enorme riesgo ético en justificar los cientos de miles de víctimas estando geográficamente lejos de la guerra, en condiciones de seguridad; así como en especular desde lejos sobre el valor de la resistencia ucraniana. Pero para mí es evidente que esta resistencia no solo defiende las tierras y la independencia del país, no solo defiende a Europa de los autoproclamados «reconstructores» que han decidido jugar a la «gran Victoria» a costa de cientos de miles de vidas, sino que también defiende la fidelidad a los principios que se han formado en los últimos cincuenta años en materia de derecho internacional, dignidad y libertad, entendidos como valores que vale la pena defender incluso a un precio muy alto. Por último.

La resistencia nos defiende de la cínica impunidad disfrazada de «nueva política», del capricho loco que manipula la historia y se hace pasar por voluntad política, de la violencia que quiere ser «la única» y, por tanto, indiscutible argumento.

En última instancia, defiende de la corrupción la historia que se está haciendo ante nuestros ojos. En el movimiento de resistencia ucraniano hay muchas contradicciones internas, pero eso no le resta valor.

No estábamos preparados para encontrarnos en medio del crisol de la historia. Parecía que el crisol se estaba enfriando y que nuestra tarea consistía en estudiar qué y cómo se había fundido exactamente. Es esta «falta de preparación» adolescente la que nos empuja a hacer preguntas no solo sobre el sentido de la resistencia, sino también sobre la paz después de la guerra. La reconciliación no se producirá «pulsando un interruptor» inmediatamente después de que dejen de bombardear y disparar. Hará falta una nueva lengua, sufrida, que habrá que aprender. En este proceso de sanación de la historia, en este exigente diálogo sobre las verdaderas responsabilidades y culpas, ¿habrá lugar para la Iglesia, entendida como comunidad de discípulos de Cristo? ¿Qué puede hacer ya ahora nuestro «cristianismo sin sal» —como decía Averincev— para que el precio que hemos pagado por el paz sea digno de él?

 

Artículo publicado en La Nuova Europa

 


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