República contra cristianismo

Mundo · Ricardo Benjumea
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13 febrero 2014
«En Francia hay una guerra civil, República contra cristianismo», advierte el filósofo Pierre Manent. El símbolo republicano es hoy Inna Shevchenko, fundadora de las Femen. El presidente Hollande aprobó personalmente que la Mariannne de los nuevos sellos de correo se inspiren en la figura de la ucraniana. «Ahora todos los fascistas tendrán que chuparme el culo cuando quieran mandar una carta», se felicitó sin recato la activista en julio. El debate ha llegado esta semana a la Asamblea Nacional. La UMP exige la retirada de estos sellos; se trata de una importante batalla simbólica, que apunta de lleno contra la agenda ideológica del Gobierno.

«La Francia republicana ha subyugado a la Francia católica, y la Francia católica lo ha aceptado», se lamenta, en una entrevista a Il Foglio, el filósofo Pierre Manent, discípulo de Raymon Aron y cofundador de la revista Commentaire. El presidente Hollande pretende implantar –dice– una nueva concepción de la democracia, convertida básicamente en sinónimo de sus postulados radicales en materias de laicismo, moral o familia. Los obispos, en un principio unidos contra la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio (la Iglesia lideró la oposición social en Francia), dan muestras de división, temerosos seguramente de verse empujados al extrarradio de la democracia.

Uno de los que no se dejan intimidar es el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon y Primado de las Galias, que se unió a la Manif por Tous del domingo 2 de febrero. Miles de franceses volvieron a salir a la calle para pedir que se restituya la definición legal del matrimonio, exigir la retirada de una asignatura impregnada de ideología de género y protestar contra la liberación total del aborto, que se votaría al día siguiente en la Asamblea Nacional.

Ese lunes, Le Journal du Dimanche publicaba una entrevista con el ministro de Interior, Manuel Valls, en la que el ministro más popular de Francia arremetía con extraordinaria dureza contra los manifestantes, a los que presentaba como una coalición de «antisemitas, racistas, homófobos… Dicho en una palabra, antirrepublicanos», que actúan «como elementos facciosos» y «no aceptan la democracia ni las decisiones del Parlamento». Según Valls, «la República ya ha conocido momentos difíciles» y «amenazas de disolución» como ésta, y volverá a salir victoriosa. En cuanto a los enemigos de la República, quedan situados en el mismo plano los jóvenes que organizan vigilias de oración por la familia, y los nuevos populismos nacionalistas y antisemitas. Ya en verano, el Gobierno francés trató de vincular torticeramente la Manif por Tous, entonces en pleno apogeo, con el asesinato del joven “antifascista” Clément Méric a manos de un grupo de cabezas rapadas, un hecho lamentable, pero absolutamente ajeno a la movilización pro familia.

El Gobierno quiere dejar de tener que recurrir a esos subterfugios: ahí está la resolución del Parlamento Europeo (el Informe Lunacek) que propone perseguir legalmente a quienes cuestionen el estilo de vida homosexual, equiparándolo automáticamente con la homofobia. Con respecto al aborto, las últimas modificaciones impulsadas por los socialistas hacen que, en Francia, tratar de persuadir a una embarazada que quiera abortar sea ahora delito. Xavier Dor, un hombre de 84 años, ha sido condenado a una multa de diez mil euros (o a pena de cárcel) por entregar unos zapatos de bebé a una mujer para tratar de disuadirla de abortar. En otro frente, el Ministerio de la Mujer ha declarado la guerra a las web pro vida, con una iniciativa para que las primeras páginas que aparezcan en el buscador respeten el “derecho” a abortar.

Hay, sin embargo, un asunto en el Gobierno se ha visto obligado a rectificar. El primer ministro anunció hace unos días que no verá la luz en 2014 el proyecto de ley de familia que incluye fecundación asistida para mujeres lesbianas y la legalización de los vientres de alquiler. Se ha hablado de victoria de la Manif por Tous, aunque la retirada seguramente tiene bastante más que ver con las divisiones internas que con la presión externa. Para Hollande, la agenda ideológica es claramente prioritaria, pero los franceses le dieron la victoria por su programa económico, que ha quedado reducido a papel mojado. Muchos socialistas ni lo entienden, ni aceptan que el aborto o la ideología de género se utilicen para tapar esas “vergüenzas socialdemócratas”.

Al conocerse que la reforma quedaba pospuesta, la fundadora de las Femen, la ucraniana Inna Shevchenko, exclamaba desde su cuenta de twitter: «Si Lenin levantara la cabeza». Ucraniana, exiliada política en Francia, Shevchenko es la cabeza de un movimiento que ha protagonizado diversos actos de profanación de templos católicos, y cuya disolución piden miles de ciudadanos. Las Femen son cuestionadas también por los supuestos métodos sectarios (¡e incluso patriarcales!) en su organización, tal como va a exponer en un libro una antigua militante, del que esta semana ha ofrecido un anticipo el diario Le Figaro.

El problema de Femen es que no se trata de un simple movimiento marginal. La dureza empleada por el Gobierno contra pacíficas familias que se manifestaban festivamente contra la desvirtuación del matrimonio contrasta con la tolerancia hacia las agresivas actuaciones de este grupo. La identificación entre Hollande y las Femen llega a tal punto que, en julio, el presidente eligió como nueva imagen de la Marianne (símbolo de los valores republicanos) en los sellos una figura inspirada en Shevchenko, que exclamó triunfal: «Ahora, todos los homófobos, extremistas, fascistas tendrán que chuparme el culo cuando quieran mandar una carta». En un principio, el asunto pasó relativamente desapercibido, pero la UMP ha exigido en una interpelación al ministro de Interior la retirada del sello, al entender que supone hacer apología de un movimiento que promueve «el odio y la intolerancia».

Odio e intolerancia, en primer lugar, contra los cristianos, a los que se identifica como el gran bastión que resiste frente a la nueva agenda cultural e ideológica. En unos casos, se les acusará de no respetar las decisiones del Parlamento. En otros, como España, se dirá que el Gobierno se pliega a los obispos, e impone a toda la sociedad una moral confesional. «Aborto es sagrado» (grito de guerra de Femen), en cualquier caso. Quienes lo discutan serán acusados de fascistas.

La misma peligrosa lógica empieza a extenderse a otros países. En Bélgica, que hoy previsiblemente dará luz verde a la eutanasia infantil, se ha acusado desde la izquierda al arzobispo de Bruselas de «injerencia en el debate político» por convocar a los fieles a vigilias de oración por la vida. En Baden-Wurtemberg (Alemania), los Verdes del católico ministro-presidente Kretschmann reventaron agresivamente el 1 de febrero una concentración en contra de un plan educativo para formar a los niños en la «diversidad sexual», acusando a los manifestantes de «homófobos».

Para los homófobos, ya se sabe, no hay lugar en la República. Cuestión de higiene democrática.

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